Puesta de sol en Fisterra
Por delante casi 30 kilómetros de sendas, pistas asfaltadas y carreteras locales que burlan la senda costera que conforman el conocido Camiño dos Faros, un viejo conocido del que ya hemos hablado en un post muy reciente y que podéis leer aquí.
Aquella mañana de julio no muy temprano, pues íbamos a disfrutar de unas temperaturas muy suaves durante todo aquel día, nos encontrábamos frente a la playa de Coido, el punto exacto de Muxía donde el Camino de Santiago inicia la etapa final de su epílogo con término en Fisterra.
No teníamos en mente hacer todo el tramo de 30 kilómetros, más bien nuestros pensamientos estaban dirigidos a disfrutar de unas costas salvajes, torturadas por el Atlántico casi todo el año.
Hoy, sin embargo, el día se nos presentaba calmo, soleado aunque fresco; las condiciones eran inmejorables para cualquier senderista con hambre de conocer mundo. Así nos encontrábamos nosotros de nuevo frente al Camino.
Salida de Muxía
Nuestras mochilas pesaban algo más aquella mañana. Me había levantado un poquito antes que el resto para acercarme al horno de pan ubicado en la calle Real.No era pan precisamente lo que buscaba, sino una gran empanada de carne que tuve a bien repartir entre los 4. Demasiada responsabilidad para mí solo, pues en breve se convertiría en nuestro tesoro más preciado.
Desayunamos en el apartamento con vistas al Atlántico, mucho más calmado que la pasada noche cuando apretó el viento, y unas finas gotas de lluvia apenas empaparon nuestros impermeables ceñidos al cuerpo.
Sin más preámbulos, nos despedimos de Muxía tomando la avenida del Doctor Toba hasta toparnos con el desierto campo de fútbol de Arliña.
Pocos escenarios existen mejores para la práctica de éste o cualquier otro deporte. Desde luego yo sería el aficionado más acérrimo del Club de Fútbol Muxía, sólo por acudir a este campo todos los días
La playa de Lourido
Desde la misma puerta del estadio las vistas a la playa de Lourido son impresionantes. Una espléndida ensenada y su arenal virgen como muro contra el mar.Quizá lo más impresionante de estas vistas fueran sus dunas, de un tamaño considerable “surfeaban” casi hasta la misma orilla del Atlántico.
Demasiado pronto para un baño salado, el fresco aún mantenía las chaquetas sobre nuestros hombros; tiempo habrá más adelante de buscar de nuevo esta costa con sus playas salvajes.
Sin embargo sobre esa playa emerge una gran sombra, un gigantesco complejo hotelero excavado sobre una de las laderas que conforman la ensenada de la playa.
Playa de Lourido con vistas al Parador de la Costa da Morte
Es el novísimo Parador de Turismo de Muxía, posiblemente uno de los mejores localizados de la península, que genera en mí sentimientos encontrados respecto a su idoneidad, y a la vez, su belleza arquitectónica perfectamente integrada en el paisaje.
Tengo que confesar que en anteriores viajes sobre este trazado, he ido viendo cómo crecían poco a poco los diferentes edificios que conforman este complejo, y mis impresiones no fueron nada positivas.
Viendo hoy el resultado final, tengo que decir que el arquitecto obró con mucha sutileza, si bien el impacto visual sobre la naturaleza que rodea el lugar, es también muy importante.
Cruceiro en el Camino hacia Lires
Hacia la ría de Lires
Nos toca despedirnos de la playa desde la aldea de Xurarantes, desde aquí nos tocó un considerable ascenso entre molinos de viento que nos regaló no pocas vistas de esta comarca costera.Llegamos con esfuerzo por pistas asfaltadas a la aldea de Morquintián, desde allí caminando entre bosques, casi sin querer llegamos a otra aldeíta, Guisamonde, donde hicimos el primer descanso de la mañana.
Sentados al borde del Camino sobre un improvisado jardín de granito, vimos a algún peregrino solitario caminando en dirección contraria, buscando su propio fin de Camino en el santuario de Muxía.
Mojón del Camino en el Santuario de Muxía
Pocos peregrinos para aquel julio de pandemia, habrá tiempos mejores, mientras tanto sólo nos quedaba protegernos para proteger al resto de viajeros y vecinos locales.
Frixe se encontraba a poco más de 2 kilómetros siguiendo el trazado del Camino. Esta aldea la teníamos marcada con una cruz roja en nuestro plan de viaje.
Era el lugar elegido para abandonar el Camino de Santiago y dirigirnos a la costa; queríamos dormir frente al mar, sobre casi, casi la misma orilla del Océano Atlántico.
La playa de Nemiña
Tomamos el desvío que sale desde el corazón de la aldea de Frixe hacia la orilla norte de la ría de Lires. Se nos hizo eterno, porque el tupido bosque por donde transitaba la pista asfaltada, no nos dejaba ver la orilla del mar durante casi 3 larguísimos kilómetros.Al final el bosque se abrió. Desembocamos de lleno en la propia ría que en unos cientos de metros más allá, moría en el océano produciendo un paisaje impactante.
Desembocadura de la ría de Lires
El lugar perfecto para sacar nuestra empanada y disfrutar de una comida muy especial. Así que donde se juntan cielo y mar decidimos apostar por un picnic sobre la arena de la playa.
Tras la comida y la correspondiente siesta bajo un sol de carallo, nos dirigimos al norte remontando la misma playa de Nemiña.
Recorrimos más de un kilómetro entre dunas y unos extraños pajaritos corredores, que alborotaban la arena a nuestro paso. Se trataban de crías de chortilejos patinegros, aves protegidas en esta comarca, riquísima por otro lado en especies tan raras como estas avecillas tan atléticas.
Andábamos despacio, muy despacio con los pies desnudos y las botas del Camino en las manos. Un paseo del que no queríamos salir.
Playa de Nemiña
Fin de etapa Nemiña
Esta playa no se encuentra entre los lugares de paso del Camino de Santiago. Sin embargo nosotros elegimos que aquel día sí lo fuera. Al fin y al cabo, el peregrino también crea sus propios caminos. Y si no me creéis, preguntad al gran poeta Machado:Caminante no hay camino se hace camino al andar
Habíamos alquilado un pequeño apartamento apenas a 100 metros de la orilla de la playa. Allí nos arremolinamos, alrededor de su único ventanal con vistas.
Algo lejos del trazado del Camino, pero muy cerca de tocar el cielo —pensaba en aquellos instantes.
Porque un peregrino también debería ser viajero. No tendría que resistirse a la tentación de disfrutar de lugares tan singulares como en el que nos encontrábamos.
Dunas de la playa de Nemiña
Apartados de un albergue, del “súper” creado para peregrinos, sólo nos quedaba encontrar quien nos hiciese algo de comida casera.
No fue tarea difícil —en Galicia no suele serlo— sobre todo cuando existe buena materia prima y mejor disposición para cocinarlas.
Sea como fuere, una vecina nos propuso una caldereta de pescado. Había truco: el día anterior había contactado con esta buena cocinera para que nos resolviera el tema de la cena.
¡Y vaya si lo solucionó! Mejor final de etapa no se podía anticipar. Un paseo por la playa para sobrellevar la aparatosa digestión, y muy pronto a la cama.
Al día siguiente tocaba ver amanecer sobre la marcha, pues dependíamos de las mareas para poder salir de aquel paraíso sin tener que dar un buen rodeo.
Pero ésta será otra historia, otro post en este blog, al fin y al cabo se trata de saborear la aventura del Camino a pequeños sorbos.