Diario de viaje. ¿Dónde narices estará Alfredo? ¿En algún vertedero de Friburgo? Tal vez.
Y lo mejor de todo es que pensaréis que Alfredo fue un tipo interesante (quizás venido a menos, por aquello del vertedero). Pues no. Alfredo…bueno. ¿Recordáis el enano de las fotos por el mundo de Amêlie? Pues bien, Alfredo fue comprado para eso, para ser fotografiado en cada ciudad. Pero no era un enano, no. Era un acompañante diferente. Un tipo de plástico, metro y medio de estatura, con bigote y calzoncillos. Como era de esperar, no salió de la maleta más que para hacer algún que otro selfie. Aún nos quedaba algo de vergüenza, claro.
Y eso que parecemos normales (a veces).
En fin. El viaje. 2014 no sólo tuvo ese viaje. Se podría decir que este año que ahora termina, ha tenido varios tipos de viajes, todos ellos especiales, divertidos y llenos de jueves.
¿Que qué ha tenido 2014 de diferente?
Para empezar, esto ha crecido. Ha ido subiendo poco a poco, tan poco a poco que ha sido de golpe. Que se me acaban las palabras para dar las gracias. Pero gracias, aunque sea una desagradecida que no visite tantos blogs como antes ni comente (por vaga, más que vaga). Y gracias, otra vez. Y otra. Y otra.
Ha sido diferente porque por primera vez en mi vida he montado una exposición. Porque por primera vez en mi vida (por voluntad propia) estoy haciendo cositas hechas a mano. Porque por primera vez en mi vida recibo mails y privados de gente encantadora a la que me da ganas de achuchar.
Porque por primera vez me cuelo en el día a día de desconocidos que no lo son tanto.
¿Vale sí…y qué más?
Pues te diré más.
2014 me ha dado momentos épicos como el vídeo de Arguiñano (visto hasta la saciedad).
Me ha dejado palabras nuevas como “espadramor“, que pienso utilizar hasta que pierda todo su sentido. Me ha dejado ser testigo de todos sus momentos y sus locuras. Me ha dado risas flojas y unas lágrimas tan incontroladas como necesarias. Me ha traído Cuenticafés y un Kindle. Me ha dado nuevas amistades (de las buenas, de verdad). Me ha hecho equivocarme y caerme, pero me ha enseñado a levantarme con bastante más fuerza de la que cabría esperar de una tirillas.
Me han dejado el pelo monísimo (gracias a Rosa por llevarme de acompañante) con un tratamiento gratis de Llongueras. Lo primero gratis que me hacen en toda mi vida. Ver para creer. Y lo mejor (o peor) de todo, es que aunque me encantó, me sentía más fuera de lugar que Paquirrín en una biblioteca.
Empecé el año a tientas, con cuidado y expectante. Lo empecé con un “Sushi para principiantes” y lo acabé con un “Sapito Loco” en las fiestas del pueblo. Me reí con “Siete apellidos vascos” (y lloré). Y soñé con “Un viaje de diez metros”. Me enamoré de Izal en directo. Me enamoré de la vida, as always. Me enamoré de esta canción de Xoel, descubierta de la voz de Ferreiro, en el concierto. Me enamoré sin remedio.
Y me enamoré tanto, que también acabé odiando. Odié un poco la soledad del 2.0. Odié los plantones. Odié los “a medias”. Odié la atracción irremediable que te vuelve estúpida y te paraliza el cerebro. Odié a los hipstéricos y las mechas moradas que se hacen algunas señoras mayores (en serio, alguien sabe por qué lo hacen?) Odié a la gente que dibuja y quise a la gente que pinta, y de qué manera.
De hecho, yo acabé pintando mucho. También. Lo acabé pintando todo de rosa. Porque todo debería ser siempre color rosa.
Y sobre todo, pues eso. Viajé. Quise que el viaje fuera largo, lo más largo posible. Con paradas, con rutas, con vinos en los descansos. Quise escribir en cada semáforo en rojo. Quise arañar con cada línea. Quise contar la vida a través de mis ojos. Quise tocar puertas y presentarme con las manos vacías, pero con el corazón lleno.
Y ya que el 2014 ha sido funtástico, espero del 2015 que se porte al menos igual de bien. No le pido mucho más. Sólo que me deje seguir creciendo, seguir metiendo patas hasta ver el camino correcto, seguir eligiendo mal para por fin, empezar a elegir bien.
Espero de él, tampoco mucho, sólo que me permita el lujo de no hacer listas ni despropósitos. Que las listas no sirven para nada, sólo para gastar papel, y de los despropósitos (y propósitos), mejor no hablemos. Sólo le pido, si no es mucho pedir, que me deje seguir llenando muchos más diarios de viaje.
Y ahí va una de las canciones imprescindibles de este año que se va. Adiós pequeño, adiós.
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