Es complicado explicar lo que significa para mí el vestido gris que dio título al primer post y que ahora mismo permanece guardado en alguna caja con ropa de verano. Es complicado explicar lo que aprendí de las tortugas, lo que leí de los charcos, lo que no me reí con las sombras. Es complicado explicar lo que significa en mi vida el rosa. Es difícil explicar cómo se pasa de plasmar ensoñaciones en un blog a tratar de almacenar sentimientos y momentos en un libro.
Complicadas son muchas cosas, vaya. Pero lo más difícil es contaros que mi viaje no comenzó ese doce de Julio. Mi pequeño gran viaje por el mundo de las letras comenzó desde que empecé a escribir en el colegio. Todo lo que me sucedía no tenía sentido hasta que lo plasmaba en un papel. Una historia que no es contada por escrito queda en el baúl de la memoria y, como todos sabemos, la memoria algunas veces nos juega malas pasadas. Se pierde, como se pierden las llaves o la cartera. Se pierde como se pierde un paraguas cuando deja de llover, cuando ya no hace falta porque ha salido el sol y dejamos de echarlo de menos.
Escribo para no perder la memoria. Sí. Tal vez sea uno de los motivos principales. Aunque no el único.
Escribo para entenderme y para entender lo que ocurre a mi alrededor. Escribo porque necesito escapar o porque quiero gritar. Escribo porque todos los días ocurren cosas increíbles que merecen la pena ser contadas. Escribo para quejarme o para reírme de la vida. Escribo de amor, escribo con amor.
Un buen día, hace casi tres años, con esta locura de epidemia 2.0 que nos envuelve, decidí crear un blog. Un blog de moda. Increíble pero cierto. Un blog que empezó siendo de moda y que acabó siendo como mi diario. Aterra, lo sé.
Cuando haces algo así, sólo te das cuenta cuando pasa el tiempo y lo vuelves a leer. Lo releí el pasado viernes por la noche. Hacía frío. Lágrimas como cascadas, como los dibujos animados japoneses.
Leyendo desde "Los colores de una sombra" hasta "La teoría del euro", me pregunté qué quedaba de aquella chica, la señorita estresada que ponía nombres y caras a todo aquel y aquella que salía en el blog. La que no le temía a nada salvo a sí misma. La que hablaba por hablar y callaba por hacer algo. La que no tenía vergüenza (ni la conocía).
Tuve una conversación conmigo misma (y con ella), mientras comía palomitas y bebía vino, como hacía antes. Y decidí que todo eso no podía mantenerse ajeno a estos "Cuentos de amor y café" que estás apunto de leer ahora.
Habría sido injusto. Y no. No entenderías tan bien a "La chica de los jueves". Porque faltaría algo. Y cuando falta algo, ya sabes que acaba sobrando todo.
Por ello este libro que con tanto amor estoy reescribiendo (porque ya estaba escrito, a fin de cuentas), va a contener entradas tanto de “La chica de los jueves” como de “Mrs. Stressed”. Dos mitades de una misma naranja. Mi media naranja, que encontró a su otra mitad. Naranja entera, cabeza alta. Al fin y al cabo, está demostrado que cada uno hace de sus mitades su todo. Siempre es mejor eso que hacer del "todo" mitades.
Diario de Miss Estreses (que son muchos). La chica de los jueves (que somos todas).
Allá vamos.
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