Un Pliegue en el Tiempo es un viaje que solo un niño puede soñar. A veces puede ser un sueño bonito, como tener súperpoderes de dinosaurio y que un oso polar te invite a merendar cereales. O una larga y tediosa pesadilla sin sentido en el que solo quieres escapar. Un Pliegue en el Tiempo es lo segundo.
Jamás he visto una película infantil tan descorcentante como Un Pliegue en el Tiempo.
No me malinterpretéis, me encantan las películas de fantasía infantil. Estoy familiarizado con que sucedan todo tipo de situaciones y personajes. Como diría Tim Allen en Vaya Santa Claus: “Estoy acostumbrado, viví en los 60”
Un Pliegue en el Tiempo se basa en la novela escrita por la autora Madeleine DEngle. Es un clásico atemporal que en muchas escuelas de Estados Unidos recomiendan como iniciación a la lectura. Algo así como Laura Gallego en España. La novela usa un tratamiento juvenil hacia la fantasía mezclando temas como la física cuántica y la filosofía. Anecdóticamente, Disney ya hizo una adaptación para televisión más sombría en 2003.
Los personajes se presentan sin dar explicaciones. Son situaciones forzadísimas, con diálogos poco creíbles. No existe una acción-reacción lógica los personajes hacia lo fantástico. Esto es muy grave en una película de fantasía infantil.
La fascinación por lo increíble.
Crear asombro ante algo fantástico es clave y se debe transmitir bien. Algo que Spielberg sabe de sobra. Todos nos hemos quedado expectantes al ver a Elliot tirando una pelota al cobertizo de su jardín para descubrir a E.T.. Nos hemos asombrado viendo al Dr. Alan Grant atónito, quitándose sus gafas de sol al ver por primera vez un brachiosaurio vivo en Jurassic Park.
Aquí no se refleja ese tipo de fascinación en los personajes. En el patio trasero de la protagonista se presentan levitando Reese Witherspoon vestida de merengue y una Oprah gigantesca, y los niños apenas reaccionan. Asienten a lo que les dicen y aceptan su recado porque si. No tienen personalidad.
La purpurina de los personajes brilla más que sus personalidades.
Storm Reid cumple como Meg, transmite mucha ternura junto con Chris Pine y hace lo que puede con una protagonista escrita sin apenas carisma. Meg sufre acoso escolar, puedes empatizar con ella, pero no conectas porque su bullying se muestra tan exagerado y forzado como una peli de instituto de los 90.
Pero el caso más sangrante es de los otros dos niños secundarios.
El personaje de Calvin tiene la personalidad de un táper, solo tiene ojos para Meg llegando al acoso incómodo y parece sacado de un fanfic de High School Musical.
Y la medalla al gran cansino se la lleva Charles Wallace. Con el aspecto de un mini Sheldon Cooper, el niño suelta unas parrafadas que no se las cree ni él. Charles Wallace habla como un adulto repelente de una manera forzada. En ningún momento te crees que alguna de sus frases haya salido en la boca de un niño. Además, se le dedican primeros planos innecesarios a su cara en escenas clave, que apenas transmiten nada. Por no mencionar que le nombran tantas veces en el film que parece que le vayan a gastar el nombre.
Los “seres celestiales” son mujeres raras sin ser fascinantes. De nada sirve el elaborado e imaginativo vestuario de Paco Delgado. Ellas apenas ayudan, y no se les da suficiente tiempo en pantalla teniendo en cuenta el peso argumental que supuestamente tienen. Tampoco ayuda el hecho de que Reese Witherspoon, Mindy Kaling y Oprah Winfrey actúen como si estuvieran puestas de peyote. Tras esa sarta de purpurina, filosofía barata de autoayuda y citas de Shakespeare solo hay personajes planos sin gancho.
No sé si se trata del típico caso de escenas eliminadas que se han borrado del montaje final. Probablemente habría salido un film más pulido si hubiera escenas que nos dieran un contexto previo para entender a sus personajes y los sucesos a los que se enfrentan. Sin ese contexto, esta cinta es lo que es: una locura sin sentido tras otra. Una sucesión de escenas inconexas que apenas cuadran como conjunto.
Si, es verdad, hay planos con una estética efectiva. La fotografía de la película es preciosa, rebosa mucho color y va bien acompañada por la partitura de Ramin Djawadi. Hay escenas con gran potencial visual pero la mayoría de ellas se ven lastradas por el excesivo y poco convincente CGI del film. La sensación de estar viendo pantalla verde alcanza niveles sonrojantes. Sobretodo en la escena con Zach Galifianakis haciendo yoga.
La conclusión del viaje
Ava DuVernay es una directora solvente, lo ha demostrado en trabajos como Selma por lo que no entiendo como ha podido hacer esto.
Su mensaje de autoaceptación con el universo y el amor como respuesta a todo, aunque suene ridículo, es bienintencionado. Vale, parece el producto de un matrimonio entre Paulo Coelho y Mr. Wonderful. Probablemente sea mejor recibido por el público juvenil al que va dirigido. Pero este mismo mensaje se percibe con más fuerza en la canción de Sade, Flower of the Universe, de la banda sonora, que en todo el conjunto de la película.
Un Pliegue en el Tiempo es la The Room de Disney, un film bochornosamente extravagante cuya comedia involuntaria ofrece grandes noches de diversión con amigos. Pero si la ves en la soledad te encontraras con un viaje más embarullado que encontrar la salida en un Ikea.
¿Que os ha parecido esta película? Dejadnos vuestra opinión. Estad atentos a más reseñas de traca, como siempre en La Sexta Butaca.