Los efectos de esta guerra pueden compararse con los de una bomba nuclear. Ya han muerto 20.000 personas en todo el mundo y se puede esperar que el número total de víctimas, ya sean fallecidas u hospitalizadas, aumente a cientos de miles en los próximos meses.
No hay ninguno de los daños de infraestructura que una bomba nuclear real causaría. Pero una gran parte de la infraestructura se ha vuelto redundante porque las personas que normalmente la operan están confinadas en sus casas y obligadas a respetar el “distanciamiento social”. Esto paraliza la economía y la sociedad humana en su conjunto, de manera similar al efecto de una bomba nuclear silenciosa. Más de 2.500 millones de personas están ahora confinadas en sus hogares en todo el mundo.
Lo peor de todo es que nadie puede predecir la futura intensidad o la duración de esta guerra, ni el coste humano y económico final que causará. Millones de muertes son posibles, como con una bomba nuclear. También existe el peligro de una caída económica de la magnitud de la Gran Depresión de los años 30, cuyas consecuencias sociales y políticas repercutieron en la primera mitad del siglo XX.
Las incógnitas empiezan con el nuevo coronavirus que está detrás de la rápida expansión de la pandemia COVID-19. La lucha contra esta pandemia singularmente letal impone una empinada curva de aprendizaje y exige estrategias que deben tener en cuenta simultáneamente los siguientes factores:
– la amenaza a la vida (tasas de mortalidad comparadas con enfermedades aparentemente similares, necesidad de cuidados intensivos para los casos más graves);
– niveles de contagio (facilidad y rapidez de propagación de la enfermedad y la existencia de una proporción significativa de la población que puede ser infectada sin mostrar ningún síntoma pero que puede seguir infectando a los que le rodean);
– falta de vacunación;
– ausencia de cura, y
– la existencia de pruebas de detección.
Las tasas de mortalidad y contagio de COVID-19 hacen que las autoridades estén obligadas a adoptar medidas concretas para prevenir rápidamente la propagación de la enfermedad. No hacer nada y esperar a que la “inmunidad de la manada” se desarrolle por sí misma conduciría a un número extremadamente alto e inaceptable de muertes y causaría en breve un colapso catastrófico del sistema hospitalario. Esta estrategia de “inmunidad de grupo” pasiva se contempló durante un tiempo en el Reino Unido y luego se abandonó rápidamente por ser demasiado peligrosa.
Todas las consideraciones epidemiológicas, en especial la falta de vacunación, sólo pueden conducir a dos estrategias distintas para la salud pública, que pueden combinarse: el confinamiento generalizado de la población y/o la realización de pruebas sistemáticas.
Las dos estrategias se basan en primer lugar en la higiene y la protección inmediata (lavado frecuente de manos, uso de máscaras, etc.) Más allá de ese punto de partida común, las estrategias difieren claramente en su eficacia, así como en sus costos económicos y sociales. Incluso después de tener en cuenta las condiciones locales particulares, la experiencia de varios países asiáticos y europeos demuestra que el confinamiento es menos eficaz, aunque es más difícil de aplicar y, en última instancia, más costoso, que las pruebas.
Tres países asiáticos -Corea del Sur, Taiwán y Singapur- se han sometido a pruebas más rápidas e intensivas, y lo han respaldado con el aislamiento inmediato de las personas infectadas, aunque no tengan ningún síntoma. Estos tres países tienen niveles de desarrollo económico equivalentes a los de Europa occidental y están cerca de China, el epicentro de la pandemia. Han logrado, con relativa rapidez y con un número menor de víctimas, frenar la epidemia, sin una medida tan draconiana como el confinamiento que se aplica actualmente en Europa.
Cualquiera que sea la estrategia utilizada, el factor esencial es la preparación, el grado de reactividad y la responsabilidad de los líderes. En China, como en Francia, se perdió un tiempo precioso por diferentes razones: falta de transparencia política en el primero y falta de planificación técnica en el segundo. En ambos casos, no se tomaron las medidas adecuadas con la suficiente rapidez para evitar numerosas muertes. Estas medidas incluyen:
– el suministro de máscaras y otro equipo de protección en cantidad suficiente;
– el suministro masivo de pruebas de diagnóstico;
– la provisión de camas de hospital equipadas con respiradores y ventiladores; y
– la preparación y la formación del personal médico.
La imprudencia e irresponsabilidad más graves han sido demostradas por el Primer Ministro camboyano Hun Sen, que no comprendió la gravedad de COVID-19, al bromear públicamente el 18 de febrero con que la pandemia no llegaría a Camboya hasta el 31 de febrero, es decir, nunca. Las trágicas consecuencias de esta actitud criminalmente arrogante pronto se revelarán.
Los puntos de vista y opiniones expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente la política o posición oficial de La Geopolítica.