Tengo aún pendiente mostraros dos lugares especiales del encantador
pueblo de Chaouen (Marruecos), donde estuvimos de vacaciones estas
últimas navidades.
Sin embargo, he decidido adelantar la excursión que hicimos a las Cascadas
de Akchour, a 33 km de la villa de Chaouen, porque supuso para nosotros
una experiencia especial que os recomiendo por resultar única e imperdible.
No en vano esta zona fue declarada Reserva de la Bioesfera por la Unesco
en el año 2006.
También os aconsejo buscar un buen guía para realizarla ya que, aunque el
camino no es inaccesible, se va haciendo más duro conforme subimos y
presenta dificultades a la hora de atravesar el río Kelaa, cuyo curso iremos
siguiendo pero debiendo cambiar de orilla en once ocasiones, sin que existan
puentes para ello al tratarse de una zona aún virgen, no explotada
turísticamente (ojalá siga así muchísimo tiempo) y en la que únicamente
iremos encontrando pequeñas construcciones de chiringuitos realizadas por
la población autóctona que surgen de cuando en cuando entre el paisaje sin
alterarlo porque están realizadas rústicamente con materiales de
la naturaleza circundante.
Tuvimos la suerte de encontrar un pequeño grupo de españoles que también
querían hacer la excursión y, junto a ellos, buscamos y encontramos un guía
local de excepción, Lotfi, quien estuvo pendiente de cada uno de nosotros en
los tramos más difíciles, nos fue contando todo sobre el entorno natural y
humano de la zona y con quien acabamos entablando una sincera amistad.
Os dejo su teléfono porque no nos fue fácil localizar un guía de confianza y creo
que es importante sentirse "bien guiado" cuando uno no controla el terreno.
Podéis localizar a Lotfi por teléfono o wasap en el +212 675-540548
Tras llegar en taxi desde Chaouen al aparcamiento de Akchour, comienza la
excursión a pie cruzando el puente que está delante del embalse hidroeléctrico,
construido en época del protectorado español.
Desde aquí surgen dos caminos, el de la izquierda nos lleva a las cascadas y el
de la derecha al Puente de Dios.
Nuestra intención era haber hecho las dos excursiones, pero durante esta
época del año en que los días son mas cortos es difícil disfrutar de ambas sin
que la noche se eche encima, a no ser que se pernocte en el albergue de
Akchour.
Elegimos la ruta de las cascadas que sigue el curso de El Kelaa, río cuyo
arrullo nos acompañará toda la excursión.
Antes de dejar atrás la "civilización", veremos en la otra margen del río
una casa forestal con estación meteorológica y una zona de aseos
recientemente instalada.
Poco después una gigantesca construcción, aún sin terminar, de lo que será un
hotel de lujo que resulta atractiva pero que espero, una vez abierto, no afecte
a la autenticidad y sostenibilidad del entorno.
Seguimos caminando... el río nos va mostrando pequeños y preciosos saltos
de agua pero el relieve es aún prácticamente llano.
Algún puente de madera totalmente improvisado mantiene aún su integridad en
esta zona donde el caudal se muestra normalmente calmo y que seguramente
desaparecerá por la fuerza del agua tras las crecidas en la época de lluvias que
acaba de comenzar.
Sencillas construcciones de palos y cañizo con mesas y bancos pueden
verse a lo largo del camino.
Y, conforme avanzamos, el camino se muestra más empinado y el río más
caudaloso y salvaje.
Para atravesarlo, Lofti busca los tramos más accesibles y menos peligrosos,
ayudándonos a franquearlos. Incluso en estas dos fotografías nos hizo de fotógrafo.
Maravillada con el magnífico entorno natural, casi sufro síndrome de Stendhal
decorativo al llegar a una pequeña construcción, deshabitada a esas tempranas
horas de la mañana pero llena de tajines y teteras, con todo colocado en su
sitio y totalmente abierto y accesible.
A la vuelta ya había algunas personas tomando té.
Venía cansada y temblorosa de la caminata: no llevábamos ni un tercio y ya
estaba pensando en abandonar y quedarme en este idílico chill out natural.
Me alegré de no hacerlo porque el final de la aventura nos ofrecería algo mucho
mejor, un lugar verdaderamente mágico... y el resto del camino un paisaje y un
entorno casi sagrado.
Pero siempre iba rezagada, porque algo me llevaba a caminar lentamente,
mirar lentamente, respirar lentamente, admirar lentamente...
Luego, claro, me tocaba correr para no quedarme demasiado alejada del grupo
y esperar la ayuda de Lofti al atravesar el río o en los lugares con mayor
dificultad.
Pensad que yo era la mayor de todos y además quería tomar fotografías de
todo... No me rajé por orgullo, os lo aseguro, y ahora me alegro.
Cansada, excitada, temblorosa... algunas fotografías salieron algo movidas y
sin embargo no las he borrado: creo que transmiten mucho del viaje.
Tres horas de caminata de subida para llegar aquí: el premio,
la Gran Cascada de Akchour y su magnífico entorno.
Lorena y Lu contemplando maravilladas.
Javier antes de entrar en la gruta.
Éramos los únicos foráneos que estábamos ese día allí. En primavera y verano
parece que la cosa es distinta y hay bastantes turistas sin llegar a estar
masificado (aún).
La erosión de la roca calcárea por el agua (modelado kárstico) ha ido diseñado
naturalmente preciosas formas y terrazas que con tan solo unos troncos y unos
tableros han sido convertidas en zonas de relax y descanso.
Pura calma en cada visión...
Y nuestra pequeña Negrita juguetona de la que disfrutamos el tiempo que
estuvimos allí arriba y que nos acompañó en la bajada un buen tramo:
demasiado, incluso cruzó el río dos veces con nosotros y yo parecía ser la única
tan preocupada que rondaba mi cabeza traérmela a casa porque no iba a poder
volver ella sola (ah!, el instinto maternal). Pero no, aprovechando que subía un
señor de la zona, le pregunte si podía "ramener a sa maison a la petite
chienne". No sé si sabía francés pero cogió a la perrita y se la llevó.
Sólo entonces pude quedarme tranquila.
Arriba estuvimos un buen rato descubriendo la zona y tomándonos un
merecido descanso: Lofti escanciando té moruno que pedimos en un pequeño
chiringuito y que acompañamos de bizcocho hecho esa misma mañana
por la madre de Lofti, quien también nos agasajó con mandarinas y
dátiles de temporada.
Tiempo para compartir, conversar y disfrutar de este pequeño grupo que habíamos formado.
Lofti, Javier y yo, además de Lorena, Lucía y Rufo, unos jóvenes españoles
de Castellón, sanotes y de lo más queribles.
Y mientras ellos charlaban yo seguí tomando fotografías para intentar
transmitiros la belleza de este lugar.
Pequeños espacios amueblados sencilla y naturalmente en los que alfombras y
mantas aportaban un toque de calidez.
El señor del chiringuito posó amablemente al lado de su pequeño fuego y me
dejó entrar en su cocina para tomar una imagen que lo dice todo por sí misma.
Quedaban tres horas de vuelta, bajando por terrenos empinados y resbaladizos,
volviendo a atravesar once veces el río sin puentes...
Pero yo llevaba un tesoro en mi cámara y en mi corazón.