Puedes llegar por tierra, mar y aire. Nosotros llegamos por mar y ésta es nuestra pequeña historia.
Dar un paso atrás para poder avanzar
De pasos va esta aventura, sin duda.
Nuestros pasos entran en el Camino en lugar de pisarlo. Los pensamos a conciencia antes de ponernos en marcha.
Esto exactamente hicimos con nuestro peculiar periplo por Santander un día muy gris de este mismo agosto pasado.
Y como casi siempre, los planes salieron bien. Mereció la pena tomar distancia del destino para alcanzar la mejor de las perspectivas.
En concreto empezamos nuestro camino por Santander en la diseminada población de Langre. El lugar ideal para el descanso literalmente sobre el mar.
Dormimos allí para aprovechar toda la jornada siguiente sin prisas, con el único objetivo cierto de alcanzar y cruzar la populosa capital de Cantabria.
Un descanso volado sobre el mar
Langre está salpicado de multitud de casas y verdaderas casonas por su tamaño, empaque e historia. El asentamiento destila gusto y refinamiento en su arquitectura local.
Tuvimos la gran suerte, o quizá habilidad, de dormir en una posada cántabra cuyo propietario ofrecía habitación y baño privado a cambio de la voluntad.
Y como voluntad teníamos suficiente, decidimos aceptar tamaño ofrecimiento con nuestras mejores muestras de gratitud.
Semejante oferta tenía un doble valor añadido sin profundizar demasiado. La playa de Langre a un paso y sus piscinas naturales al otro.
Dimos buena cuenta de uno y otro valor sin mediar mucho tiempo entre ambos, pues teníamos conciencia de una alerta por galerna esa tarde.
Al final todo se resolvió con un sirimiri refrescante al anochecer, que disfrutamos a salvo tras nuestras ventanas abiertas al prado.
La playa de la Media Luna
Mención especial merece la playa de Langre, también conocida como la playa de la Media Luna. Excavada contra un imponente acantilado, se trata de una las mayores joyas naturales de Cantabria.
Creo que esta imagen vale más que mil palabras, el porqué de su nombre y la razón de su belleza, son más que evidentes incluso a través de una lente.
Es lo que tiene el Camino del Norte desde Santander, unas sorpresas maravillosas.
Playa de Langre
Las pozas naturales de Langre
Por otro lado, tampoco quiero dejar de reseñar las piscinas naturales, situadas apenas a un paso de la posada donde pernoctamos.
En marea alta se renuevan con agua de mar. Con la bajamar quedan a la vista pozas repletas de agua cristalina donde nadar es una tentación poderosa.
El pero viene cuando tienes que llegar hasta ella bajando por un acantilado demasiado vertical. Nosotros lo hicimos con la mochila a cuestas, no sin pasar algún que otro aprieto.
Con mucho pundonor y no pocas precauciones llegamos al lecho de alguna de las pozas. Había más gente, pero no demasiada.
Es un paraíso que difícilmente pasa inadvertido sin llegar a la masificación. Aún en pleno agosto, el desahogo era persistente.
Un senda sobre la arena de playa
¿Cuántas sendas se pueden dibujar sobre la arena del desierto? Infinitas diría un viajero sin brújula.
Nos encantan las etapas donde puedes elegir el trazado de tu propio camino sobre la arena.
Un tramo repleto de arena de playa, costa salvaje y virgen a estas tempranas horas de la mañana. “A quien madruga el apóstol ayuda”, y mucho, sobre todo para despejar el camino de un manto de sombrillas multicolor.
A la altura de la isla de Santa Marina, y tras subir y bajar un par de recónditas calas, nos encontramos de frente el inmenso arenal de la costa de Loredo y Somo.
Playa de Loredo
Playa de Somo
Podíamos divisar a lo lejos el Puntal del Miera, intentando tocar sin éxito la ciudad de Santander como un imaginario puente natural. Poco a poco a lo lejos, la gran urbe se desperezaba para recibirnos.
Aún nos quedaba un buen trecho de costa por recorrer.
El mar batiendo la fina arena a la derecha. De frente las dunas del Puntal, la bahía de Santander, y más allá la ciudad entre neblinas matutinas. Detrás, el paraíso pasado de Langre y Galizano.
El desembarco en Santander
Una vez alcanzadas las dunas, nos vimos en la necesidad esperada de cruzar la bahía de Santander, o bien dar un rodeo a pie de más de una veintena de kilómetros.
Como muchos romeros de antaño, decidimos tomar la alternativa del mar y buscar un barco para tan atractiva encomienda.
Afortunadamente ni fuimos los primeros peregrinos con el susodicho propósito, ni con seguridad seremos los últimos, ya existen varias líneas regulares que embarcan y desembarcan pasajeros en la bahía de Santander.
Vistas de la bahía de Santander
Nos dirigimos al muelle de Somo y enseguida nos topamos con un barco de pequeño calado. Zarpamos para Pedreña con destino final el puerto de Santander.
Un viaje bajo el cielo gris pero con un mar en calma, nos permitió disfrutar de las vistas durante unos minutos que nos parecieron un largo aliento.
Definitivamente Santander había despertado aquella mañana, y ya nos esperaba con su tranquila rutina. Del paraíso costero a la gran ciudad, un magnífico contraste en apenas dos horas de caminata.
Cruzar la ciudad siguiendo el Camino
Bien mereció la pena dar ese paso hacia atrás para poder disfrutar de la entrada por mar y salida a pie.
Apenas pones un pie en la ciudad, tienes la tentación de dejarte querer unos cuantos días más por estos barrios, rincones y gentes.
Sin embargo, en este viaje somos nómadas, y nuestro aliciente es caminar hacia el oeste para seguir revelando camino.
Además, en esta ocasión teníamos la ilusión de aventurarnos por primera vez en el Camino Lebaniego. Justo es en Santander dónde comenzamos a ver las primeras señales con la flecha amarilla del Camino de Santiago y la cruz de Liébana.
Señal del Camino del Norte y del Camino Lebaniego
Santander es todo un mundo aparte que bien merece varios post para desentrañar sus secretos, virtudes y rincones más jugosos.
El Camino te lleva directamente a la catedral que no dista mucho de la propia bahía. Merece muy mucho una visita a la conocida “La Cripta”.
Se trata de un lugar muy sugerente de la catedral. Un espacio amplio, abovedado pero de escasa altura que transmite muy buenas vibraciones.
Curiosamente en ese lugar, volvimos a encontrarnos con peregrinos que perdimos la pista allá por las etapas montañosas del País Vasco.
Cruzar la ciudad se nos hizo un paseo cómodo y agradable. Hasta tuvimos la fortuna de dar con un local cuyas tortillas fueron premiadas en concursos gastronómicos. Y allá que fuimos a contrastar el sano criterio de los señores jueces culinarios.
En apenas una hora de bulevares y avenidas muy aseadas, nos dimos de bruces con el hospital y la salida oeste de la ciudad.
Ese día decidimos prescindir del mundo urbanita, y buscar un lugar más alejado del bullicio para pernoctar. Alargamos un poquito la etapa para llegar a Mortera, un pueblo más acorde a nuestros deseos de naturaleza y sosiego.
Camino del Norte desde Santader, ¿por qué comenzar desde aquí?
Es un magnífico escenario para plantearse el inicio del Camino del Norte, si no tienes tiempo para hacer las duras pero bellísimas etapas del País Vasco.
Por cierto, aquí tienes mis etapas favoritas del Camino del Norte, te recomiendo que las leas para profundizar más en esta aventura.
Tienes aeropuerto y puerto marítimo. Tren y autovía. Es decir, está sobradamente comunicado para llegar desde cualquier parte de Europa.
Recursos de alojamiento de todas las categorías hay sobrados, si bien en verano se quedan un poco escasos. Mal común en las ciudades más atractivas de la costa durante época estival.
Estás a unos 560 kilómetros de Santiago de Compostela, o si lo prefieres a 22 jornadas de andanzas por la costa cántabra y el interior de Galicia.
Aún así te quedarán más de 360 Kilómetros aún de costa por descubrir, si te gusta como a nosotros, sentir la brisa del mar refrescar tu cara mientras tus pasos se dirigen hacia el oeste.
Fotografía de Woman To Santiago
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