La pequeñez y la grandeza son en ocasiones beneficiosas para un propósito, y en otras, todo lo contrario. Al que estas líneas escribe le gustaría, ahora, ser grande, pues llevar la contraria siendo pequeño es como pedir la independencia de La Rioja. Un poco chungo.
Tal vez sea el carisma de Banderas o lo bien que llevaba preparado su discurso de caballero andante, de sufrido emprendedor, pero lo cierto es que su mensaje hacia la dificultad de rodaje de su última película como actor y productor, Autómata, dirigida por Gabe Ibañez, ha calado. Un rato, un rato ha calado.
Y es que se nota, se nota la mano del malagueño, aunque solo sea en el reparto, que deja un olor a llamadas telefónicas a viejos amigos o conocidos que incluyen a su ex mujer Melanie Griffith (lo siento si este término es prematuro pero la parte gossip de Hollywood se me escapa) y a actores como Robert Foster (con el que Banderas coincidió en 2009 con The Code) o Javier Bardem, que presta su voz a un personaje.
La película es sin duda especial, gracias sobre todo a su ciencia ficción apartada, al menos a primera vista, de lo digital y derrochando amor por lo analógico. Posee escenas que tienen valor aunque solamente sea por el esfuerzo (casi siempre y de nuevo de Banderas) que se denota, consiga este o no estar a la altura de las expectativas de un público que tiende con demasiada facilidad a dejar de defender lo que no le proporciona un temática directamente morbosa o una justificación para sus gafas de pasta.
Y si, estoy hablando del baile.
Mentiría descaradamente si dijese que no hay problemas. En primer lugar, el derrumbamiento de todas las justificaciones de presupuesto y medios cuando pensamos en ejemplos de ciencia ficción española recientes como Eva. Tal vez esta cinta de Kike Maíllo sea menos ambiciosa, sí, pero también mucho más efectiva, mucho más redonda e igualmente personal. Porque si ambiciosa quiere decir arrogante, mal.
Luego Autómata se enfrenta a odiosas comparaciones: cualquier espectador más o menos joven creerá durante un tiempo que está viendo Yo, Robot.
Y por último, la historia naufraga varias veces y trata de mantenerse gracias a un personaje que, si bien comienza definido y con carisma, termina siendo completamente incongruente en sus emociones y comportamiento físico. Por mucho que Banderas lo lleve al extremo, tal vez ese no sea el camino. No todo tiene porqué ser Walter White y Heisenberg.
En una frase: mucho esfuerzo, que hay que reconocer, pero poca calidad que vaya a convencer.