Sentados allí como si nada fuera a suceder. Relajados, pausados y con los dedos entrelazados acariciándose suavemente mientras veían la película. Era una mera excusa. Una absurda excusa para estar el uno con el otro. La película era lo de menos.
No había palabras dichas entre ellos, no hacía falta. No hacía falta porque todo era diferente entre Dani y Paula. Bastaba con mirarse. El único requisito para saber que todo estaba bien era mirarse. Solo bastaba con eso.
Sus miradas contaban historias que solo ellos entendían. Y sin reparo sus cuerpos se inclinaron hacia el deseo sin un mañana seguro.
Las yemas de sus dedos ardían como aquel infierno del que todos queremos escapar. Ese mismo miedo que les hacía permanecer a quemarse entre sus cuerpos. Convertirse en cenizas en un lecho de exaltación.
Sin reproches de olvidos, sin exigencias del guion, sin premeditación los besos que narraban los versos más dulces. Las caricias que latían a perfumes desnudos.
A tientas resbalaban los abrazos, con las manos sucias de deseo. Pero todo era diferente. Las almas bailaban descalzas en el dormitorio, errantes pero dichosas. Los susurros, jadeos y gemidos ensordecían el silencio de la noche.
La saliva era el lenguaje más evidente y universal que encontraron.
Paula yacía sobre el colchón con manos inquietas exigiendo el calor perturbador de Dani.
Tejían una red de piel y saliva entre sus cuerpos, evitando que ninguno de los dos pudiera escapar de aquel sueño.
Paula recostada en la cama desataba sus más primitivas fantasías. Observaba sin perder detalle como Dani lamía sus pechos. Le excitaba mucho mirarlo. Ver como se esmeraba en proporcionarle placer. Contemplar como se deleitaba entre sus senos. Admiraba como jugaba con sus pezones y como introducía su cabeza entre ellos. Le perdía aquella imagen, era una autentica gozada disfrutar de aquella sensación física pero a la vez tan visual.
Paula sentía la humedad del encuentro dentro de su ser. Palpitaba de deseo, de ansias por tener a Dani sacudiendo sus caderas al ritmo de un torrente de frenesí. Y no tardó en llegar aquel maravilloso momento en el que ambos cuerpos se entrelazaron. Una batucada sacudía con fuerza la carne, desatando el bajo vientre en un torbellino de palpitaciones algodonadas.
Aun con los cuerpos calientes sobre el colchón, permanecían agitados hasta las entrañas. Sudorosos y tórridos muslos que ponía fin al momento de cinturas inquietas pero de almas benévolas... porque todo era diferente.
Existe entre nosotros algo mejor que un amor; una complicidad (Marguerite Yourcenar)
LES QUIERO CON MUCHO HUMOR
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