Febrero de 1985. Hace 30 años, el Perú vivió un momento histórico y único. Por primera vez en la historia, un Papa pisaría tierra peruana y permanecería cinco días en el Perú. Desde que se supo la noticia de la llegada de Juan Pablo II, se generó una tremenda expectativa en nuestro país, no solo de la población católica sino de todo el país. Y el Papa Juan Pablo II visitaría Lima, Arequipa, Ayacucho, Trujillo, Piura e Iquitos, del 1° al 5 de febrero del 1985. En ese año 1985, el presidente era Fernando Belaunde Terry y su gobierno se encontraba sumamente desgastado y en el mes de abril se llevarían a cabo las elecciones presidenciales y el claro favorito era el candidato del APRA, Alan García. Y comenzando febrero, a dos meses de las elecciones, se venían con todo las campañas presidenciales de los candidatos. Pero durante los primeros cinco días de febrero, todo lo áspero de la política pasó a un segundo plano, con la presencia del Papa en nuestro país. Banderitas amarillas con blanco flameaban en las calles limeñas. En los corazones de niños, jóvenes y adultos, una frase resonaba sin cesar: "Juan Pablo, amigo, el Perú está contigo". Fue un acontecimiento sin precedentes que conllevó múltiples significados y hechos, debido a que se llevó a cabo durante una época de crisis económica y con el país amenazado por grupos terroristas. A nivel personal, una de las más gratas noticias que recibí el domingo 27 de enero en misa de 12 en la Parroquia San Felipe, fue saber que el Papa pasaría en su conocido "Papamóvil" por toda la calle Prescott, que se encontraba ubicada a tres cuadras de mi casa, el domingo 3 de febrero, día de mi cumpleaños Nº 22. Ni en mis más idealizados sueños me imaginaba tener la dicha de ver a un Papa y justo que esto sucediera el día de mi cumpleaños. Solo quedaba esperar ese mágico momento.
No pretendo hacer un resumen detallado de lo que fueron esos cinco días de Juan Pablo II en el Perú, pero sí destacar aquello que quedó grabado por siempre en el corazón de los peruanos. El viernes 1º de febrero de 1985, a las 7:10 pm. llegaba el avión que traía al Papa por primera vez aquí. Todos los canales de televisión transmitían acontecimiento histórico y cuando el avión aterrizó la emoción iba en aumento. Cuando se abrió la puerta del avión y apareció la figura de Juan Pablo II se sintió una gran emoción y de inmediato bajó por la escalinata del avión y se inclinó a besar el suelo peruano. Fue recibido por el presidente Belaunde, el Arzobispo de Lima Juan Landázuri Ricketts, el Nuncio Apostólico Mario Tagliaferri y autoridades políticas y eclesiásticas. Me acuerdo que el Papa mostraba un rostro de cansancio por el viaje, pero siempre con la sonrisa y mirando fijamente a quienes se dirigían a él. Luego del recibimiento, Juan Pablo II se dirigió hacia la Catedral de Lima, donde ofició una misa. Al día siguiente, sábado 2, estuvo en la mañana en Arequipa y en la tarde se llevó a cabo el encuentro del Papa con los jóvenes en el Hipódromo de Monterrico y fue algo apoteósico y el hipódromo se llenó totalmente. Nunca antes se había visto tal concentración de personas en un recinto cerrado y todo el país estuvo pendiente de este inolvidable encuentro.
Al día siguiente, domingo 3, recibiría uno de los regalos de cumpleaños más maravillosos que Dios me dio: ver al Papa a pocos metros de distancia. Ese día, recuerdo que me fui a misa de 12 y terminando, me di una vuelta por la calle Prescott, la cual estaba abarrotada de gente, la gran mayoría vestidas de blanco y amarillo. El ambiente que se vivía era una verdadera fiesta y los rostros de todas las personas allí era de entusiasmo, alegría y emoción. Me acuerdo que me encontré con dos amigos, y poco rato después, retorné rápido a casa para almorzar y con las mismas regresar para aguardar el momento tan esperado cuando pasara Juan Pablo II en su Papamóvil. Quedé en encontrarme con un amigo allí a las 2:30 pm, y mis viejos y mi hermano también fueron a la calle Prescott, pero por su lado. Regresé a las 2:40 pm -estaba rico el almuerzo que habían preparado en casa por mi cumple Nº 22- y la emoción iba en aumento. Me había ubicado justo al frente del colegio Sophianum y la pista estaba totalmente despejada y todas las veredas estaban colmadas de gente, pero si hay algo que fue destacable fue el orden, la organización y el respeto que había allí y que se respiraba en el ambiente. A medida que pasaban los minutos, la emoción iba creciendo y el corazón palpitaba a mil por hora. Cuando minutos antes de las 3 pm, alguien dice por allí: "Ya salió del Nuncio Apostólico", el cual estaba ubicado en las primeras cuadras de la Av. Salaverry, la expectativa llegaba a su punto más alto. Minutos después, la policía por megáfonos anuncia: "El Papa ya está entrando a Prescott", y la gente desbordaba de emoción. Las patrullas que iban adelante al entrar a Prescott, por el megáfono dijeron: "Muchas gracias por su colaboración". Yo estaba a tres cuadras cortas del inicio de Prescott y a la distancia se divisó el Papamóvil. La gente gritaba de la emoción, flameando sus banderitas blancas y amarillas, y segundos después, a una velocidad regular, pasó Juan Pablo II. En mis 51 años -52 dentro de unas cuantas horas- nunca viví una emoción tan indescriptible. Y tuve la dicha de que en el momento en que el Papamóvil pasaba por nuestro lado, el Papa Juan Pablo II giró para dar la bendición hacia el lado donde nos encontrábamos ubicados, a muy pocos metros de distancia. Fue ver en carne y hueso a un personaje que solo uno lo veía por televisión y en las noticias y debo confesar que la emoción me hizo derramar algunas lágrimas. Pero no era el único. Minutos después, cuando el Papa ya había pasado y se encontraría por otras avenidas o calles, toda la gente estaba con un rostro radiante de felicidad y muchos lloraban de la emoción. La sensación de ver a Juan Pablo II fue única, porque en los pocos segundos que pudimos verlo, su expresión y su sonrisa -que pudimos verla en ese momento- trasmitían una paz única. Sinceramente, me acuerdo muy poco lo que hice después ese día en mi cumpleaños. Pero lo que quedó por siempre en mi memoria y en mi corazón, fue el regalo divino que Dios me dio: ver al Papa en mi cumpleaños. ¿Qué más podía pedir?
En los dos días siguientes, el Papa estuvo en diversas ciudades del país y se recuerda bastante su fuerte crítica hacia el terrorismo en Ayacucho, o cuando en Villa El Salvador con firmeza señaló que no podía haber hambre de Dios y tampoco hambre de pan. Y algo que también quedó grabado en los corazones fue cuando estando en Iquitos, el Papa dijo sentirse charapa, provocando la alegría del pueblo de Iquitos. Finalmente, a la 1 pm del martes 5 de febrero, el Papa Juan Pablo II se despidió de los fieles peruanos en la tropical ciudad de Iquitos y partió hacia Trinidad y Tobago. Se habían rápido los cinco primeros días de febrero y realmente el país había quedado deslumbrado con la presencia de Juan Pablo II.
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Tres años después, en mayo de 1988, Juan Pablo II volvió al Perú, con ocasión del Congreso Eucarístico Mariano Bolivariano, en un viaje que duró 40 horas, a diferencia de la anterior visita que duró 5 días. Sin duda, Juan Pablo II fue un Papa diferente, que supo ganarse el corazón de los fieles. Fue el primer Papa polaco y su pontificado duró 26 años y llevó el mensaje de Dios a muchos lugares del mundo, lo que le ganó el apelativo del "Papa Viajero". El 2 de abril del 2005, a la edad de 84 años, Juan Pablo II falleció, luego de que salud se viera muy quebrantada en los últimos años.
Pero para los que tuvimos la suerte de vivir esos cinco días mágicos de febrero de 1985, fue una bendición la presencia del Papa en el Perú. NUNCA ví al Perú tan unido en torno a una figura de la talla de Juan Pablo II. Todas las diferencias políticas fueron dejadas de lado, no hubo enfrentamientos políticos, parecía algo utópico y de fantasía. Por lo menos, por cinco días, los peruanos nos sentimos más buenos, tolerantes, generosos, servidores del prójimo. La sola presencia de Juan Pablo II bastó para que la fuente de nuestra vida, el corazón, se abriera con toda su bondad. Y todo ello sucedió hace 30 años, y me acuerdo como si hubiera sido ayer y lo recuerdo maravillado.
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