Un relato de martes.
Hola a todos y bienvenidos. Ya os había comentado que mi intención es intentar publicar cada día de esta semana y la siguiente porque luego en Navidad no sé aún lo que haré.
Hoy me atrevo a poner un relato, que ya sabéis que me da mucha vergüenza compartir mis escritos. Este en concreto lo había escrito para un certamen de relato de misterio, y tenían que ser relatos cortos, hasta mil palabras, más o menos, pero al final no me decidí a enviarlo. Y me he acordado y me animo a compartirlo. Espero que os guste y no se os haga pesado.
LITO EL DE LOS JUEVES.
El teléfono saca de la cama a Manuel y éste, con un gruñido, responde a la voz que le ordena ir al Bar Alcázar.
Se viste dando tragos a un café frío, en un vano intento de despertar.
Cuando llega a la escena del crimen despierta de golpe. En un barril de cerveza que esperaba en la puerta a ser guardado, ve el cuerpo de un hombre terriblemente hinchado y deformado.
Minutos después aparece el juez de guardia, que ordena levantar el cadáver y Tomás, el forense, supervisa la operación.
Ahora toca buscar pistas e interrogar a testigos, tras comprobar que en el barril no hay huellas.
Fernando, el dueño del bar, es quien lo ha encontrado al reponer la cerveza. No sabe quien es y la policía le dice que sino porta documentación lo avisarán para que lo identifique en la morgue.
El cadáver no lleva identificación, así que avisan a Fernando, que había pedido a todos los santos que conocía que le evitasen semejante trago.
Cuando en aquella fría y aséptica sala levantan la sábana que cubre el rostro de la víctima, respira hondo y susurra pero si es Lito, el de los jueves y explica que la víctima es un hombre que acude cada jueves a jugar al dominó. Vive en una pensión del centro y está prejubilado, pero no sabe más.
La comisaría en pleno se vuelca para identificar a Lito, y tras peinar la zona y preguntar en todas las pensiones de mala muerte del centro descubren que su nombre es Manuel Vargas Ojeda.
Mediante uno de los hombres con los que jugaba al dominó encuentran a un amigo de juventud, y Manuel lo interroga para esclarecer la vida de su tocayo.
Charlando con el amigo puede descubrir que Lito era un alma inquieta y tuvo varios empleos; marinero, cirquense, regentó una pensión donde tenían lugar encuentros clandestinos y fue operario en una fábrica de aceitunas.
Esa tarde Manuel asiste a la autopsia así que se ahorra el papeleo, de momento no hace el informe y ya de paso ni comparte con nadie lo que ha averiguado.
La susodicha autopsia es muy desagradable; hay un cuerpo deformado y un olor indescriptible flotando por la sala, mezcla de muerte con cerveza rancia, y en muchos momentos teme vomitar.
El forense realiza la incisión en y griega, saca y pesa los órganos, toma muestras de todo y hace un examen minucioso.
─Veo una herida en la parte posterior de la cabeza, hecha con un objeto contundente y romo como indican las ramificaciones y la falta de astillas en el hueso─. Explica─ Las pruebas dirán si estaba muerto cuando lo metieron en el barril aunque a primera vista no aprecio cerveza en los pulmones, por lo que supongo que lo estaba. Murió en torno a las tres de la madrugada de la noche pasada, y el golpe llegó por sorpresa, no hay heridas defensivas, ni restos de ADN en sus uñas, además del hecho de tener el golpe causante de la muerte en la parte posterior de la cabeza.
La autopsia acaba pronto, y Manuel, guiado por un sexto sentido que le ha impedido compartir con nadie sus descubrimientos, y sin consultar al comisario, decide seguir los últimos movimientos de Lito, necesita hablar de nuevo con sus compañeros de dominó.
Ellos apenas pueden aportar alguna luz que esclarezca los hechos, pero preguntando e insistiendo descubre que ese día había perdido el DNI, y había ido a comisaría para pedir otro.
Luego vuelve a la pensión y allí puede corroborar que esa tarde Lito acudió puntual a la partida, partida en la que según sus compañeros estuvo nervioso y distraído, y se ausentó temprano, diciendo que tenía dolor de cabeza.
Todos concuerdan en que iba más arreglado que de costumbre, olía incluso a la colonia barata que reservaba para recibir a las damas a las que pagaba para que acudieran a su sórdida pensión de vez en cuando.
Tras abandonar a los amigos su rastro se perdía misteriosamente.
Manuel insiste y no se rinde, pero la investigación se ha estancado. Días después llegan los resultados de la autopsia; no hay rastro de líquido en los pulmones, estaba muerto al introducirlo en el barril.
Esa tarde, de forma bastante sorprendente, el comisario habla con Manuel.
─Conozco los resultados de la autopsia y es un callejón sin salida; deberíamos cerrar el caso y centrarnos en cosas importantes ─. Dijo.
─Tenemos muy poco pero me gustaría intentarlo unos días más, sé que se nos escapa algo pero tenemos pistas, solo es cuestión de tiempo─. Pidió Manuel.
─Imposible, los de arriba quieren que investigue la oleada de robos en casas y el asesinato de una turista alemana, que está presionando el consulado y ha pasado a ser prioridad. No podemos perder el tiempo con un viejo casero de vida irregular. Haz el informe, cierra el caso y habla con Ángel para empezar con la turista.
Manuel sale del despacho enfadado y empieza a rellenar el informe. Al poner los empleos del finado recordó que no había dicho a nadie nada de éstos; ¿cómo sabía el comisario que había sido casero?
Nervioso, decide hurgar en el pasado del comisario, tiene una corazonada muy muy fuerte.
No es fácil revolver en el pasado del jefe, pero dedicando tiempo y esfuerzo logra hacer un retrato del hombre al que debe obediencia. Durante los años que llevaba allí fue intachable, así que tuvo buscar en los antiguos destinos, y mirando con atención descubre que había vivido en la misma ciudad que Lito, cuando éste regentaba la pensión de los encuentros clandestinos. Ha encontrado un nexo y una luz se enciende en su mente.
El problema es encontrar el momento y la oportunidad y probarlo o hacer que el comisario confiese.
Esa noche va a las tiendas cercanas al Alcázar y descubre una con cámara de seguridad. La suerte está de su lado y cuando solicita las imágenes el dueño no le pide la temida orden judicial que retrasaría todo.
Las imágenes son difusas; solo sale alguien de espaldas arrastrando un cuerpo. Pero ampliando la imagen asoma una pistola bajo la chaqueta de quien arrastra, y se ve claramente que es un arma reglamentaria.
Con esta prueba pide una orden para examinar con luminol todas las pistolas de comisaría y ver si alguna tiene restos de sangre. Sabe que el comisario es culpable pero es mejor no alertar y pedir el arma de todos los empleados. No quiere darle la oportunidad de escapar.
Cuando pasan a recoger la pistola el comisario intenta darles una del cajón del escritorio, pero Manuel sabe que lleva una encima y le dice que necesitan el arma reglamentaria, y al ver la cara de odio del hombre sabe que lo tiene.
Los siguientes días se suceden en una especie de vorágine, Manuel sigue día y noche al comisario para impedir su huida, y éste, quizás asustado por la vehemencia del hombre, renuncia a escapar.
Cuando llegan los resultados se demuestra que la sangre de la pistola del comisario es de Lito y el hombre, acorralado tras la vigilancia de Manuel y tras más de cinco horas de interrogatorio, ha confesado.
Al parecer la víctima y él se conocían porque el comisario, años antes, se reunía con su amante, un banquero importante, en la pensión que regentaba el fallecido.
Al trasladarse aquello quedó atrás, pero aquella mañana Lito lo vio cuando fue a por el DNI, le reconoció al instante y se encendió su avaricia; después de una breve y tensa conversación quedaron en verse.
En ese encuentro la víctima le chantajea diciendo que sino le paga 200.000 euros les contará a todos lo que sabe, destruirá esa reputación que tanto le ha costado conseguir, y el comisario, asustado, le pega con la culata de la pistola en la cabeza cuando éste le da la espalda.
En esos instantes se da cuenta de lo que ha hecho y asustado no sabe qué hacer con el cuerpo, pero entonces recuerda que ha visto unos barriles de cerveza a la entrada del bar, que estaba a dos calles, y amparado en la oscuridad lo arrastra y lo deja allí.
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Manuel acude al entierro de Lito. Solo están sus tres amigos del dominó y su amigo de juventud, cuatro almas derrotadas despidiendo a un alma cegada por la avaricia.
Bueno, pues hasta aquí el relato, espero que no os haya resultado demasiado pesado.
Mil gracias por leerme y nos vemos mañana con algún truco.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Hasta mañana!!!!!!!!!!!!!