Verás. Cuando una se estruja los sesos buscando el perfecto primer párrafo, es que espera algo grande, algo muy grande, algo que no se puede expresar con palabras ni leer en voz alta, porque son emociones y letras como canciones, que si se cantan, un nudo aprieta la garganta y corta el habla, y anula la voluntad y la intención de ser sensata. Y te parte por la mitad. Porque cuando una se pone frente a un papel del que desconoce el final, el principio pinta tan atractivo como aterrador. ¿Y con qué palabras comenzar? ¿Y con qué verbos, hacer soñar? Porque quien lucha con la emoción que provoca la elaboración de un primer párrafo, sabe que sus intenciones tienen algo que ver con amor, con eternidad, con inmensidad. Y sueña. Y desea. Desea que quien lea, se quiera quedar, que quiera seguir letra tras letra adentrándose en lo más profundo de su alma.
Quien escribe, quien tiene la valentía de comenzar un primer párrafo, desea tardes en un porche, con una silueta sentada en un banco, forrando de palabras sus recuerdos. Desea mañanas sin final y noches eternas, noches felices, que parten siendo simples desconocidas que no cruzan ni miradas, y que acaban encontradas en un punto y a parte que vuelve a iniciar, que vuelve a empezar. Desea que quien lea espere más, que se quede con las ganas de más, y nunca de menos, jamás de menos. Que nada se le haga largo, que todo sea corto, muy corto, muy breve, que dicen por ahí que es dos veces bueno. Porque si se hace corto, es porque te ha gustado. Y lo sabes.
Pero claro, por mucho que te esfuerces en un buen primer párrafo, habrá gente que no quiera estar, que no le guste lo que lee, por mucho que para ti sea magia. Ojeará la primera frase y posiblemente, encienda la radio, o ponga la tele, o salga de casa. Puede que no valore lo que has hecho, no porque no tenga valía lo tuyo, ni porque no sepa valorar, sino porque puede que, sencillamente, su corazón esté preparado para enamorarse de otro tipo de contenido, de otras palabras, de otra tipografía. Tal vez le parezca bonito para leer una vez, pero muy probablemente no será su libro de cabecera, no releerá ni colgará fotos en Instagram con trozos de tus pensamientos. Y no pasa nada. ¿Sabes por qué? Yo te lo digo: lo que para alguien puede resultar banal, para otro acaba siendo primordial. Así que mi consejo es que nunca dejes de escribir, y lo más importante: que nunca cambies tu manera de escribir para tratar de gustar más, porque la belleza no está en la mano que escribe, sino en el ojo que lee.
Y sí, ahora ya sabes lo que viene: No que hay que dejar de iniciar, aunque llegue un final, porque todo puede que acabe siendo como un primer párrafo. Supongo que algo así, lo escribí hace algún tiempo, en alguna hoja suelta que voló por la ventana, que estaba abierta. Lo escribí cuando te volví a encontrar. Lo escribí poco antes de que me volvieras a encontrar. Y parece que provoqué con mis líneas un nuevo naufragio, un nuevo desastre natural, sin querer pero queriendo. Queriendo pero sin querer. Tú me conoces. Sabes que nada escrito vuela en el olvido, que todo tiene una razón, un porqué, una explicación. Que mi corazón necesita salvación, una salvación que pensé que tú también me sabrías dar. Pero no. Tú fuiste un atropello, algo que apareció sin más y me colgó como un cuadro, arriba, tan lejos del suelo, tan frágil y tan a riesgo de caer. Cuánto temor. Cuánta ilusión. Sin saber. Sólo sintiendo, sólo queriendo a más no poder. ¿Y ahora? En fin. En fin; al fin puedo decir de verdad que hubo un fin.
Sabes que siempre quise que te quedaras a leer el resto de mi libro. Que quise hacer de mi primer párrafo algo que te dejara en estado de shock, y que nunca despertaras del letargo, y que te quedaras a mi lado, sorbiendo cada instante, cada palabra, cada línea que no te llegué a escribir, pero que te dije al oído. Que te quiero, que te quiero, que te quiero. Eso nunca apareció en mi primer párrafo, pero no hizo falta, porque lo mostraba mi mirada. Esas cosas no se dicen de primeras, y lo sabes. Pero se saben, se huelen, se intuyen. Y desde que empecé a recitar con mi “Érase una vez una chica que…” tú lo supiste.
Y sé que a ti te va otro estilo de lectura. Que pasas de mis novelas románticas y de mis poemas bajo la cama. Sé que ni yo ni tú, que en estas cosas nunca hay culpas. Pero si me dejas echarte algo en cara, quiero que sea el porqué dejaste que empezara a quererte tanto, el porqué dejaste que me fundiera hasta derretir tanto fondant, hasta mojar de tantas lágrimas este cuaderno. Déjame decirte que si sólo, por un momento, te quedaras a leer, reconocerías la importancia de un primer párrafo, reconocerías tanto esfuerzo, tanto amor edificando este sueño.
Este relato aparecerá en mi libro.
Ya va quedando menos.
Gracias por leer.
M.
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