-Que ella le rescató a él.
(Pretty Woman)
Mi antigua casa fue un castillo. Sí, como lo lees, un castillo. Tenía un foso y una puerta levadiza. Estaba plagado de guardianes de hojalata y lámparas de araña. Y tenía un dragón, formaba parte de los gastos, me entraba con el alquiler. Y estaba bien, era un buen animal de compañía. No daba mucha guerra, pero bueno…cuando bostezaba me quemaba las cortinas.
Decoré cada estancia con amor, haciendo muchos viajes al reino de Ikea. Llené la cocina de pre-cocinados y manteles desechables, y vestí el baño de albornoces bordados con su nombre.
Decidí que mi dormitorio estaría situado en lo más alto de la más alta torre, con vistas a la montaña y a los jardines. Encerraba un encanto especial, contaba historias de princesas y despertadores. Moqueta rosa y cuadros grises. Tocador blanco y chimenea a pilas. Era tan bonito que planté mi colchón y decidí que ahí cerraría los ojos y abriría la imaginación. Y soñaría.
Decidí que ahí me quedaba, a esperar.
Decidí que ahí me sentaba, a verle llegar.
Y esperé. Esperé tanto que las pilas de la chimenea se agotaron. Sentada en la moqueta, miraba los cuadros tantas horas por aburrimiento, que hasta (creo que) cambiaron de color. Pasaron del gris al verde. Verde esperanza. Que la esperanza es lo último que se pierde. Y me quité el reloj y dejé de medir el tiempo que pasaba mientras que esperaba. Y dejaba la ventana abierta siempre, aunque hiciera frío, aunque hiciera calor, aunque lloviera.
Yo creía que vendría a salvarme. A salvarme del tedio y de la rueca. A salvarme de mis pensamientos y de mi temor a no ser salvada. A hacerme creer que yo también podía ser despertada con un beso, y no con la alarma del móvil. Yo pensaba que vendría, y que saldríamos juntos a pasear al dragón.
Pero no. Nunca vino. Tal vez fuera que se le escapó el caballo y por eso no pudo llegar. Y ya sabéis, el transporte público va fatal. Y además, puede que no avisara porque la paloma mensajera estaba de día libre. “Y las señales de humo no me llegan. Debe ser porque no tengo wifi, aquí tan arriba, en lo más alto de la más alta torre. Sí, será por eso que no me llegan sus mensajes. Se retrasa, pero viene.”
Debe ser que le ha salido una batalla por el camino, o una birra con algún amigo.
Vendrá. Vendrá. Vendrá.
Aún no voy a cerrar la ventana.
¿Pero y si no viene porque no, sin más? ¿Y si tiene otra princesa en otro reino? ¿Y si está en peligro y necesita ser salvado él?
Ya no es el príncipe el que salva a la princesa. Ahora es la princesa la que salva al príncipe.
Esas suelen ser las tres preguntas que nos hacemos por lo general, o que deberíamos hacernos. Pero curiosamente, la ceguera de algunas relaciones nos lleva casi siempre a la tercera cuestión. ¿Un auto-engaño? Tal vez. ¿Algo real en ocasiones contadas? Pues también podría ser. Pero creo que casi siempre es mejor querer salvarte tú a querer salvar a alguien que ni te demuestra que quiera evitarte el daño que te hace la rueca al pincharte el dedo.
Y no sé porqué pasamos tanto y pintamos tanto de verde la cruda realidad. No sé porqué pensamos que alguien que pasa de nosotras tal vez sea “porque está triste y agobiado y necesita que le salvemos del fatal desenlace que le supondrá que se rompa el hechizo”. No sé porqué pensamos eso.
No sé porqué nos ponemos el disfraz de caballero, cuando en realidad queremos ser princesas.
Sí. Princesas. Unas tontas princesas de cuento.
Y no nos damos cuenta de que perdemos la corona rogándole a un amor que muy posiblemente no merezca nuestras atenciones. No vemos que la dignidad del tul de nuestra falda se pierde cuando nos vendemos por una migaja, por una minúscula molécula de amor. No vemos que la princesa nace, que nadie la hace. Que nuestro valor no fluctúa como los valores en la Bolsa. Nuestro valor sigue intacto aunque alguien deje de querernos.
Porque la vida es cambio y el amor va con ella. No son líneas paralelas, siempre se encuentran. Y conforme cambia la vida cambia el amor, y viceversa. Y las personas no paramos, andamos sin parar, exploramos caminos, avanzamos sin darnos cuenta. Y perdemos peso, vaciamos el corazón cuando la cabeza nos dice que ya no. Cambios, todo son cambios. ¿Cómo no iban a cambiar también los sentimientos?
¿Y sabes qué?
No pasa nada.
Porque si tu príncipe no te salva, tal vez no sea tu príncipe. Porque si esperas ser salvada, tal vez deberías saber que nadie va a salvarte mejor que tú misma.
Míralo de este modo: es mucho más sano para tu pelo poner una escalera en la ventana y bajar tú sola, sin necesidad de tirar la trenza y que trepen por ella. Qué dolor. Calla, calla.
Y en serio, si nada nos salva, qué más da.
Sé quien quieras ser. Princesa o caballero. Modelo o carnicera. Actriz o vendedora. Sé quien desees ser y aprende a cerrar la ventana cuando no entre más que agua. Sé quien tú eres, poniendo tu valor en alza, alzando la sonrisa, alzándote hasta el sol, tengas príncipe o no.
Y aprende que esto no es cuestión de castillos ni cuentos, somos sólo personas. Simples seres no-mágicos, que no saben qué hacer cuando se enamoran. Que cometen errores. Que no saben lo que quieren. O si. Al final siempre es eso, una cuestión de querer o no querer. Y volverás a querer. En serio. Y te volverán a querer. En serio.
Y si nada nos salva, que nos quede la poesía.
Y si nada nos salva, que nos queden las amigas.
M.
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