La casa de la playa es un sitio raro para ir en noviembre, pero Hugo quiere ver feliz a su madre. Aunque Sam no deje de advertirle que pasan cosas extrañas. Aunque por la noche escuchen los susurros de las sirenas que quieren llevarlos al fondo del mar.
Y cada vez se las oye más cerca…
Reseña: Preparad vuestra linterna con una dosis extra de pilas y agarraos, que vienen curvas. O sirenas, que es lo que le da miedo a Hugo. Para sobrevivir a estas vacaciones de noviembre, va a necesitar echar mano de todos sus dinosaurios de juguete y confiar en su amiga invisible, Sam más que en su propia madre.
Marina despliega en esta historia todos los elementos para que suframos la angustia que puede sentir un niño pequeño ante una situación que no comprende y que le aterroriza, aunque trata de ser valiente; todo lo valiente que puede ser un niño, claro.
Sus padres están separados, y Hugo vive habitualmente con su padre y la pareja de este, otro hombre. Su madre ha insistido en llevárselo de vacaciones a la casa de la playa, y aunque noviembre no es la mejor fecha para ir a bañarse en el mar, Hugo trata de aparentar normalidad para que su madre no esté “triste”. Porque el niño, a pesar de su edad, sabe que su madre necesita esas dosis de felicidad para estar bien. Porque teme sus momentos de ausencia.
Pero si hay algo que teme Hugo realmente es a las sirenas. Influenciado por los cuentos de su infancia, teme que se arrastren desde la orilla para llevárselo al mar. Las noches en la casa de la playa, por tanto, se convierten en una pesadilla de la que le cuesta distinguir realidad y ficción. Todos hemos sido niños, y es muy fácil sentir empatía con los terrores infantiles y en las maneras de afrontarlos, y a la autora se le da muy bien situarnos en esa atmósfera asfixiante como puede ser la habitación de un crío. O bajar a oscuras a por pilas.
Si bien aquí la gran protagonista no es la que se espera, pues es la madre la que a medida que avanza la trama va adquiriendo peso hasta llegar a resultar francamente inquietante en la lectura del texto.
Pero sí que hay algo que no terminó de encajarme en Canción de sal, y creo que es un defecto que encontramos a menudo en historias protagonizadas por niños pequeños: se les otorga un razonamiento demasiado adulto y en ocasiones choca con la edad real del protagonista, aunque en este caso se apoya en Sam, su amiga imaginaria; en boca de ella se pueden atribuir frases escuchadas a los adultos de su alrededor sin que sea especialmente chirriante.
En resumen: Marina nunca decepciona. En esta historia vais a tener una sensación constante de que algo no encaja, y a medida que se levanta el telón de fondo de la historia la angustia crece por momentos. Muy recomendada. Puntuación: 4/5.
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