Esta imagen, que me llegó hace unos días a través de una red social, movilizó uno de mis mecanismos de reflexión más profundos. Y es que, en su prístina sencillez, nos obliga a cuestionarnos qué es lo que realmente deseamos SER en la vida, de cara a un mundo en el cual la valoración individual gira mucho más en torno al HACER y al TENER.
No es lo que soy. Es de lo que trabajo.
Recuerdo una anécdota personal que me hizo plantearme por primera vez el tema: era sábado a la noche y me encontraba en una reunión social, cuando se me acerca una señora vagamente conocida, y me encara sin rodeos:
- "Tú eres abogada, ¿verdad? Porque resulta que me surgió un problemita…"
Con una sonrisa cortés pero gélida, la interrumpí.
-"Usted está equivocada, señora: abogada es de lo que trabajo, no lo que soy; así que si es tan amable, llámeme el lunes en horario de oficina y estaré encantada de evacuar su consulta".
Desde luego, la señora en cuestión nunca llamó, y es probable que esa y otras ocasiones posteriores en que di idéntica respuesta me hayan privado de generarme más clientela y sus consecuentes ingresos económicos (de hecho, fue un reproche concreto que recibí de gente muy cercana). Sin embargo, me pareció -y me lo sigue pareciendo hoy día- que era importante poner ciertos límites, sobre todo teniendo en cuenta la identificación que la sociedad suele hacer entre la persona de sus integrantes y la función que cumplen dentro de la misma.
En efecto, vivimos en un mundo donde desde muy pequeños se nos valora por lo que hacemos, mucho más que por lo que somos: se nos dice que para "ser buenas niñas" tenemos que hacer ciertas cosas (tener modales en la mesa, hacer la cama, lavar la taza del desayuno, juntar los juguetes) y no hacer otras (rayar los muebles, decir mentiras o palabrotas, pelear con los compañeros de juegos), y luego se nos evalúa en función de ese código de hacer/no hacer, a menudo con calificativos que apuntan directamente a nuestra persona y no a la situación concreta que motiva la reprimenda: "eres una descuidada" o"eres una mentirosa" en vez de "otra vez dejaste las muñecas tiradas" o "creo que lo que me estás diciendo no es del todo cierto". De este modo, lo que registramos a nivel subconsciente desde la más temprana infancia es que no seremos amadas ni aceptadas a menos que nos ajustemos a esos patrones de comportamiento impuestos desde fuera.
El rol de la educación formal.
Dicho esquema se acentúa y profundiza en cuanto se nos inserta en el sistema educativo formal: ahora pasamos a ser en función de una calificación, medida según supuestos estándares de habilidad académica (el niño "sobresaliente") o bien de adaptación a las conductas exigidas (el niño "cero falta"). Quienes por diferentes razones -que van desde la insuficiente maduración cognitiva hasta serios desajustes emocionales, pasando por el simple y mundano aburrimiento- de algún modo se salen de los límites preestablecidos, reciben etiquetas igualmente condicionantes, tanto de sus condiscípulos -el "tonto de la clase"- como de los educadores y técnicos -"hiperactivo", "agresivo", "problemático", "inadaptado".
Pensemos que esto se extiende en promedio unos doce años de nuestra vida, probablemente aquellos en los que nuestra mente se encuentra más permeable y necesitada de refuerzos emocionales para fortalecer nuestra autoestima. No es de sorprender pues que, una vez llegados a la edad adulta, asumamos como algo natural y lógico que nos consideren y valoren por nuestros méritos más que por nuestra esencia como seres humanos…
Y aquí me siento en la obligación de efectuar una digresión, para señalar desde la experiencia personal, el alto impacto que puede llegar a tener un título académico o un cargo de prestigio en un individuo que no tenga clara su identidad o afianzada su autoestima: resulta casi inevitable adoptar la muleta que nos ofrece el reconocimiento externo (con el brillo social que implica), llegar a mimetizarnos casi por completo en ella y comenzar a vivir desde el papel que representamos en la película, olvidando a la actriz que subyace detrás del maquillaje y que es quien en realidad da vida al personaje. Por eso encontramos tantas personas -en particular mujeres- que cuando se les pregunta: ¿Quién eres?, a menudo responden: "Soy la doctora…" (profesora, gerenta, contadora, directora) ¡incluso antes de decir su propio nombre! -excepto, desde luego, que se trate de una artista famosa cuyo nombre por sí mismo exprese la posición de privilegio que intenta resaltar.
En esa mimetización, perdemos de vista que ese título o cargo expresa apenas una faceta (ni siquiera la más importante) de lo que somos; porque definitivamente hay muchas más cualidades, talentos y valores en cada mujer de las que utiliza normalmente para generarse un ingreso económico. TODAS las mujeres (¡sí, tú también!) traemos en nuestro interior el potencial de ser mamás, maestras, sanadoras, consejeras, artistas, guerreras y brujas, así como de manifestar esos dones naturales de múltiples formas y en las más diversas actividades; y para activarlo, sólo tenemos que despojarnos del disfraz con el que representamos el rol de turno y conectarnos con nuestro Ser Esencial, esa mujer única y maravillosa que nos mira a los ojos cada día desde el espejo…
Gestar sueños y emprender desde al alma.
Por eso, en este espacio donde nos hemos propuesto alcanzar propósitos, gestar sueños y emprender desde el Alma, creo que antes de definir lo que queremos ser es importante reencontrarnos con quiénes somos. No obstante, a veces esta simple premisa se convierte en una auténtica tarea de arqueología, donde debemos despejar capa tras capa de condicionamientos externos (la opinión familiar, la televisión, las revistas de moda) antes de que aflore la mujer auténtica que subyace oculta. Pero como todo camino empieza por un primer paso, te propongo iniciarlo con unos ejercicios bien simples, aprendidos respectivamente de dos de las maestras más admiradas que he encontrado a lo largo de mi búsqueda: Sarah Ban Breathnach y Louise Hay.
EJERCICIO 1: Diez cosas que amo.
Elige un momento en que puedas estar tranquila y sin interrupciones; si lo deseas puedes poner una música suave o encender un sahumerio con un aroma que te resulte agradable. Siéntate cómodamente, con tu Diario Intensional o una libreta de notas y un bolígrafo a mano. Cierra los ojos y respira profundamente tres o cuatro veces, como aprendiste a hacerlo la semana pasada. Luego pregúntate: ¿cuáles son las cosas que REALMENTE me gustan?Escribe una lista de lo que te vaya viniendo a la mente, sin un orden particular de importancia; intenta enumerar al menos diez objetos o actividades que te despiertan verdadera pasión, de esas que disfrutarías el día entero si no tuvieras una agenda repleta de obligaciones. Siéntete libre; no te autocensures ni permitas que el hemisferio izquierdo del cerebro te condicione. Si lo prefieres (o te sientes particularmente inspirada) en vez de escribir dibújate a ti misma y a tus pasiones, o haz un collage con imágenes de revistas o de Internet. Ahora, regodéate releyendo tu lista o contemplando tu dibujo. Y recuerda que no es una lista cerrada: puedes añadirle nuevos ítems en cualquier momento. Después de todo, se trata de reconectarte con una vieja amiga, y seguramente cuanto más tiempo pases en su compañía, más nuevas y sorprendentes facetas irás descubriendo sobre ella…
EJERCICIO 2: Enamórate del espejo.
Tómate cinco minutos -puede ser en medio de tus actividades cotidianas- y mírate al espejo más cercano. No hablo simplemente de peinarte o retocar el maquillaje; quiero que te mires a los ojos profundamente, y entonces le digas a ella, la mujer del espejo: "Te amo, y te acepto exactamente como eres". Al principio puedes sentir resistencia, incluso parecerte algo ridículo; pero en la medida en que vayas reiterándolo, verás que se te hará natural. Incluso puedes agregar algún comentario positivo puntual, elogiándote el peinado, el brillo de tus ojos o la esplendidez de tu sonrisa. A continuación, pregúntale: "¿Qué puedo hacer hoy para hacerte feliz?"; escucha atentamente su respuesta… ¡y luego hazlo! (es probable que lo que ella te pida esté incluido en alguno de los ítems enumerados en el ejercicio anterior).
Recuerda que no hacen falta grandes despliegues de tiempo o dinero para obsequiarte a ti misma un momento de satisfacción: a veces basta con colocarte en las muñecas un toque de tu perfume favorito (si no puedes comprarlo por ahora, los probadores de la perfumería son una buena opción), cortar unas flores del jardín, poner música relajante mientras limpias los armarios o permitirte una barrita de ese chocolate que te hace caminar por las nubes. Lo importante es generarte el hábito de cuidar y mimar a esa amiga íntima con frecuencia tan olvidada… para que cuando tengas que decidir hacia dónde caminar, ella te retribuya guiándote certeramente por el sendero de tus pasiones auténticas, más allá de cualquier presión externa.
¡Abrazos y bendiciones para todas!