Perú. La Tierra de los Incas.(VIII). Pukará, Raqchi y Andahuaylillas.

Bien de mañana emprendimos el camino al Cusco, haciendo varias paradas fundamentales que enriquecerían aún más nuestro conocimiento sobre la cultura peruana.

La primera de ellas fue el Mirador de Pucarani, a casi 4.000 m de altura. Desde aquí se tiene la mejor vista de un conjunto de montañas entre las que destaca el Pucarani y al tiempo es el límite entre Puno y Cusco.





A unos kilómetros, en el diminuto pueblo de Pukará, se encuentra el pequeño pero interesantísimo Museo Arqueológico.

Aquí disfrutamos de los hallazgos que arqueólogos e investigadores han encontrado y reunido para deleite de los visitantes, como estelas de piedra y momias que nos muestran los ritos funerarios de la región,




La visita es corta, pero muy instructiva, ya que se centra en los enterramientos y los elementos que los conformaban, es decir, en todo lo que acompañaba al difunto en la otra vida, como alimentos, crías de llama disecadas, hojas de coca y abalorios.






Para terminar la visita, se nos muestra el origen del famoso Torito de Pukará, símbolo de la identidad andina.

Al parecer, un campesino indígena, para paliar la pertinaz sequía que sufría la región, tuvo la idea de sacrificar un toro al dios Pachakamaq. Evidentemente, el animal se resistió y en uno de sus movimientos hundió sus cuernos en una roca, de la que manó abundante agua, suficiente como para salvar las cosechas.

Desde entonces el Torito ha sido representado en pareja, como adorno de protección y abundancia y se coloca en lo más alto del tejado de las casas en casi todo el Perú rural.

Completa el conjunto una cruz, que es la vertiente espiritual, una escalera que simboliza el progreso, un gallo que simboliza el amanecer temprano y el cántaro de chicha que habla de la alegría, la fiesta y la amistad que produce su consumo.


Nuestra siguiente parada será el recinto arqueológico de Raqchi.

Lo que hoy visitaremos, es tan sólo una parte de la superficie total que ocupó en su tiempo, ya que poco a poco, tras su abandono, la población, eminentemente agrícola y ganadera, modificó el terreno para cultivar y construir sus casas.

El centro del actual pueblo está constituido por una pequeña plaza con una iglesia construida en estilo colonial en la segunda mitad del siglo XX, con unas curiosas torres que se levantaron en piedra pómez y argamasa, tal y como hacían los antiguos incas.




Casi cien años tardó en completarse el complejo, a lo largo de todo XX, aunque hay hallazgos que confirman que el lugar ya era sagrado para las culturas que precedieron a los incas.




El sitio consta de varias construcciones que se han ido rehabilitando a lo largo del siglo pasado, pero de todas sobresale por lo imponente el llamado Templo de Viracocha.


Este gigantesco edificio ostenta la fama de ser la más alta de las construidas por los incas, con casi 20 metros de largo. Lo que vemos hoy son las paredes de un templo de piedra y adobe con varias puertas, ventanas y columnas.


Era el centro de un complejo que englobaba tres funciones: la religiosa, para culto del dios creador del Todo, la administrativa, ya que era frontera entre los reinos quechuas y aymaras, y militar, rodeado por una extensa muralla que delimitaba y protegía la ciudadela.


El templo mide 92 metros de largo por casi 26 de ancho y en su momento tuvo un techo a dos aguas sostenido por unas columnas que llegaban a los 25 metros de altura.


Su tamaño y dimensiones nos hacen entender la importancia del dios para los incas, que lo consideraban creador de todo el universo, aunque no era el dios supremo, título que sólo ostentaba el dios Sol o Inti.


Alrededor del templo se levantan otras construcciones, como el Templo Inca Mayor, del que sólo quedan las bases, o las colcas, pequeñas construcciones circulares que servían como almacenes para abastecer a los visitantes y sobre todo a los chaskis, los mensajeros del imperio que recorrían la red de caminos incas.









También pueden verse los recintos, que eran viviendas o cuarteles donde residían los habitantes de Raqchi y el destacamento militar que se encargaba de su defensa.













Seguimos camino hacia la última para del día, la iglesia de Andahuaylillas.

Dedicada a San Pedro y conocida también como la "Capilla Sixtina de América", se construyó en 1572 en el nuevo pueblo a los pies de la sierra peruana.


El templo preside la Plaza de Armas, colorida con el verde y protegida con la sombra que dan los espectaculares árboles de pisonay o de coral, árbol patrimonio del Cusco con ejemplares que pueden tener hasta 190 años de antigüedad.


Integrada dentro de la Ruta del Barroco Andino, es famosa por su pintura mural, elaborada para la cristianización visual de los pueblos andinos en la fe cristiana. La fachada de la iglesia y la mayor parte del interior están cubiertas por estos murales evangelizadores, que rematan su hermosura con maderas policromadas y pan de oro. Su excepcional calidad y riqueza pictórica son únicas en todo el Perú.


La base para estos preciosos murales son las anchas paredes de ladrillo, barro secado al sol y columnas de piedra típicas de la época colonial.

También posee una riquísima muestra de pintura sobre tela, como la Virgen de la Asunción o el Arcángel San Miguel.


Como complemento, una completa colección de cuadros de la Escuela Cusqueña, que representa la vida de San Pedro.


Según las crónicas, la Iglesia de San Pedro se construyó sobre los restos de un templo inca.

Merece la pena acercarse hasta Andahuaylillas para admirar las riquezas que esconde esta sencilla pero impresionante iglesia.


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