Nos alojamos en el histórico barrio de San Blas, con sus empinadas calles cargadas de historia.
Ya en tiempos del imperio inca, el barrio era conocido como Toqokachi, o "Cueva de la Sal", y al igual que en la actualidad, en él residían artesanos que se dedicaban a la alfarería, la pintura o la escultura.
También como hoy, el barrio tenía un encanto especial, ya que aquí llegaban las aguas de varios manantiales y las vistas sobre el valle del Cusco eran y son espectaculares. Como curiosidad, decir que fue aquí donde aparecieron los restos del inca Pachacútec, el mismo que ordenó la construcción del simpar Machu Picchu.
Con la llegada de los españoles, el barrio pasó a llamarse San Blas y sufrió una transformación radical, ya que se derruyeron los templos incas y se levantaron las casas coloniales que hoy podemos ver. Las calles están repletas de galerías, talleres y tiendas de arte y artesanía.
Y precisamente en una de sus calles se encontraba nuestro hotel, el Tierra Viva Cusco San Blas, una preciosa casona rehabilitada, con 24 habitaciones que ofrecen todas las comodidades y un patio interior que es un oasis de paz y tranquilidad.
La ubicación es perfecta, ya que se encuentra a apenas 10 minutos andando de la Plaza de Armas, el corazón del Cusco. El personal es infinitamente amable, las habitaciones maravillosas y el desayuno exquisito.
Para más información: https://tierravivahoteles.com/tierra-viva-cusco-san-blas/#toggle-id-1
Tras recuperar fuerzas comenzamos con la visita de Cusco, bajando por la Cuesta de San Blas y pasando por la calle Hatun Rumiyoc, donde se encuentra el Palacio Arzobispal.
Levantado sobre los muros del que fue un recinto de primer orden en el imperio Inca, el Palacio del Inca Roca, tras la conquista del Cusco sirvió de residencia de varias personalidades y se remodeló de tal manera, que tan sólo quedan los muros que delimitaron el palacio inca, sobre el que se construyó la residencia del Arzobispo.
Hoy, es la sede del Museo de Arte Sacro de Cusco, y reúne piezas religiosas de gran valor. Pero es en sus muros donde encontramos una curiosidad que todo visitante observa y fotografía.
Se trata de la famosa Piedra de los Doce Ángulos, que es Patrimonio de la Nación. Este gran bloque de diorita pulida, posee doce ángulos o esquinas que encajan a la perfección con el resto de las piedras que forman el muro, y son una muestra de la perfección constructora de los arquitectos incas. Pesa unas 6 toneladas y mide alrededor de 2 metros cuadrados.
La calle, al ser paso casi obligado para llegar a la Plaza de Armas, está siempre muy animada y frecuentada, repleta de pequeñas tiendas de recuerdos y artesanía.
Y precisamente llegamos a la Plaza de Armas, corazón de la ciudad de Cusco.
Para conocerla debemos antes hablar un poco sobre la importancia de la que fue capital y sede del gobierno del Imperio Inca, así como foco cultural y religioso para toda la nación.
Fue el inca Pachacútec, cuya estatua preside la fuente de la Plaza de Armas, quien fundó la ciudad, sobre un plano que tenía forma de puma, y que era inicio y final de los caminos que conectaban los cuatro suyos, divisiones territoriales que formaban el imperio y que juntos se convertían en Tahuantinsuyo.
La llegada de los españoles en 1533, supuso un expolio de riquezas y tesoros sin parangón, que fueron enviados inmediatamente a España. En las décadas siguientes, la antigua capital inca fue arrasada hasta los cimientos, y sus piedras usadas para levantar nuevas iglesias, palacios y calles de la recién llega civilización europea.
Y por supuesto, y nuevamente, el centro de la nueva ciudad, que fue "Ombligo del Mundo", debía ser la Plaza de Armas, que se levantaría sobre la antigua Huancaypata, centro ceremonial y religioso inca donde se celebraba el Inti Raymi, la fiesta del solsticio de junio.
Presidida por la Catedral, en uno de sus lados, los tres restantes llaman la atención por sus soportales, Confituría, Comercio, Panes y Belén. Se dice que la plaza estaba cubierta de arena blanca, mezclada con tierra de los lugares conquistados, conchas, corales, plata y oro.
Pero hablemos un poco más de su catedral, construida entre 1560 y 1660.
Levantada sobre el antiguo palacio del Inca Viracocha, guarda en su interior la tumba del Inca Garcilaso, máximo historiador de la civilización inca, con un altar mayor de plata maciza y la imagen del Señor de los Temblores, protector de la ciudad.
A su derecha, y adosado a su muro, la iglesia del Triunfo, construida en 1536 para celebrar la victoria sobre el Inca Manco, y que como vemos es 24 años más antigua que la catedral.
Y a su izquierda la de Jesús, María y José, o de la "Sagrada Familia", más reciente, ya que data de 1735 y levantado sobre el antiguo cementerio de la Catedral.
Completa el catálogo de edificios religiosos de la plaza la Iglesia de la Compañía, construida por los jesuitas sobre el palacio del Inca Huayna Capac, con una de las portadas barrocas más hermosas y elegantes de América.
Muy cerca, casi pared con pared, se encuentra el Monasterio de Santa Catalina de Siena, construido sobre el palacio Acllawasi, donde residían las jóvenes vírgenes dedicadas a la elaboración de los más finos textiles. Tras su apertura en 1605, una de las primeras novicias fue Melchora Clara Coya, tataranieta de Huayna Capac.
Seguimos callejeando por la ciudad, admirando edificios como la Casa Concha o Museo Machu Picchu, un precioso ejemplo del barroco andino, que además, en sus 16 salas reune una colección muy completa de objetos hallados en Machu Picchu por el explorador Hiram Bingham.
Nos acercamos también, saliendo por la Calle Mantas, hasta Santa Clara.
Presidiendo la vía, se yergue un precioso arco de triunfo, el de Santa Clara, construido en 1835 para conmemorar el establecimiento de la Confederación Perú-Boliviana, en estilo neoclásico.
Los balcones de muchas viviendas me recordaban inevitablemente a los que tenemos en Canarias, en buena madera labrada y con tejados a tres aguas, sobre grandes portones señoriales.