No sé de lo que pasa tras veinte años con alguien, ni lo que sucede cuando un amor eterno se va. No sé de crisis a medias, ni de problemas de los gordos. No entiendo de remendar rotos ni de coser heridas. No sé qué es envejecer al lado de las arrugas de otro. Ni nada. De nada. Somos demasiado jóvenes para hablar como si supiéramos tanto. Creemos que tenemos cicatrices, pero lo cierto es que son solo los simulacros de una verdadera cicatriz. Y el caso es que bien pensado, y cuando el tiempo sella bien la piel, a día de hoy diría que tampoco entiendo ya mucho de ellas. De cicatrices, sigo hablando.
Pero entiendo de momentos, de diálogos, de series favoritas y de cejas arqueadas. Entiendo de querer a alguien tanto como para querer hacerle feliz. Por eso publico este post, porque si a Rosana le hace ilusión, a mí también. Ella me escribió ayer para pedirme si podría publicar un texto suyo en mi blog, porque pensaba que era una original y bonita forma de felicitar a su novio.
Dudé. Pero la romántica que habita en mí no ha podido negarse. Porque aunque no sé nada del amor… si algo sé es que nunca hay que cerrarle puertas ni ponerle trabas.
El amor, en cambio, siempre hay que celebrarlo.
P.D. Por la distancia que no significa nada cuando dos se esperan.
Y él volvía a estar allí, mirándome, con esos ojos que me cautivan en cada pestañeo. No es que sean bonitos, es que son suyos. Tan a tiempo y tan tarde para todo. Tan perfectamente imperfecto. Reímos. Bailamos. Nos amamos. Y nos tuvimos que ir, para querernos desde lejos.
No importaba. Estaba, eso bastaba. Me sonreía, y daba igual desde dónde. Y me aprendí todo aquello en el mundo que le gustaba, para poder verle arquear las cejas con cara de sorprendido. En unos meses ya sabía todos los diálogos de sus películas favoritas, pero no se los podía susurrar al oído. En otras semanas, las canciones que le gustaban, pero no podía cantárselas despacito. En unos días, todos los jugadores de baloncesto que le encantaban, pero no podía ver ningún partido a su lado. Estábamos lejos. Dolía cada mes, cada semana, cada día. Dolía cada vez que miraba la pantalla, cada vez que necesitaba un abrazo y cada vez que necesitaba una caricia. Dolía ver parejas paseando, queriéndose, de forma tan inocente pero tan devastadora. Dolía estar sin él.
Sin embargo, ese sentimiento es lo más bonito que hemos vivido juntos, porque no nos ha hecho falta perdernos para valorarnos, igual que no nos hizo falta irnos para esperarnos. Tan lejos y tan cerca, tantos kilómetros entre nuestros cuerpos y tan pocos entre nuestras almas.
Un día todo acabó. Y yo cogí ese avión de vuelta.
Y él volvía a estar allí, mirándome, con esos ojos que me cautivan en cada pestañeo. No es que sean bonitos, es que son suyos. Tan a tiempo y tan tarde para todo. Tan perfectamente imperfecto, con el mejor ramo de rosas que he visto en mi vida. Reímos. Bailamos. Nos amamos. Y nos quedamos, para querernos desde cerca.
Para Carles. Para siempre.
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