Y arañazos que nunca se olvidan.
Hay personas que no conocen las tijeras, ni las limas, ni esos incómodos cortauñas tan de señor mayor. Es gente con uñas largas y afiladas. Gente que no se da cuenta o que no se quiere enterar. Gente que jamás llega a entender que sólo con un roce puede provocar un arañazo tan profundo como el mar. Y siguen acercándose de puntillas, para que no les veamos llegar. Sigilosos. Silenciosos. Discretos. Algunos van con guantes para engañar mejor. Algunos se cubren con bolsas de basura o con mantas llenas de agujeros, o con papel de regalo arrugado. Quieren disimular. Pero no pueden.
Porque los que entendemos de arañazos los distinguimos de lejos. Y comentamos entre nosotros, y cuchicheamos, y rogamos y pensamos que no se les ocurrirá acercarse a un cuerpo con tantas marcas. ¿Adónde me marcarán esta vez, si ya apenas me quedan rincones por marcar? Pero siempre encuentran alguna ranura, alguna junta por sellar con aguaplast, algún fallo en el sistema de seguridad de tu corazón. Porque a estas alturas no suele fallar, pero ya se sabe que con las máquinas nunca se sabe.
Y a veces, a la alarma se le olvida saltar.
Debe ser porque me muerdo las uñas. Por eso olvido que los demás sí que las tienen.
Cuando te han roto el corazón (aunque sea sólo una vez en tu vida), aprendes a distinguir qué será un rasguño, qué un arañazo y qué una herida que requiera puntos. Aprendes a alejarte cuando toca, a arrancar el coche a tiempo, a irte por piernas a la primera palabra bonita que no se corresponda con un acto extraordinario. Cuando tienes la piel hecha un mapa llena de banderas clavadas y carreteras hechas a fuerza de teclado y domingos de palomitas, hasta el mejor pintado parece el malo del cuento. Porque total, lo acabará siendo… ¿o no?
Cuando te han arañado, sabes lo que escuece el alcohol sobre el corte. Cuando te han arañado, sabes lo que pasa cuando queda cicatriz. Cuando te han arañado, no sabes si dejar que se acerquen o llamar al técnico para que te arregle la alarma. Porque al final, una se cansa de dejar pasar a su pecho descubierto a cualquiera que parezca el bueno del cuento.
No sé. La verdad es que ya no sé nada. Sólo sé que tengo que dejar de morderme las uñas.
M.
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