Espero que os guste.
Hoy es catorce de noviembre. Mentiría si dijera que empieza a hacer frío, porque lo cierto es que parece que este año no sacaremos los abrigos. Hace unas horas, antes de ponerme a escribir, me he pintado las uñas de negro. Nunca había hecho semejante cosa. Soy más de tonos claros, rosas o rojos como mucho. Me compré este esmalte para la noche de Halloween, pero no lo llegué a usar porque no me dio tiempo ni a abrirlo aquel día, ya que fui de cabeza entre unas cosas y otras. En mis auriculares suena Sous le ciel de Paris. En mi taza hoy no hay café, lo he cambiado por un poco de mistela, a ver si consigo que calme esta tensión que anida en mi pecho desde anteanoche.
Siempre pensé que mi corazón de fondant lloraría únicamente con los vaivenes del amor y no con todo lo demás. Pero me equivocaba. Existe algo mucho más fuerte que un cuelgue tonto, que un amor pasajero, que un par de lágrimas brotando del corazón. Existe algo peor, algo que se conjuga en pasado, en pena, en rabia, en dolor. Existe miedo más allá de los límites de cualquier frontera. Existe algo que supera con creces cualquier problema propio, algo que hace que todo lo demás deje de importar. Existen muchas más cosas que las que vemos delante de nuestros morros, mucho más de lo que nos atrevemos a mirar, mucho que dejamos a otro lado para poder vivir menos amargados. Pero a veces, y sólo a veces, vemos tan de cerca el dolor, que lo notamos interno, adentro, muy adentro. Y nos sentimos desnudos, pequeños, infinitamente absurdos y maleables en manos de quien nos quiere quitar la voz. Y empezamos a abrir lentamente los ojos. Y vamos viendo todos los frentes abiertos. Divisamos las trincheras. Vamos camuflándonos entre ropajes verdes y sentimientos encontrados. Y nos hacemos preguntas. Muchas. Muchas incógnitas que aparecen como estrellas fugaces en el cielo.
Ayer estaba en el metro. En la estación de Colón, en la salida de Pinazos, hay una pequeña cafetería con dos mesas y cuatro taburetes anclados al suelo. Últimamente, tomar café en ese sitio se ha convertido en una especie de vicio inconfesable sin el que me es difícil pasar muchos días seguidos. Y sé que no es muy comprensible, porque el sitio es bastante feo, pero los muffins están blanditos, y el café bueno. Y puedo ver a mucha gente. Gente que corre, que odia su trabajo, que ama su trabajo, que quiere cambiar de vida o que no quiere hacerlo. Me gusta sentarme ahí, cinco minutos. Revisar mensajes en el móvil, ojear distintas vidas pasar por delante de mí, imaginar, soñar, divisar, aunque sea sólo en mi cabeza, un presente mejor.
Ayer. Ayer fue una mañana triste. Estaba pensando más de la cuenta en lo sucedido en París. Estaba pensando en que, si todos fuéramos un poco más nobles y más puros, el mundo iría mejor. De repente, una señora delante de mí tiró un papel al suelo adrede. En ese momento perdí lo que me quedaba de fe en el ser humano. ¿Era necesario que tirara ese papel al suelo? ¿Qué le costaba tirarlo en la papelera? En ese momento me acordé de mi amiga Gloria, una de las personas más dulces y buenas que conozco. Ella un día me contó lo mal que le había sentado que una persona tirara un papel al suelo en sus morros, que era una falta de respeto y que el mundo estaba perdido. Ayer la entendí. ¿Si no somos capaces ni de tirar un puñetero papel en una maldita papelera, cómo vamos a ser capaces de vivir en paz?
Y empecé a pensar en los pequeños actos que por separado no parecen tener importancia, pero que juntos se hacen bola, una bola imposible de tragar. Empecé a pensar en la gente que no saluda, en los jóvenes que no ceden su asiento a los ancianos, y en los ancianos que refunfuñan de los jóvenes sólo porque sí. Pensé en los vecinos que no se sujetan la puerta del patio o que se apresuran en subir con el ascensor sin esperar. Empecé a pensar en los conductores de autobús que se niegan a abrirte fuera de la parada, aunque hayas corrido como una loca por toda la calle echando el higadillo. Empecé a pensar en esa gente que no ayuda a los camareros en los bares ni siquiera a poner los cubiertos sobre el plato, o en esa gente que lleva la ropa que quiere pagar o quiere devolver, del revés. En los haters, en los falsos likes, en las falsas vidas de quien sólo quiere aparentar. Empecé a pensar en la gente que deja mal a otras personas sólo por su afán de notoriedad. En esas personas que no ayudan jamás, porque creen que están por encima de los demás. Empecé a pensar que no toda maldad es un acto a lo grande, que hay muchos pequeños actos de egoísmo y maldad diarios que si no cuidamos, acaban desembocando en una catástrofe humana, en la mayor crisis de valores que jamás se haya visto.
Empecé a pensar, y todo por un papel, en que si no espabilamos, todo lo que ansiamos se irá directo al contenedor. Porque en el fondo todos somos unos puñeteros corazones de fondant. No vayamos tan de duros, porque ya no engañamos a nadie. Todos tenemos algo de cobardía, algo de miedo, algo de rebeldía, algo de decepción, algo de frustración. Todos tenemos defectos y virtudes, fobias, filias, amores platónicos, pequeñas o grandes obsesiones, secretos, vicios, taras, inquietudes. Todos nos podemos volar si nos soplan muy fuerte. Todos nos podemos romper si dejamos que alguien entre en nuestro interior, dándole las llaves de casa, abriéndole todas las puertas, dándole nuestra comida, nuestra cama, nuestras mejores palabras. Todos perdemos amigos, familiares, parejas. Gente que creímos imprescindible en su día y que deja un vacío que tratamos de llenar con bolsas llenas de objetos, huecas de sentimientos. Nos han arañado tantas veces la piel para nada, que al final se nos ha hecho corteza. Y no queremos que eso vuelva a pasar. No queremos volvernos a sentir menos que nadie.
Y tiramos papeles al suelo para sentirnos más poderosos que el propio suelo. Y no ayudamos a aquel que trabaja dando un servicio para sentirnos en un estrato por encima, como si eso sirviera para algo, pandilla de gilipollas. Y no abrimos la puerta a nadie. Y hablamos mal, antes de que nos hablen mal a nosotros. Y no ayudamos, porque si ayudamos sin esperar nada a cambio, parecemos tontos, y los tontos al final acaban perdiendo tiempo y dinero, y la gente se ríe de ellos. Y preferimos abandonar una relación antes de comenzarla, para ahorrarnos el posible abandono. Y adelantamos acontecimientos. Y perdemos por no arriesgar. Y no vivimos por elección propia, desperdiciamos continuamente nuestro valioso tiempo, pero nos aterra, nos revienta, nos quema por dentro el pensar que alguien nos la pueda arrebatar.
En todos estos años he aprendido que el miedo es lo peor que se puede sentir. Todos somos como niños con temor a la oscuridad. Esperamos que alguien nos salve, que alguien nos ilumine. Buscamos esa salvación en hipotéticas parejas o en amistades que no tienen porqué salvar, que no tienen porqué hacer nada más que acompañar. Y nos ponemos tristes al comprobar que el cuento no es tan bonito como lo pintaron y que uno es quien tiene que protegerse a sí mismo. Pero sin cortezas. Porque las capas, las corazas, todas esas murallas de papel no sirven de nada de hecho, no protegen, sólo hacen daño, un daño irreparable en muchos casos.
Quiero un mundo sin tanto vertedero emocional, sin tanta bala, sin tanta falsedad. Quiero que nos enfrentemos juntos a tanto complejo, a tanta palabra que se escribe por escribir, a tanta canción que se canta sin sentir. Quiero una vida en rosa. Rosa sin gris, aunque acepte que no todo sea bueno, bonito y barato. Que a pesar de las buenas intenciones, habrá malo, feo y caro, lo sé. Pero quiero rosa. Quiero flores. Quiero un fuego que sea artificial, que llene la noche de luz, que encienda velas de amor y no de dolor. Quiero paz. Quiero perderme por mil calles, por mil cafés, por mil aviones y mil desiertos sin miedo, sin prejuicios, sin romperme los dedos de tanto medir las letras.
Quiero gente cerca que no tema al amor. Quiero gente cerca que quiera quererme sin miedo. Quiero gente que no se avergüence de los sentimientos, de las lágrimas, de sus gustos o sus neuras. Gente que tenga claras sus ideas. Quiero gente que respete, gente que tolere, gente que escuche aunque no quiera. Quiero renacimiento, entendimiento, magia y carreteras llenas de paisajes nuevos. Quiero que el viaje sea largo y que valga la pena.
Ama. Sin medidas. Ama sin pensar si a ti te amarán, porque lo verdaderamente importante es que tú tengas la capacidad de amar. Ama, simplemente. Enamórate de tu vida y si no te gusta o no es lo que esperabas, cámbiala, ¿a qué esperas? Nada es para siempre, nada es estático ni inalterable. Trabaja en ello, sueña a lo grande, nunca pienses que no puedes logar algo, ve a por todas con todo el corazón abierto. Si sale bien, será un lujo que deberás aprovechar. Si sale mal, sigue intentándolo. Sin cesar. Porque llegará un día en el que, si de verdad lo deseas, sucederá.
Ama. Dile a todo aquel que quieras, que le quieres, porque llegará un día en el que no estarán y esas palabras no dichas se enquistarán y no te dejarán avanzar. Sé pesado. Dí “te quiero” sin parar. Y que tus actos acompañen a tus palabras, porque de nada valen dos palabras de amor y tres actos miserables. Sé la persona que admires, trata de parecerte a esa mejor versión de ti mismo que sabes que puedes ser. Pero no trates de ser perfecto, por favor. Simplemente, sé persona. Sé humilde, leal, honesto. Porque sin esas cualidades, el resto de cosas palidecen hasta perder todo su valor.
Ama. Cuando encuentres a quien amar, ama. Dile que le quieres. Deja el miedo al abandono bien enterrado, hazle un funeral en condiciones. Despierta. La historia sólo se repite cuando queda algo que aún no has aprendido. ¿Ya has aprendido? Pues deja un esquema pegado a la nevera con lo más importante, con aquello que no debes olvidar. El resto, tíralo. Tira lo que sobra. Y vuelve a empezar. Porque ningún corazón se queda hecho pedazos para siempre. Eso ya lo sabes. ¿Lo has pegado ya en la nevera? Hazlo.
No temas. Encuentra tu filtro, tu válvula, tu qué sé yo. Sé feliz. Siéntete guap@, porque lo eres. Da igual tu talla o tu estatura, sólo la anchura de tu corazón. No se lo vendas a cualquiera, es lo más valioso que tienes. Y lo sabes. Canta en la ducha, aunque hagas que llueva. Lee, siempre. Si la gente leyera (y escribiera) más, se necesitarían menos psicólogos. Sé libre. No temas. No tiembles. No caigas. Y si caes, ¿qué más da? Te levantas y punto. Busca tu pasión. Ten una afición. Pinta, escribe, dibuja, esculpe, fotografía, cocina. Haz lo que quieras hacer, pero por favor, que sea algo que te haga feliz.
Pon arte en tu vida. El arte es lo único que nunca muere. Tú mismo, tú que ahora lees, eres una obra de arte única en el mundo. Aprende a verlo. Aprende a entenderlo. Aprende a vivir, porque cuando lo logres verás lo que yo veo ahora. La vida es algo maravilloso. Y aunque exista el dolor, la pena, los corazones rotos, las ciudades ensangrentadas y los pies parados sin encontrar un camino fijo, aunque exista todo eso, el amor es mucho más potente que cualquier cosa. El amor real puede con todo. El amor real es como el arte. Aunque haya días malos llenos de incertidumbre y lágrimas, nunca debemos olvidarlo. El amor real es una canción de los Beatles, un cuadro de Dalí, un libro de Neruda, un beso en medio del caos, un abrazo de humanidad.
Podríamos decir, si me dejáis, que el amor en sí es una obra de arte.
La más bella obra de arte.
GRACIAS POR UN 2015 INCREÍBLE.
NOS VEMOS EL AÑO QUE VIENE.
M.
Archivado en: Relatos Tagged: 2016, Año nuevo, Amor, Relatos