Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá construir o no construir; que su felicidad y dignidad personal tiene que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de ese modo de ser mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre.
Emilia Pardo Bazán,
en su discurso del Congreso Pedagógico Hispanoamericano. Madrid, 1892
Esta cita, que precede al inicio de El Indiano, estuvo a punto de cambiarle el título en el último momento. Desde que escribí la primera página, el documento sobre el que trabajaba se llamó Indiano, a secas. Era la historia de Héctor Balboa, lo tenía claro. Pero luego llegó Micaela y comencé a leer escritos de Concepción Arenal, como La mujer del porvenir y otros, así como documentos sobre los congresos pedagógicos de 1882 y 1892, y sobre las maestras y la educación en España en aquellos años. Y después apareció el torrente desbordante de Emilia Pardo Bazán, primera feminista invisible, aún poco reconocida (en mi opinión), y Micaela quiso eso por lo que que doña Emilia clamaba, como voz en el desierto, para las mujeres de su época: Un destino propio.
Tanto en el congreso pedagógico de 1882 como en el de 1892 con el que termina la novela y en el que habló Pardo Bazán, se pedía la misma educación para niños que para niñas. No era aceptable que los niños aprendieran matemáticas, física, naturales o historia y que el programa de las niñas fuera higiene doméstica, bordados y costura, nociones básicas de matemáticas para llevar una casa, y doctrina religiosa, en el caso de aquellas que pudieran ir a la escuela, que eran una minoría. Y por supuesto, para ellas estaba vetada la educación secundaria. ¿Para qué?
En el congreso de 1892 ya se reclamaba la igualdad salarial entre los maestros y las maestras. Había una «brecha salarial» sangrante ente ambos. Y también se reclamaba el derecho a trabajar en la profesión que ellas desearan, sin restricciones. No lo consiguieron, claro está. Los hombres y también las propias mujeres, no lo consideraban adecuado.
Han pasado 125 años desde entonces y hemos progresado mucho en lo que a la situación de la mujer se refiere, sobre todo en los últimos 40 años pero, ¿lo suficiente para el momento en que estamos, de avances en todos los sentidos?
Ahora es el momento. Time is up.
Este no será un 8 de marzo cualquiera. Será un día grande, clamoroso. Un día en el que millones de mujeres de todo el mundo expresarán, libremente y de la forma que cada una quiera, que todavía queda mucho por cambiar, mucho camino por recorrer en los países desarrollados (en los menos desarrollados, ni te cuento) hacia la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Igualdad: ni mejores ni peores. Iguales.
Tal vez haya manifiestos o convocatorias o declaraciones ideológicas con las que nos identifiquemos o no, pero pienso que no deberíamos utilizarlas como excusa para callar ese día. Porque es nuestro día, el de todas. Sin banderas ni ideologías. La causa de fondo está clara, es incontestable, al margen de cómo lo exprese cada una, a través de una huelga, o acudiendo a una manifestación, o parando un par de horas, o sin parar pero con gestos tal vez menos políticos pero no menos significativos, como la publicación de un post en un blog o de imágenes, mensajes o frases en Facebook, Instagram, Twitter, WhatsApp, o como sea.
El año pasado en este mismo blog declaraba que el 8 de marzo, para mí, no es un día de celebración sino de reivindicación, y que me considero feminista desde el mismo momento en que defiendo la igualdad entre hombres y mujeres, según la definición del término que hace nuestra santa Real Academia de la Lengua Española (RAE), por ejemplo.
Feminista en tanto en cuanto deseo que se me reconozca de manera efectiva igual valor, trabajo y oportunidades en mi condición de mujer, madre, esposa, profesional y escritora.
Feminista contra nadie, sin agravio de nadie, sin menosprecio de nadie.
Feminista con libertad, derechos, pero también con responsabilidades en todo lo que a mí me concierne para alcanzar esa igualdad. Por supuesto, en el plano creativo, como escritora, asumo esa responsabilidad en mis novelas.
Los cambios sociales y culturales de calado, como este que nos afecta al 50% de la población, no llegan solos. Se pelean, se reclaman, se reivindican. Y sinceramente, pienso que para dar un paso adelante significativo hacia la igualdad efectiva , es posible que sea necesario ese punto de radicalidad, de discriminación positiva, de intransigencia ante determinadas expresiones culturales, hábitos, actitudes o conductas machistas que desean que las cosas no cambien o cambien demasiado despacio. Aunque haya quien lo considere exagerado.
En circunstancias normales, lo sería. Pero si no ponemos semáforos rojos en aquello que nos afecta y nos concierne a diario, seguirán muriendo mujeres; o si no damos preferencia de paso allí donde es clave que estemos representadas, no alcanzaremos nunca ese punto de partida igualitario entre hombres y mujeres a partir del cual, ya sí, avanzar juntos.
Ojalá este no sea un #8demarzo cualquiera.#yoparo