Y ahora os preguntaréis: ¿cuál era nuestro plan inicial? Pues visitar el famosísimo parque natural Yosemite, concretamente cruzándolo a través de la mítica carretera 120. Pero debido a la nieve, resulta que ese día permaneció cerrada al tráfico. Por suerte, ya habíamos contemplado esa posibilidad y teníamos planificada otra alternativa pero claro: ¡muchísimo más larga! Ya en marcha a lo largo de la carretera 88, decidimos parar a hacer fotos en una parte del adorable Bear Valley. Un valle famoso tanto por sus estaciones de esquí como por los osos, como bien indica su nombre.
Nuestro objetivo del día era llegar a Loney Pine, un pueblo de carretera situado a pie del famoso Monte Whitney y donde teníamos reservada una habitación en un motel: ¡toda una experiencia! En un pequeño trayecto del viaje, abandonamos California y pasamos brevemente por Nevada. Me impresionaron muchísimo los paisajes kilométricos de hierba amarilla llenos de animales pastando. Y la de granjas solitarias que había. Sí, siempre lo digo: ¡como de película!
A la hora del almuerzo hicimos una parada para picar algo en medio de la nada y llamamos a la compañía de alquiler de coches para gestionar un posible cambio de vehículo. Por suerte, no hubo ningún problema y lo solucionamos todo de lujo. Sin entretenernos demasiado y de nuevo en California, pasamos a lo lejos por el lago Mono Lake. Seguro que sabéis de que hablo, porque las esculturas de aspecto blanquecino que se forman en su agua salina son muy famosas. Nuestra mayor preocupación era no llegar en absoluta oscuridad a Lone Pine pero entre una cosa y otra: ¡así fue! Después de todo un día conduciendo desde por la mañana hasta ya entrada la noche, ni siquiera encontramos un establecimiento por el camino para tomar algo. Así que ver un cartel del Starbucks a lo lejos, fue lo equivalente a ver un oasis en el desierto.
Ya en Lone Pine, nos acostamos bien temprano muertos de cansancio. El lugar no me entusiasmó nada, y tan solo quería que la noche pasara rápido. No solo para largarme pitando de allí, sino para disfrutar del próximo día de aventura. ¡Sí, otro laaaaargo día de carretera! Concretamente el quinto. Pero este prometía mucho y empezaría a pocos kilómetros de allí.
El Death Valley no nos pudo gustar más, pero estoy segura de que visitarlo a principios de noviembre nos facilitó muchísimo las cosas. Y es que conducir por el desierto es lo que tiene, que puedes llegar a alcanzar temperaturas extremas y todavía más en este: ¡porque es el lugar más caluroso y seco del mundo entero! Dicen que allí se registraron temperaturas de hasta 58 grados, así que bien se merece su horripilante nombre: ¡Valle de la Muerte! En nuestro caso, no entendimos demasiado lo de su mala fama, quizá porque apenas sobrepasamos los treinta grados y nos dejamos llevar por sus encantos.
Sin lugar a dudas, fue aquí donde más disfruté conduciendo horas y horas por sus carreteras eternas y fotografiando sus dunas de arena. Además tuvimos la suerte de encontrarnos con coyotes nada más llegar y que con mucha prudencia pude fotografiar. Como bien sabréis, hay que respetar a los animales del desierto y por nada del mundo alimentarlos. Porque a pesar de que parezcan adorables y hambrientos: coyote alimentado = coyote muerto. Pues mueren más coyotes atropellados que de hambre. Pero no fue la única sorpresa del día, porque pudimos disfrutar de un avión militar en pleno entrenamiento (podéis ver el vídeo). ¡Toda una sorpresa!
¡No lo niego, dos días bien intensos! Después de hacer una parada en Furnace Creek para airearnos un poco, dejamos el parque con una sensación de satisfacción tremenda y un batiburrillo de emociones. Ahora tocaba abandonar por unos días California y conducir unas cinco horas a través de Nevada y Arizona, hasta llegar a nuestro próximo objetivo: el pueblín Toquerville, en Utah.
¡No os perdáis la próxima etapa de mi aventura! ¡Espero vuestras impresiones y comentarios!
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