¿Saben ustedes que la de Maó es la bahía natural más grande del mundo después de la de Pearl Harbour? No es de extrañar que los fenicios, entraran en ella para protegerse de los ataques enemigos, el viento y las olas, y que la bautizaran Maghen, es decir, concha, escudo protector. Tras ellos llegaron romanos, bizantinos, árabes, ingleses y franceses.
Por eso hoy, la Maó que vemos es una maravillosa mezcla de todos ellos.
Podemos por ejemplo empezar por la plaza de la Explanada e ir admirando las preciosas casas con miradores acristalados, pasar bajo el arco de Pont de San Roc, resto único de las murallas medievales, el Palacio del Gobierno Militar, la hermosa Plaza de la Constitució o el genial ayuntamiento.
No podemos olvidar la iglesia de Santa María, el Mercat de Peix o el precioso Teatro Principal.
Lo mejor es dejarse llevar por el agradable laberinto de calles de blancas casas, salpicadas aquí y allá por palacios, iglesias y edificios públicos. Cuestas flanqueadas de edificios de la época colonial inglesa, plazas pintorescas llenas de sabor y olor.. Una maravilla.
San Lluis, Francia en Menorca
Los franceses no estuvieron mucho tiempo en Menorca, a diferencia de los ingleses que supieron apreciar las incontables bondades de la preciosa isla balear, pero ese breve espacio temporal les permitió fundar un pequeño asentamiento que en breve creció hasta convertirse en lo que hoy podemos disfrutar.
Blancas casas que reflejan la cegadora luz de la isla, molinos que en su tiempo se movían gracias a la fuerza de la tramontana y hoy son bares o centros culturales, iglesias como la de San Lluis, con su escudo del rey de Francia, que fue destruida durante la Guerra Civil española y albergó un cuadro que perteneció al Cardenal Richelieu, son parte del atractivo de esa pequeña localidad que en su momento fue considerada por los franceses como una parte de su país en ultramar.
Pero quizá sea actualmente más conocida por su cercanía a Binibeca, ese centro turístico de gran fama en los 70, de casas igualmente blancas y con aire pescador, o la preciosa cala Rafalet.
De cualquier manera vale la pena acercarse al sur de la isla para dar un paseo por la villa y empaparse de la tranquilidad que parece envolverla.
El corazón vivo de Ciutadella
Paseando por el encantador carrer Major, con sus palacios de familias nobles y arteria de la ciudad, llegamos a la Plaça des Born marcada por un obelisco, como si de un alfiler en un mapa se tratara. Esta aguja colocada aquí en el siglo XIX, recuerda a los menorquines la entrada de los turcos a la isla en 1558, a modo de hito histórico para que nunca olviden a aquellos isleños que fueron cautivos en las lejanas tierras de Constantinopla; pero el obelisco sirve también de eje alrededor del cual gira la vida de la plaza.
Quizá el edificio más hermoso sea el Ayuntamiento, en un preciosista gótico tardío, abundante en mosaico y dorado color de piedra, además, si nos recostamos sobre el repecho que separa la plaza del puerto, sobre todo al atardecer, la vista es realmente hermosa.
Otros edificios que adornan la plaza son el teatro municipal y el Cercle Artístic, auténticos polos culturales de la ciudad, la iglesia de San Francesc, el Palau Salord y el inmenso de Torresaura.
Podría definir Es Born como acogedor, atrayente, cálido como el color de sus piedras, luminoso como el sol que lo acaricia al atardecer, fresco como el verde de sus jardines. Relajante, cultural, político, histórico.
Ciutadella aún sigue siendo considerada por muchos la capital de la isla, a pesar de que hayan pasado siglos desde que dejara de serlo allá por los tiempos de los británicos. Y no es de extrañar, porque esta hermosa ciudad, tranquila, acogedora y con el encanto típico de una antigua villa mediterránea, repleta de palacios, iglesias y jardines tienen ese sello característico que debe tener la capital de una isla como Menorca.
Aunque ahora, en tiempos modernos el capital, que no la capital, procede de otros bolsillos, esto es de los miles de turistas que la visitan, atraídos por su riqueza arquitectónica y por las maravillosas playas que jalonan sus litorales norte y sur.
Su casco viejo con su empaque aristocrático y elegante arquiectura, dédalo de calles laberínticas que siguen el trazado de las antiguas murallas, monumental y comercial, su puerto, estrecho y de orillas ocupadas por infinidad de bares y restaurantes; su catedral, levantada sobre los cimientos de una antigua mezquita, el castillo de Sant Nicolau, situado junto al mar y del que se tiene mejor vista mientras abandonamos la isla en el ferry...
Ciutadella tiene todo para seguir siendo la capital de una isla con un encanto único, especial, que te hace querer volver incluso cuando todavía no te has ido.
Y no queremos irnos de estas maravillosas islas. Queremos seguir disfrutándolas, conociéndolas pero sobre todo amándolas.
Al menos nos quedan dos de ellas por visitar. Volveremos....