Empezamos por la Naveta des Tudons, símbolo de Menorca
Cuando vayamos a visitar la naveta Des Tudons debemos hacerlo con precaución, no por otra cosa, sino porque el acceso se realiza desde la carretera dorsal que comunica un extremo de la isla con el otro, y es una pequeña salida que nos mete de lleno en el campo menorquín. Tras dejar el coche en un aparcamiento de tierra y pagar religiosamente la entrada ( el monumento se encuentra en una propiedad privada), caminamos por un camino agrícola que nos lleva hasta el pequeño recinto que conforma la naveta.
Es tan antigua, tan anciana, que la han datado en casi 1.400 años antes de Cristo, aunque afortunadamente su estado de conservación es casi perfecto. Ya no se puede visitar su interior, por miedo a que pueda ceder la cubierta de piedra y se derrumbe. No creo que nadie quiera acompañar a los más de 100 espíritus de los miembros del clan que fueron enterrados en su interior durante 500 años.
Junto a sus huesos, los arqueólogos encontraron multitud de utensilios y pequeños accesorios del ajuar funerario que fueron fundamentales a la hora de investigar la vida de los primitivos habitantes de la isla.
Hay que tener en cuenta, que esta construcción en forma de barco invertido sólo se encuentra en Menorca, por lo que visitarla es casi un acto devocional.
Ver como construyeron la naveta, con grandes piedras y sin ningún tipo de cemento o argamasa, tal y como fueron hechas las pirámides de Egipto, es asombroso y al mismo tiempo da que pensar.
Una visita ineludible para aprender más sobre nuestra historia.
¿Donde nos hospedamos? Pues en un maravilloso lugar llamado Apartamentos Llebeig, una sorpresa inesperada
Hasta hace poco tiempo no era muy amante de hacer reservas de hoteles a través del móvil o de internet, pero cuando descubrí que un maravilloso mundo se abría ante mí, se levantó la veda. Reconozco que no siempre las imágenes y comentarios de los alojamientos se corresponden con la realidad, así que muchas veces debemos dejarnos guiar por nuestra intuición o nuestra experiencia.
Es por esto que cuando encontramos sorpresas como la de los Apartamentos Llebeig, las mantenemos en la memoria y las ensalzamos, recomendándolas a amigos, conocidos e incluso a personas que nos piden consejo sobre dónde hospedarse en un destino.
Estos fabulosos apartamentos llamaron mi atención por varios motivos. El primero, para qué negarlo, el precio. No lo voy a decir porque puede variar dependiendo de la fecha, aunque puedo dar una pista. Éramos tres personas, y dividido entre los tres, el precio por noche era muy parecido a lo que nos costaría un menú en una de las hamburgueserías que todos conocemos. Un regalo.
Otro punto a su favor era, y es, su situación. A menos de 10 minutos en coche del centro de Ciutadella, y a dos pasos de la preciosa cala Santandria, su emplazamiento es ideal como base para explorar la maravillosa isla de Menorca.
Las virtudes del lugar se siguen adornando con su entorno, 4 bungalows de dos pisos independientes con piscina exclusiva para ellos y rodeados de frondosos y refrescantes pinos, supermercado muy cercano y surtido, recepción amable y simpática y unos días de sol que nos acompañaron que hicieron la estancia aún mejor.
Dentro, en nuestro segundo piso, el apartamento tiene todo lo que podemos desear y más: cocina completa con todos los accesorios y útiles que necesitamos, pantalla plana, comodísimas camas, ventilación e iluminación perfectas, terraza y sobre todo una limpieza envidiable.
Era un lujo llegar por la noche y sentirse como en casa, sin echar apenas de menos nada y tomar una deliciosa pomada con unos carquinyols mientras rememorábamos cada momento pasado en la isla.
Repito, era un lujo. No me cansaré de recomendar los Llebeig a todo el que me pregunte sobre Menorca. Seguro que vuelven tan contentos como nosotros.
Ferreries: su San Bartomeu y los caballos.
A la pequeña ciudad se la bautizó así por haber sido lugar de establecimiento de una comunidad de frailes que se dedicaban a instruir en la fe cristiana a los numerosos cautivos norteafricanos apresados mientras pirateaban por Baleares. Esa es una de las razones.
La otra es que los antiguos habitantes de la villa tenían como principal ocupación la fabricación y tratamiento del hierro. Realmente no se ponen muy de acuerdo los historiadores cual puede ser el origen del topónimo. Pero lo que realmente nos interesa es pasear Ferreries.
Las calles estrechas de la población se abren de vez en cuando en pequeñas plazoletas que guardan coquetos rincones, como la iglesia de San Bartomeu, patrón de Ferreries, que se levanta aquí desde 1870.
Desgraciadamente las fotos que hice en su interior carecen de calidad como para colocarlas aquí, pero puedo decir que por dentro, el templo es sencillo, limpio, exento de cualquier tipo de adorno superfluo, muy puro, muy menorquín.
Famosas son sus fiestas en las que avezados jinetes montan hermosos caballos y el público que se congrega en las calles por millares se lanza a tocar y admirar a los nobles brutos que se alzan sobre sus cuartos traseros para mostrar su fuerza y elegancia.
Tendremos que volver a Ferreries en Agosto para disfrutar del espectáculo.
Cala Mitjana, la playa etnográfica
La cala no tiene acceso directo desde la carretera, así que debemos dejar el coche aparcado en un terreno cerrado por muretes que es gratuito y está bien señalizado. Tras salir del recinto seguimos por una camino con suelo de cemento acotado por cuerdas que nos va metiendo por el bosque, siempre en sentido descendiente. De repente el cemento se convierte en grava, en tierra, y empiezan las sorpresas. Cada cierto tiempo, aparecen construcciones antiguas a los lados del camino.
Primero los llamados Ponts de Bestiars, que eran pequeñas cochineras donde se criaban unos cerdos, ya casi desaparecidos que constituían la única raza autóctona menorquina. De piel negra y con mucha y sabrosa grasa, se alimentaban de bellotas y lentisco, lo que les daba un sabor especial.
Más adelante encontramos carboneras, construcciones que servían para transformar la madera de la encina en carbón mediante su combustión, más fácil de transportar y que fue utilizado hasta la llegada del gas a la isla.
Seguimos bajando y vemos otras construcciones que servían para recoger al ganado en días de lluvia y mantenerlo a salvo de las inclemencias del tiempo y cualquier depredador, aunque en Menorca eran muy pocos.
Y después de este interesante paseo llegamos a la playa.
El hecho de estar tan lejos de la carretera convierte a esta playa en un paraíso casi virgen, aislado, con su agua cristalina y limpia, la tranquilidad de tener una afluencia de bañistas por debajo de la media. Una playa ideal donde no sólo darse un baño y disfrutar del sol, sino de poder dormir una siesta o investigar la multitud de caminos que parten de ella y que nos regalan unas vistas absolutamente impresionantes. Una auténtica maravilla.
Mercadal, el corazón de Menorca
Y digo corazón porque está en el exacto centro geográfico de la isla balear, en la mitad justa entre las dos grandes ciudades de Menorca: Maó y Ciutadella. Se levanta en una loma como un compendio de arquitectura popular, con casas casi colgadas del cauce del pequeño torrente que cruza el pueblo, algún pont o callejón cubierto..
No está acostumbrada al turismo de masas, sino al pasar tranquilo de su vida cotidiana, con momentos de fiesta, de celebración, pero siempre un poco al margen de las grandes oleadas de visitantes.
Pasear por sus calles, sobre todo por el carrer Nou y el Major, con varias tiendas que ofrecen muy buena artesanía en cuero y sobre todo muestras gourmet de la gastronomía menorquina, se complementa con la preciosa iglesia de San Martí, el aljibe conocido como dEn Kane, y al que se accede por una empinada escalera blanca como la nieve, o los preciosos puentes casi minúsculos que cruzan la ciudad.
Un pueblo tranquilo de gente sencilla y amable. El reflejo de Menorca.
Santuario de la Virgen del Toro, en lo más alto
Imaginemos una preciosa isla en el Mediterráneo, imaginemos que estamos en su centro y quisiéramos abarcar, con solo una mirada toda su extensión. A eso sumémosle la intención de absorber toda su espiritualidad con sólo una inspiración. Eso es el monte Toro y su santuario de la Virgen.
Realmente impresionante con sus 358 metros, es el centro geográfico de Menorca, su máxima elevación y el centro religioso de la isla.
Podemos subir a pie, como un acto de piedad y contrición o bien ser cómodos y ganar tiempo y rodar hasta la cumbre en nuestro coche. Al llegar arriba nos espera una panorámica inigualable de 360º exactos y un complejo mariano de una belleza exquisita y enternecedora.
Entramos al templo, precedido por un patio de puro estilo mediterráneo con un toque andaluz que cuida una comunidad de monjas franciscanas. Sencillo pero de gran magnetismo espiritual, el santuario alberga la original imagen de una virgen acompañada de un toro. Según cuenta la leyenda, tras varias apariciones de una misteriosa luz sobre el monte, una procesión de monjes y lugareños decidió subir hasta la cima para ver lo que ocurría. A mitad de camino un furioso toro les cerró el paso, pero al ver la piadosa intención de la comitiva se amansó y les condujo hasta la cima, donde se hallaba una cueva que escondía la imagen de la Virgen. Desde entonces, la imagen ha sido objeto de la más absoluta veneración por parte de los menorquines.
No hay que dejar pasar, en una de las capillas laterales, un pequeño nicho que esconde los restos de la cueva y el ánfora donde se escondió la imagen para preservarla de la ira de la Guerra Civil.
Acompañando al santuario, y adosada a él, encontramos una torre defensiva que advertía a los isleños de los ataques de piratas berberiscos y una enorme estatua del Corazón de Jesús del año 1949 y que homenajea a los menorquines caídos en la guerra de Marruecos de 1925.
Es uno de los lugares más imprescindibles de Menorca, seamos o no católicos, amantes o no de la historia. Es un rincón único.