Mallorca y Menorca, dos perlas en el Mediterráneo (IV)

Y nos damos un salto a Cabrera, que empezamos a explorar por la Playa de SEspalmador.
La playa con historia

Hasta Cabrera sólo se puede llegar por vía marítima, con embarcaciones que parten de la Colonia San Jordi, de Palma y Portopetro, a menos que se quiera ir en embarcación privada, aunque habría que pedir permiso con antelación.








Como no tenemos barco propio en Baleares, ( que más quisiéramos nosotros), decidimos contratar una excursión desde la Colonia. Y tempranito, por la mañana allí estábamos para embarcar hacia el único Parque Nacional que poseen las islas.

Tras subir a una lancha rápida, y navegar a toda velocidad por los apenas 9 kilómetros que separan la isla de la costa Mallorquina, llegamos a Cabrera. Unos técnicos de Medio Ambiente nos dan una serie de consejo sobre lo que podemos y no debemos hacer mientras estemos en la isla, con sus casi 1.200 hectáreas de área protegida.










Respetuosos pero con ganas de disfrutar del sitio, nos dirigimos hacia la playa de SEspalmador, una preciosa cala a menos de 15 minutos andando del embarcadero. En tiempos de cartagineses y romanos, la isla era una escala obligada para las rutas comerciales y luego fueron usadas como refugio para piratas turcos y norteafricanos, que saqueaban las costas mallorquinas. Su último uso fue el de campo de maniobras militares. entre 1973 y 1986, lo que en gran medida la salvó del turismo y de la especulación.






La cala es una auténtica maravilla en todos los sentidos. Carece de servicios, lógicamente, pero eso la hace aún mas encantadora, ya que para mayor fortuna fuimos sus únicos ocupantes durante más de una hora.






El agua tranquila, limpia, cristalina y la arena libre de todo residuo, casi virgen, nos acogieron para proporcionarnos un día de relax, sol y sobre todo de descubrimientos históricos. Aunque eso pertenece a los rincones siguientes...


Factoria de Salazones, la pequeña fábrica

Durante siglos, la isla de Cabrera fue parada y fonda en las rutas de comercio marítimo del Mediterráneo, por su situación, su puerto natural y sobre todo la abundancia de agua potable. Aquí se asentaron pequeñas colonias de artesanos que intentaron aprovechar los pocos recursos de la isla para crear pequeñas manufacturas como ésta de salazones.








Al parecer la tradición la continuó un grupo de monjes que habitó en esta zona hasta que poco a poco acabó desapareciendo, así como casi todos los restos de sus actividades.
Más adelante, cuando la Guerra de la Independencia estaba en su apogeo, las tropas derrotadas por el ejército español fueron enviadas a la isla, que se convirtió en una cárcel natural. Los franceses transformaron las antiguas cubetas para salazones en pequeñas habitaciones donde resguardarse de las inclemencias del tiempo.
Durante cinco años habitaron la zona, y cuando se fueron incendiaron todo en un intento de borrar un pasado que les atormentaba.







Hoy podemos disfrutar de sus restos en una combinación de historia y playa como pocas hay en el mundo.


Barracas de los prisioneros franceses,los olvidados

Como habíamos visto en el rincón anterior, las tropas napoleónicas capturadas por los insurrectos españoles y que llegaron a ser en su momento culmen más de 9.000, fueron desterrados a la isla de Cabrera.








Olvidados y vilipendiados, incluso para recibir alimentos desde la cercana isla de Mallorca, se vieron avocados a subsistir de cualquier manera posible.

La situación era realmente dramática, desesperada; comieron raíces cuando acabaron con la fauna de conejos y cabras que habitaba la isla, no podían cultivar prácticamente nada, el agua no era suficiente para todos y muchos llegaron incluso a pensar en el canibalismo.

Pero la voluntad del hombre es grande, y aún entre tanta miseria, las labores de construcción de nuevos barracones, de alfabetización de los prisioneros y la búsqueda de nuevas fuentes de alimentación no cesaron nunca.






Hubo algunos que aprovecharon el tiempo de soledad y aislamiento para escribir sus memorias, relatos fieles de la vida de los prisioneros en la isla, y que hoy constituyen un documento de inestimable valor para conocer lo que ocurrió en Cabrera.

Recientes excavaciones han encontrado restos de uniformes, cereales, huesos y útiles de trabajo que nos acercan aún más a aquellos pobres desgraciados que durante 5 años fueron aislados del mundo por causas de una guerra.


Necrópolis bizantina, retiro absoluto

El Mediterráneo, espacio de andares y desandares de apóstoles, frailes, santos y ermitaños, alberga una infinita cantidad de lugares donde todos aquellos que como Simón el Estilita querían aislarse del resto del mundo, podían dedicar el resto de sus vidas a orar y trabajar en beneficio propio y en el de su comunidad religiosa.






Y Cabrera era el lugar ideal para ello, por lo que una congregación de monjes asentó aquí sus reales a mediados del siglo V. La comunidad apenas crecía, era muy pequeña debido a las duras condiciones de la vida en la isla a las que nadie quería someterse.

Y claro, morían de viejos, de enfermedad o de hambruna y había que enterrarlos. Así que se construyó una necrópolis que hoy podemos ver muy cerca de la playa y que son poco más que agujeros en forma de sarcófago excavados en la tierra y forrados en piedra. Sencillos nichos para almas sencillas y quizá puras.




Justo a su lado, hay una cubeta donde se encontraron restos de conchas de caurí púrpura, por lo que se cree que intentaban ganarse la vida extrayendo el colorante de ese color que se cotizaba mucho entre la nobleza europea.

Impresiona un poco saber que esta gente tuvo que enfrentarse a unas condiciones de vida realmente duras, solitarias, y que lo hayan hecho por sus creencias y no por obligación los engrandece.


Castillo de Cabrera, la fortaleza del dolor

La fortaleza que se levanta desde el siglo XVI en el llamado Puig dEs Castell a 72 metros sobre el nivel del mar, sirvió en un principio como baluarte de defensa contra los piratas norteafricanos que podían utilizar la isla de Cabrera como plataforma y base para atacar la isla de Mallorca.






Vigilante y potente, desde lo alto se podía y se puede controlar casi la totalidad de la costa y prevenir los frecuentes ataques de corsarios berberiscos que no dejaban de acosar las Baleares.






Ese fue el origen de su construcción, pero como hemos visto en anteriores rincones, la isla estuvo poblada por soldados franceses que fueron hechos prisioneros durante la Guerra de Independencia, así que desde aquí eran vigilados día y noche por los soldados españoles que no permitían desmanes ni motines.








Rastro de ellos en la fortaleza lo podemos encontrar en los graffiti grabados en los escalones de piedra que llevan a la entrada del castillo y que surgen ante nosotros después de subir la empinada carretera que trepa hasta lo alto de la montaña.

El castillo está abierto, vacío, desnudo así que tras pasar por algunas estancias subimos a la atalaya y disfrutamos de unas vistas espectaculares, de esas que recuerdas toda la vida y que te hacen sentir lleno y feliz.






Aunque claro, esto contrasta con el dolor que debieron sentir los prisioneros que estuvieron presos en sus calabozos durante meses o la soledad de los mismos soldados españoles que se encargaban de vigilar la isla.




Choque de sentimientos, de sensaciones y de emociones. La felicidad del viajero frente al dolor del prisionero de la historia. Es extraño....


Sa Cova Blava, la cueva azul

Como complemento a nuestra excursión de día completo a Cabrera, y antes de volver a Mallorca, el patrón de la motora nos acercó a un lugar realmente mágico, Sa Cova Blava.





Se trata de una espectacular cueva excavada por el mar y la lluvia, que fueron desgastando la roca hasta que adoptó la forma actual. Con sólo 6 metros en su boca, nos invita a entrar sin saber muy bien donde vamos a meternos ni lo que vamos a encontrar.
Una vez que pasamos el dintel, la cueva se abre para nosotros hasta una altura de 20 metros , como si de una cúpula de tratara y que cubre la totalidad de la misma, haciendo que las paredes sean totalmente lisas y rectas, sin recovecos.






Pero lo realmente mágico de la cueva es que a media tarde, los rayos de sol iluminan el interior produciendo efectos de luz y color espectaculares. En la parte sumergida, la entrada permite que el agua se ilumine en un gradiente que recorre toda la gama de los azules, proyectando en el techo los reflejos del agua. La sensación y la emoción es única.

Pero desgraciadamente no somos los únicos atraídos por la belleza de la cueva, ya que entre nosotros nadan pequeñas medusas de aspecto no muy recomendable, pero que el patrón, desde la barca se encarga de vigilar.

De cualquier manera la experiencia es brutal, ya que el agua está muy fría y la transparencia es la del cristal. Así que si vigilamos un poco a las señoras medusas podemos disfrutar como niños del espectáculo de luz y naturaleza que nos brinda Sa Cova Blava.


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