En su colaboración con la revista Cinemanía, el dibujante y humorista gráfico Paco Alcázar propone cada mes tres viñetas cinéfilas. Al menos en una de ellas suele incluir cierta sección titulada ¿Cómo hubiera sido...?, donde cambia escenas míticas según los rasgos de autor de directores muy personales. Se pregunta Alcázar que pasaría si Night Shyamalan hubiese dirigido Casablanca o si de Matrixse hubiese encargado Fernando León de Aranoa.
Estos gags dejan una inquietante realidad al descubierto: la mayoría de directores saben hacer bien tan solo "lo suyo". Aparte de gente como los hermanos Coen, que son capaces de pasar de comedias a dramas y de estas a thrillers o westerns sin despeinarse, es evidente como una gran cantidad de hoy en día consagrados directores tienen unos límites muy marcados, que les impiden jugar con otros géneros u otros estilos a los que están acostumbrados debido al riesgo de enfrentarse a público y crítica.
En Magic in the Moonlight, Woody Allen tiene, por supuesto, de nuevo todas sus manías presentes. Un personaje protagonista de personalidad conflictiva y extravagante, una sucesión de incisivos diálogos resueltos de manera cumplidora y unas tonalidades cálidas fácilmente reconocibles. Pero en esta historia de magos y adivinos, en la que se tratan temas como la posible existencia del más allá o la necesidad de las ilusiones para ser feliz, el espectador encuentra a un director cansado y monótono y a un guionista mecanizado, que ha realizado su obra como quien prepara bocadillos para el museo del jamón.
Creo que estoy viendo... creo que estoy viendo que no nos dan el Óscar
Pero resulta que la crítica y el público antes mencionados son indiferentes para Allen, como ya ha confesado en varias ocasiones. Y sí hay algo del museo del jamón en su cine. Sus bocadillos buenos son en los que nos incluye aquello a lo que durante años nos ha acostumbrado, acreditando su talento (Nueva York, el pesimismo, la ironía) y sus bocadillos geniales... esos nadie sabe muy bien como llegan, pero los hay. Los malos, los malos ocurren cuando siguiendo el esquema de Paco Alcázar uno hace la prueba y sitúa al director neoyorquino a los mandos de barcos que no conoce pero que son similares a los suyos, y ve desde la lejanía como naufraga. Porque no me quiero imaginar a Allen dirigiendo, pongamos, Her de Spike Jonze, aunque esta tenga una temática similar a Magic in the moonlight; sobre ilusiones e ilusos, sobre el más allá y el más acá.
Lo que salva esta película tiene nombre y apellidos. Una encantadora Emma Stone cuya facilidad para gustar a cualquier audiencia la mantiene a la altura de un Colin Firth que si bien en ocasiones histriónico, maneja su elegancia y su personalidad tal y como requiere su personaje.
En una frase: tendremos que intentar encontrar la magia en la próxima, una vez más.