Cuando él me dijo eso, yo pensé lo mismo de siempre: que su reloj no iba a la misma hora que el mío. Pensaba que su vida era un absoluto desorden. Sus teorías y sus valores. Que todo lo tenía del revés. Que no tenía ni idea de lo que era llevar una vida responsable, con obligaciones y horarios.
Me podría decir misa, pero yo comer, comía a las dos de la tarde. Hombre ya. Que no es que fuera yo muy cuadriculada en ese sentido, pero bastante desastre era ya para algunas cosas como para alterar también el orden de las comidas. Bastante alterada andaba yo ya. Él bajaba pulsaciones mientras que yo las doblaba. Me pegaba verdaderas carreras llegando a tiempo a todo, mientras que él esperaba sentado en el sofá.
Pero la cuestión real no era esa, no era que yo me alterara por cosas como que él comiera a las cinco y yo a las dos. La cuestión era que él era como era. Y yo era como soy. Pero yo intentaba que él fuera como yo era, y él quería simplemente ser.
Pasaba que, cuando yo iba en tren hacia el norte, él bajaba en avión hacia el sur. Nos cruzábamos a mitad camino. Nos dábamos un par de besos. Un par de carantoñas. Y unos cuantos para siempres. Y otros pocos para nuncas.
-Para siempre: A mi me enseñaron que el amor es para siempre. Quien dice amor, dice relaciones. Pero, ¿sabéis qué? Ahora creo que lo único que mantenemos hasta el fin de nuestros días son nuestros defectos. El para siempre es para soñadores, para poco realistas, para palurdos.
-Para nunca: No sé, tampoco creo mucho en el nunca. Nunca digas nunca. Nunca digas de este agua no beberé
Solución: Ni siempres ni nuncas. Eso pasaba con nosotros. Que ninguno se atrevía a mojarse el culo para coger los peces que nos hacían falta para que nuestra historia tirase. Tirar. ¿Pero para qué tanto tirar? Si a veces no sirve de nada. Si la mayoría de veces, cuando algo ha de tirar, tira por sí solo.
Pero tiramos de corazón, de todos modos. Estirándolo. Como si nos fuera la vida en ello. Como si fuera el último bus, ese que si pierdes te toca volverte andando.
Pero es que todo tiene su explicación. Yo me lo explico a mi misma con la teoría del ya.
Ya sabéis. Ya. Ahora. “Lo quería para ayer. O para anteayer”. Vivimos, sobre todo las chicas, con un gran reloj que en cada tic-tac grita ya-o ya. Nuestra vida está tan “guionizada” como “quién quiere casarse con mi hijo”. A esta edad esto, a esta edad, lo otro. Esperan tanto de nosotras que nos aturullan, que no nos dejan ser nosotras mismas ni disfrutar de la vida. Así, con esa presión, ¿cómo quieren que hagamos bien las cosas? No sé vosotras, pero yo, bajo presión no funciono.
Más de una vez, mantenemos chicos no-adecuados a lo largo del tiempo porque pensamos que a pesar de ser el aspirante a capullo del año, va a ser el mejor capullo que podemos encontrar en el mercado amoroso. Y no es verdad.
¿Por qué hacemos eso? ¿A alguien le gusta que le quieran cambiar? ¿En qué momento alguien nos aconsejó tan mal?
Y no sólo con los chicos, es con todo.
A veces, el mejor camino es cambiar de dirección.
Y relajarse.
Yo ya me he cansado del ya. Y quiero que tú también te canses.
De verdad. Que hay mucho tiempo. Que el mundo no se acaba mañana. Que ni hace falta que sea ya, ni hace falta que llegue, sólo hace falta que tú seas feliz con la vida que elijas vivir. Y ya está.
Claro que hay que aprovechar el momento y hacer miles de cosas, pero, ¿y si mi momento es estar sentada en este sofá leyendo el periódico? ¿Y si quiero aprovechar este momento en no hacer nada? ¿O en estar sola mirando al vacío?
Con los años, he conseguido ver que la vida, lo bonito de la vida, pasa tan lento que ni te das cuenta. De repente un día está, sin más. Y no sabes cómo narices ha llegado hasta ahí.
Algún día, sin ningún tipo de prisa ni reloj, abrirás los ojos y verás a tu lado a ese alguien del que, aún teniendo sus taras, no querrás cambiar nada.
Así que haz la vida a tu manera, despacito, como se bebe una buena copa de vino o se da una un buen baño de espuma. Disfruta las horas despacio, como te gusta que te toquen el pelo o te hablen al oído. Hazlo todo despacio, que rápido nunca se llega.
De hecho, rápido no hay nada que llegue y mucho menos algo tan inexplicable como el amor verdadero.
Que nadie te agobie. Hay muchos trenes. Hay mucho amor ahí fuera. Hay muchas cosas lentas por vivir la mar de divertidas. Hay mucha gente a la que no te hará falta querer cambiar. Y sobre todo, llegará un día, aunque ahora lo veas lejano, en el que estarás tan bien, que no te querrás cambiar ni a ti misma.
Y hazme caso. No sientas tanto y siente bien.
Con amor, del lento y del de verdad.
M.
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