Llevar a cabo una secuela es una labor complicada, más aún dentro del cine de animación. Muchas producciones se centran en mantener los elementos tanto en este aspecto que acaban fotocopiando una historia. Pasó con Cars 2, Shrek Tercero, Ice Age 4…
Pero la clave para realizar una buena secuela es marcar una ruta que haga evolucionar al relato. Y lo más importante, no pretender que sea mejor que la original, pero sí diferente. En el caso de Hotel Transylvania 2, nos encontramos con ambas facetas. Una cinta que repite patrones pero que también aporta cosas nuevas. Además de gozar de una estética y una fotografía impecable, algo casi ya obligado por protocolo en la animación.
Retomamos la historia de Drac y compañía en la boda de su hija Mavis con Johnny, el humano que la encandiló en la primera parte. Tras un tiempo viviendo en el hotel, Mavis se queda embarazada. Nueve meses después tienen a Dennis, un vástago que parece íntegramente humano, algo que preocupa a Drácula. Mavis no está segura de que el entorno en el que viven sea el idóneo para criar a su hijo, por lo que se plantea mudarse a California, lugar de nacimiento de Johnny (que no se quiere ir del hotel). Pero Drac traza un plan para quedarse unos días a solas con su nieto y despertar al monstruo que lleva dentro.
El título que se le da a la cinta es relativo, y es que el hotel en sí ya no es un elemento clave en la historia, sino un mero decorado que actúa como enlace entre personajes. La trama se desarrolla fuera de los muros del negocio de Drácula. Esto provoca un descenso en la variedad de monstruos de la primera entrega, que tenían una presentación y una presencia notables. Por tanto, el hotel pierde fuerza y sentido como escenario. Sin embargo, el director Genndy Tartakovsky (padre de El Laboratorio de Dexter) nos abre un mundo de posibilidades que podría haber explotado un poco más, siendo lo más destacado un campamento para vampiros jóvenes que alude y critica la sobreprotección paternal.
Por otro lado, la responsabilidad lúdica recae en la pandilla de Drácula con resultados dispares. Frankenstein, Griffin (el hombre invisible) y Wayne (el hombre lobo) se mantienen en la misma línea que la anterior entrega, siendo este último el más positivo dentro de este grupo. Por otra parte se hace justicia con uno de los integrantes del grupo: Murray, la momia. En general tiene más protagonismo y todo lo que se relaciona con él funciona. El baile invoca-tormentas de arena, el miedo a las cosas convencionales, el juego con sus vendas… Se convierte en un personaje muy bien aprovechado. Y a este peculiar escuadrón de viejas glorias del cine de terror se añade un nuevo miembro: Blandi, un ser hecho de masa gelatinosa que no cambia su expresión. Es un monstruo que le hace gracia a todo el mundo, el Ralph Wiggum de Los Simpson. Todos estos personajes sostienen una trama en la cual Mavis y su marido humano no pintan realmente nada, al igual que toda la familia de Johnny, demasiado sosa para los minutos que Tartakovsky le concede.
Entre números musicales tediosos y repetitivos, y momentos tiernos y con un humor adaptado a nuestros tiempos, asistimos al mejor desenlace para recuperar el ritmo del film. Y nos llega de la mano de dos de los mejores personajes que nos ofrece la película. Se trata de Vlad, el padre de Drácula (con la voz de Mel Brooks, Arturo Fernández en España), y su esbirro murciélago, que está demasiado loco por acabar con los humanos como para no admirarle. Dos villanos que gustan y convencen, algo que le faltaba a la original Hotel Transylvania. También se destapan dos personajes desaprovechados, de los que merecen más tiempo (quitando a la familia de Johnny, por ejemplo). Son Dennis y la adorable Winnie, la lobezna de Wayne. El pequeño de los Drácula muestra muchas veces su devoción por los superhéroes (el cine de ese tipo se nos está yendo de las manos) hasta que finalmente adopta ese mismo papel. Y la lobita, también andaluza en España, es sorprendentemente carismática.
En una frase: digna secuela que repite algunos fallos y otros aciertos de su predecesora, pero que reinventa el entorno y presenta nuevos personajes que convencen y entretienen.
Carlos Hernández Lareo