Ayer lavé las sábanas. Y, cuandome metí dentro de la cama, sentí una sensación extraña. Echaba algo en falta. Y me puse a buscar tu olor como loco, pero el detergente se lo había llevado. De vez en cuando, me parece volver a olerlo. Y miro allí donde tu cabeza reposaba en mi brazo. Ahora se siente tan liviano, tan…vacío.
Soy consciente que fui yo el que empezó esto. Soy consciente que fui el que abrió la puerta, pero no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Pensaste que ya quería que te marcharas. Pero era todo lo contrario. Quizá tan solo quería que me hubieras ayudado a cerrarla. Y los días pasaban, y parecía que la puerta se fuera abriendo más y más. Te escapabas, como arena entre las manos.
Atrás quedan las miradas entre la multitud, mis dedos buscando rozar los tuyos sin que nadie se diera cuenta, mis canciones dedicadas con las que te decía todo sin decirte nada. Atrás quedo también el día que decidí mostrarte mis cicatrices, esas que no están marcadas en la piel, pero sí en el alma. Esas que sólo enseñas a alguien porque sabes que te ayudará a sanarlas.
Sabía que te estaba frenando, que te ponía trabas. Tonto de mí, el miedo me gritaba que no te dejara avanzar, que no quería que la historia se repitiera. Pero el destino es caprichoso y siempre tiene otros planes en mente. Imagino que al final todo depende de cuánto estamos dispuestos a dar. Y tú te fuiste, dejándome todo lo que pudiste darme. Y yo te dejé marchar, quedándome con todas las cosas que podría haberte dado y ya nunca podré.
Quizás algún día vuelva a llover. Ese día saldré sin mi paraguas. Y dejaré que la lluvia me vuelva a calar, poco a poco, gota a gota. Y cantaré mientras lo hace. Porque nunca un día de lluvia será más feliz.
P.D. Si quieres algo ve a por ello, porque lo único que cae del cielo es la lluvia.
Fdo. Anónimo