Aprovechamos que empieza el finde para retomar el relato de nuestro viaje por tierras helénicas.
En la etapa anterior habíamos hecho una pequeña excursión por el interior de Naxos y el día había sido bastante tranquilo, en realidad para descansar y tomar fuerzas para el plato fuerte: la excursión a la isla sagrada de Delos y visita al pueblo de Mykonos, una de las localidades más famosas, (y por ende caras) de las islas griegas.
Con respecto a Mykonos, ya habíamos decidido que no ibamos a ir, pues los precios de alojamiento y demás nos parecían ridículos (¿lo más barato 300â?¬ por una noche? ¡No, efjaristó! Pero dio la casualidad que el mismo barco que nos llevaba a Delos, nos dejaba 2 horas de tiempo libre en el pueblo de Mykonos, así que ¡perfecto! Nos llevamos nuestros sandwichillos anti clavadas por la cara y pasamos un rato muy agradable paseando por las calles blancas de un lugar que en realidad es precioso.
Pero empecemos por el principio. ¡La excursión a Delos!
La excursión, como ya os contamos, la contratamos directamente al llegar a Naxos, y tenía una duración aproximada de 7 horas (y un coste de 45â?¬ por persona). De Naxos se hacía una parada en la vecina isla de Paros para recoger gente, y de ahí se continuaba hasta llegar a la isla sagrada de Delos.
Vista general de la isla de Paros
Llegada a Delos
En Delos se hacía una parada de 3 horas que si tenemos en cuenta la extensión del yacimiento arqueológico, y que incluye un museo, realmente es muy poco tiempo. Pero si contamos con el calor abrasador de esta yerma islas y el cansancio que supone explorar las ruinas por el escarpado terreno, la verdad es que es tiempo suficiente.
La isla de Delos, según la mitología griega era una isla flotante, que Zeus fijó con cuatro columnas al fondo del Océano para proteger a Leto, a quién había dejado embarazada y quién intentaba huir de la ira de Hera (esposa de Zeus). Fue allí donde nacieron los gemelos Artemisa y Apolo que en todo momento acompañaron a su madre defendiéndola con sus flechas de sus enemigos. Aunque el lugar de culto más antiguo de la isla pertenece a Artemisa, el culto de Apolo está presente en la isla desde el 1400 a. C. y fueron sus templos y el carácter sagrado de la isla lo que fue atrayendo gente que poco a poco fue dando forma a las pequeñas poblaciones ancestrales, para desarrollar una ciudad comercial y elitista que poco tenía que ver ya con la mera devoción hacia el dios del sol. Artistas, nobles y mercaderes construyeron ricas villas y palacetes e hicieron brillar la isla con un resplandor similar al del dios que veneraban.
Las excavaciones ha revelado mosaicos de un realismo y perfección técnica exquisitos. En la Casa de Dioniso, por ejemplo, un mosaico en el suelo de la villa representa el triunfo del dios a lomo de un tigre. El mosaico está realizado en opus vermiculatum, técnica que, empleando unas teselas muy pequeñas de esmalte y piedras duras, como el ónice y la ágata, consigue unos extraordinarios efectos cromáticos.
Otro ejemplo de este tipo de decoraciones es el mosaico del peristilo de la Casa de los Delfines.
Muy cerca de estas grandes casas palaciegas se encuentra el teatro de Delos, que tardó 70 años en terminarse y que es uno de los poco es Grecia construido enteramente de mármol. Hoy en día poco queda del aspecto original del teatro tras miles de años de saqueos y de estar expuesto a la intemperie. El teatro tenía capacidad para unas 6000 personas, lo que permite hacerse una idea del tipo de sociedad que ocupaba la isla.
Arcos de medio punto bajo el teatro de Delos
Si seguimos ascendiendo por la colina, llegamos a la conocida como terraza de los dioses extranjeros donde encontraremos, entre otros, el templo de Isis que está relativamente bien conservado. Como el floreciente centro comercial y mercantil en que se había convertido, Delos necesitaba satisfacer las necesidades religiosas de muy diversas culturas y civilizaciones, por lo que se convirtió en un lugar de tolerancia y convivencia religiosa pacífica en el Mediterráneo.
Si seguimos avanzando por la terraza pronto llegaremos al museo, donde podremos observar los originales de los mosaicos, los famosos leones de Delos y muchas de las estatuas y restos arqueológicos encontrados en la isla. La entrada es gratuita y el único requisito que es que no te hagas fotos con las estatuas imitando la postura de estas. Merece la pena una parada rápida, entre otras cosas para apartarse un poco del sol inclemente que no da tregua en esta pedregosa isla.
Sin embargo la imagen que más tenemos en nuestras retinas de los leones, no es la del interior del museo, donde está los originales, si no la de las copias de yeso que se encuentran en la llamada avenida de los leones.
En definitiva un paseo por el pasado de una civilización que en pleno apogeo debió ser algo digno de ver. ¡Imaginaos las vistas de algunas de estas casitas cuando estuvieran recién terminadas!
Una cosa que no hemos comentado, es que la entrada a la isla, que cuesta 5â?¬ por persona, no está incluida en el precio de la excursión, así que tenedlo en cuenta a la hora de hacer vuestro presupuesto.
Llegaba la hora de saltar de nuevo al barco con rumbo a Mykonos, al que se tarda apenas 30 minutos en llegar y donde nos dejaron 2 horas de tiempo para dar una vuelta y comer. Como llevábamos nuestra comida, no nos preocupaba tener que esperar en un restaurante, así que tuvimos tiempo de sobra para pasear y vagabundear por entre el laberinto de blanco, azul y rojo que es Mykonos.
Vista de Mykonos desde el puerto.
Uno de los mayores atractivos de la ciudad es el barrio llamado “la Pequeña Venecia” que recibe este nombre porque sus casas están construidas directamente al nivel del agua. Estas casas son del siglo S.XVIII y la arquitectura es diferente a la que podemos ver en el resto de la isla. La verdad es que merece la pena una parada algo más larga en esta zona, y es por esto que buscamos un ricón agradable en este barrio, a la sombra y nos paramos por fin a tomarnos nuestro almuerzo, (con 2 cervezas Mythos de lata fresquitas, estas sí compradas en un kioskillo).
“Pequeña Venecia” de Mykonos
Nuestro rinconcito para comernos el sándwich
Por último, en nuestro paseo decidimos subir hasta la pequeña colina donde se encuentran los molinos de Mykonos y desde donde se tiene también una preciosa vista de la ciudad, y especialmente de la “Pequeña Venecia”. De los quince molinos que originalmente molían el grano de esta tierra de vientos constantes a lo largo del año, solo quedan cinco, que han pasado a ser una de las estampas más fotografiadas de la isla.
Y después de esta última parada, tocaba apretar el paso para volver al ferry antes de que partiera sin nosotros, pues regresábamos a Naxos para llegar cuando empezaba a caer la tarde. Hicimos un último intento (infructuoso) de alquilar un coche desde las islas para recogerlo en el puerto del Pireo, y después nos fuimos a cenar. No sé si fueron los nervios de la nueva incertidumbre que se cernía sobre nosotros, (cómo se nos daría el tema del coche al día siguiente) o la tristeza por marcharnos de la bella Naxos, pero nuestro instinto de encontrar supersitios para comer y cenar nos engañó esta vez, y fuimos a parar a la típica trampa para turistas, muy bonita por fuera, pero con muy poca calidad por dentro. La comida justita de cantidad y regulera de calidad, sobre todo comparado con los super-homenajes que nos habíamos dado en días anteriores. La taberna en sí está en el mismo puerto de Naxos y se llama Taberna Zorba. Wrong! No vayáis, avisados estáis. ¡Y mira que había sitios! Pero yo creo que fuimos a dar con el peor.
En fin, que rapidito nos fuimos a dormir pues el día siguiente nos deparaba un viaje en ferry de 7 horas, la aventura de encontrar un coche de alquiler para el interior, y nuestra primera etapa en coche y por ende, primer encuentro con los carteles y señales de carretera en griego.
¡Hasta pronto, Calderer@s!
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