El nombre de Santorini, es de origen italiano, y hace referencia a Santa Irene, la patrona de la isla. En la antigüedad, sin embargo, se la conocía como Thera, que significaba “la más bella”, y es que sin duda esta es una isla singular.
Su espectacular belleza está profundamente asociada a la caldera geológica que resultó de la violenta explosión volcánica que tuvo lugar en el siglo XVII antes de Cristo y que destruyó la mayor parte del suelo de la isla, creando la laguna central que hoy existe. Además lanzó una nube de polvo a la atmósfera que, afectó a países tan lejanos como Egipto y pudo observarse incluso en China. Se han encontrado registros geológicos que muestran que este oscurecimiento de la atmósfera hizo bajar la temperatura del planeta varios grados.
Si miramos Santorini en un mapa, parece la típica isla de piratas donde la X marca el lugar para encontrar el tesoro. Y es que efectivamente, la caldera ofrecía escondrijos y cobijo a los lobos del mar. El perfil de la isla es una media luna, con un cráter de volcán en el centro de la laguna (Palia y Nea Kameni). Un poco más al noreste hay una última isla, llamada Thirasia, que fue separada del resto de la isla tras la explosión.
Se han excavado los restos de una ciudad ancestral al sur de la isla, que al parecer fue uno de los grandes centros de poder de la cultura Minóica. Se trata de la ciudad de Akrotiri, que se ha encontrado escondida bajo lava milenaria. Lo que llama la atención de esta excavación es que no se han encontrado restos humanos. No se sabe si fueron calcinados, o si el terremoto previo a la explosión los alertó y consiguieron huir a Creta.
La capital de la isla, Thira (o Fira), está ubicada sobre el filo del acantilado y mirando a la caldera del volcán. Para llegar, hay que tomar un autobús desde el puerto de Santorini, Athinos, que se encuentra a unos 10 kilómetros al sur de la capital. Pero no hay que esperar mucho, pues los autobuses esperan a los ferries en el mismo puerto para llevar a las miriadas de turistas camino arriba por la vertiginosa carretera que asciende por la caldera hasta la capital.
La ventaja de alojarse en Fira es que es el punto mejor comunicado de la isla, ya que todos los autobuses que van a cualquier destino parten y de la capital. Algunos autobuses hacen paradas por el camino. Otros, son “expresos” y no tienen paradas intermedias.
La enorme desventaja, y especialmente en Agosto, mes en el que realizamos nuestro viaje, es la cantidad de gente que supera con creces las capacidades de la isla. Alojamiento, restaurantes, medios de transporte… todo está desbordado y lleno a reventar, lo cual hace que la gente se enfade, se agobie, se estrese y que la idea utópica de vacaciones relajadas en una isla griega se desvanezca entre los gritos de los cobradores de billetes de autobús y los turistas confusos y enfadados.
Si volviésemos a plantear el viaje, quizá hubiésemos decidido establecer nuestra base en Pyrgos, que está realmente cerca de Fira, y parecía mucho más tranquilo y relajado que la capital.
Uno de los grandes problemas de Fira es la escasez (y por tanto el sobreprecio extremo) del alojamiento. Para que os hagáis una idea, pagamos por una noche en una habitación privada en un youth hostel (que no hotel, lo que en español llamamos un albergue) 75???, eso sí, por lo menos tenía el desayuno incluido. (Si recordáis, en el hostel de Atenas pagamos 30??? por una noche)
En concreto estuvimos en el Kykladonisia Youth Hostel, que ocupa varias casas típicas tradicionales en la parte alta de la ciudad. Las calidades del albergue en sí eran un poco justas (para el precio, por lo general somos cero exigentes), pero casi que se te quitaba el cabreo de haber tenido que pagar un precio tan elevado al conocer al chico de recepción. Toda la información que uno podría esperar de una oficina de turismo y más (consejos personales, recomendaciones, resolver dudas, llamar por telefono para reservar otros alojamientos, etc) te la ofrece este muchacho con una sonrisa en la cara.
Nuestra habitación en Kykladonisia Hostel
Una vez que nos dieron nuestra habitación, soltamos las mochilas y descansamos un poco, llegó la hora de empezar nuestra visita a la isla. Y como llevábamos todo el día de viaje decidimos tomárnoslo con tranquilidad y buscar una playa tranquila para comer y pasar la tarde.
Por el camino hacia la estación de autobús, empezamos a hacernos una idea de lo que esta isla escondía y el porqué atrae a tanta gente de todos los puntos del mundo.
La playa elegida fue, la playa de Perivolos, que nos llamó la atención por su arena negra de origen volcánico. Aunque casi nos impactó más ver que los bares y restaurantes que poblaban la linea de la playa tenían ocupados con sus sillas y sus tumbonas, prácticamente cada centímetro de la playa, por lo que tenías que pagar para disfrutar de ella.
Nosotros no nos rendimos, y caminamos, caminamos alejándonos lo más posible de la zona donde te deja el autobús hasta que encontramos un huequito donde poner nuestra toalla sin tener que pagar a nadie. Además, a la vez encontramos un restaurante con precios pagables y comida sencilla, (una ensalada griega para mi y una hamburguesa para mi acompañante) con unas superbirras a buen precio. Y con la banda sonora de Zorba, el Griego sonando, en lugar del chunda-chunda trance de los otros lugares. Nuestro axioma de “budget travellers”: cambia lo super-fashion por lo sencillo y acertarás.
Arena negra de Perivolos
Para llegar a Perivolos hay que tomar el bus en que va a Perissa, y bajarse justo antes de la última parada. Hay un bus que va solo a Perissa y no para en la playa, pero está tan cerca que se puede ir andando en lugar de esperar a que llegue el bus que sí para en la playa.
El sol se puso en el horizonte mientras volvíamos a Fira. Allí nos esperaba nuestra habitación, nuestra ducha (bueno, nuestro agujero en el suelo del baño junto al lavabo y nuestra alcachofa de ducha) y nuestra primera salida nocturna en Santorini.
Como habíamos almorzado ligero, decidimos probar uno de los restaurantes que recomendaba la guía, el Ouzeri, en el centro comercial al aire libre la Fabrika. Los precios estaban un poco altos, pero tampoco queríamos cenar mucho así que pedimos unos dolmadhes (hojas de parra rellenas de arroz con salsa de yogur) y un saganaki de mejillones (mejillones en salsa de tomate con queso feta). Ambas cosas estaban espectaculares, no dejamos ni una miga y rebañamos la salsa con pena de que se acabara. Pero no se nos puede olvidar mencionar el aceite de oliva que nos pusieron para acompañar el generoso pan. Mira que somos andaluces pero no recordábamos haber probado un aceite tan delicioso en mucho tiempo.
Dolmadhes
Saganaki de Mejillones
De vuelta en el hostel, descubrimos otro punto fuerte del albergue donde estábamos, que no habíamos visto al llegar. Se trata de las increíbles vistas desde las terrazas del hostel, (había varias y cualquiera que estuviera alojado podía acceder). Por la noche ver la luna roja sangre saliendo del mar rodeada de casas blancas y cúpulas azules es algo que bien merece el precio del hostel (aunque en realidad no es mérito del alojamiento, si no que mama naturaleza nos lo da).
Bueno, Calderer@s, ¿qué os ha parecido esta primera toma de contacto con Santorini? Pronto os contaremos cómo tuvimos la suerte de ver Oia, la ciudad más famosa de la isla (y la más cara de Grecia) prácticamente solos. ¡Todavía no nos lo creemos!
¡Hasta pronto!
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