Hace unas semanas nos surgió una escapada a *Oldemburgo*, una ciudad alemana situada en Baja Sajonia y como os imaginaréis: ¡norteña, a más no poder! Y la verdad, el largo viaje que hicimos desde Berlín hasta allí: ¡mereció bastante la pena! Aunque tan solo pasamos un día y una noche en la ciudad, nos dió tiempo de sobra para captar el ambiente cotidiano de su zona comercial. También pude disfrutar de su casco antiguo, el cual es bien original porque a diferencia de otras ciudades: ¡este salió airoso y apenas sufrió daños durante la Segunda Guerra Mundial!
Llegamos tranquilamente un domingo por la tarde. Nada más poner un pie allí, recordé que estés donde estés en Alemania: ¡las calles suelen estar desiertas justo ese día de la semana! Uno de los dilemas que por muy alemanizada que ya esté: ¡nunca lograré entender! Cuando visitamos cualquier ciudad por primera vez, intentamos buscar algún restaurante de comida regional para meternos de lleno en la gastronomía del lugar. Os imaginaréis que en este caso: ¡nos costó bastante dar con algo! Pero bueno, al final cenamos estupendamente en el restaurante *Ratskeller*, situado justo en la plaza del ayuntamiento y que sin duda, os recomiendo.
Al día siguiente y al ser laboral, pude aprovechar un poco más el ambiente de la ciudad. Es increíble la gran diferencia de precios que existen entre unas ciudades y otras. Y esto, tan solo por ser más o menos famosas independientemente de lo hermosas. Esta en concreto, me pareció de lo más asequible en todos los aspectos. Además acerté pero bien eligiendo el hotel, pues estaba en el corazón de la ciudad, no le fataba detalle y encima tenía al lado alguna que otra curiosa galería de arte. (Por si os interesa, se llama Altera Hotel).
Las casas del casco antiguo, no me pudieron conquistar más. Cosa que mi suegro ya me había advertido el día antes, añadiendo que aprovechara porque era un paraíso para ir de compras. La verdad, es que asentí escéptica. ¡Pero sí, lo es! Así que si al igual que yo, disfrutas mucho con el pequeño comercio, las tiendas de decoración o de delicatesen: ¡estas en el lugar perfecto! Además, tampoco le faltan cafeterías con encanto. Es el caso de la pastelería *Appeltje*, situada en una de las calles más bonitas que por allí encontré.
Esta visita me dió que pensar. Echo mucho de menos el ambiente de las ciudades más pequeñas en las que todo es familiar, están impecables y a diferencia de Berlín: ¡la gente es tremendamente amable! Si tengo ocasión, me gustaría volver. Porque reconozco que me he quedado con ganas de conocer un poco más, pero claro: ¡en eso consisten las escapadas exprés! Pero cómo para quejarme estoy yo, si hasta conseguí pillar in fraganti: ¡a este Sr. Petirrojo!
¿Qué os ha parecido? ¿Conocéis Oldemburgo?
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