Siempre digo que todo lo bueno que tengo se lo debo a mis padres. Y algo que he heredado de ellos, sobre todo de mi padre como buen navarro que era, es la pasión por la gastronomía. Desde niños nos inculcó el valor de la buena mesa, de la materia prima sin disfraces, conocer y distinguir el producto de temporada y por encima, reunirnos a todos. Tampoco salíamos mucho a comer o a cenar fuera de casa, la verdad, pero las pocas veces siempre eran buenos motivos para celebrar y comer bien. Mi padre no se impresionaba por los grandes chefs con estrellas, no los perseguía, pero sí los platos muy del Norte, auténticos y sin distracciones. Rotundos y sencillos, como era él. Y hay un sitio que me ha recordado mucho a mi padre, mi sherpa foodie, por cómo es. Estoy hablando del asador Etxebarri que está en Atxondo, un lugar de cuento suizo en Vizcaya.
La vida misma te va sumando buenos amigos. Cada uno de una manera de ser, de ver la vida, de hacer… pero amigos al fin y al cabo. Cada dos años nos reunimos un grupo para hacer un plan foodie, esa es la golosa excusa. Lo preparamos con meses, con ilusión, con un grupo propio de whats upp para la ocasión y con muchas ganas de vernos. El último destino lo teníamos en mente desde hace tiempo: Etxebarrri. Allí llegaron ilusionadas diez personas, desde diferentes puntos, al precioso valle.
Nuestra amiga María, la vizcaína, nos dijo que merecía la pena ir con tiempo para hacer un caminito precioso que hay junto al pueblo. Y vaya si merecía la pena…
Pero regresemos a lo importante: Etxebarri, capitaneado por Bittor Arguinzoniz que hace magia con las brasas. Os cuento un poco sobre la experiencia gastronómica cuya bandera es la extraordinaria materia prima y su ahumada elaboración. Es como un sitio de toda la vida, un caserío con barra en la entrada para tomar algo.
De los platos no puedo olvidar el queso de búffala porque junto a la casa, ellos las crían y todos los días consiguen ese queso sin igual. Y sobre todo no olvido la espectacular mantequilla de leche de cabra ahumada. A todos nos fascinó.
El secreto del lugar, luego os cuento más, está en la brasa. Y con esta pócima secreta degustamos una espectacular gamba de Palamós aunque reconozco que no me va mucho el marisco… Alfonso no la puede olvidar. Los diez amigos nos quedamos mudos cuándo llegaron los guisantes de lágrima. Y la chuleta con un sabor a brasa suave, como hecha despacito. Qué auténtico sabor. Y qué decir de los postres, parecen sencillos pero detrás se notaba una cuidada elaboración.
Tuvimos la suerte de que Aitor, uno de los sumilleres, nos dejó pasar a conocer el gran secreto: La cocina. Nos explicó que la madera de encina la dejan reposar tres años hasta que la utilizan y nos mostró cómo el equipo de cocina juega con las poleas para acercar o alejar los productos de las brasas. Parece sencillo, pero no lo es, ahí está la clave de su éxito y su originalidad.
Siempre hay que encontrar un motivo para reunirse, para disfrutar de las pequeñas cosas, para celebrar todo lo bueno. Son grandes momentos que nos quedan grabados a fuego, y nunca mejor dicho, todo lo que hemos sentido en Etxebarri. Y no hemos podido acertar más. El grupo gastro ya está pensando en otro plan…
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