Después del ensayo necesitaba respirar, la tensión había sido alta por que la acústica no era del todo buena y los acordes del violín desprendían un sonido que para un profano era bueno, para ella era imperfecto, bajó a la Place de la Comédie y se dejó arrastrar a la obra de Étienne d’Antoine. La estatua fuente de las tres gracias, Aglaé, Euphrosine y Thalie, justo en el centro de la plaza, en el hall vio la estatua original y sintió que le transmitía amor, sus ojos no podían dejar de seguir esa obra esa desnudez griega que siempre le atrajo, esos pechos esculpidos posados en esos cuerpos femeninos, sólo cubiertos por un peuple, enseñan al mundo su desnudez y se acarician como pacto entre mujeres. El cabello recogido y controlando la plaza se entrejuntan sus dedos en el punto más alto de la cabeza. Es bello ver esa estatua y a la vez dejarse inundar por los pensamientos que acuden a su mente. Las tres gracias siempre fueron mujeres, siempre fueron diosas, ella lo sintió así y Marine también lo fue, la diosa de su vida. Sus ojos se posaron en ella cuando no era lícito amar.
Su carrera profesional despegaba, cumplía verdaderos horarios estrictos. A las seis amanecía para ella, ducha, desayuno cargado de vitaminas, aguacate, tostada, zumo de arándanos, nunca admitió la leche y un puñado de frutos secos. A las siete ejercicios de pilates, estiramientos, fortalecer espalda y la postura. A las ocho menos cuarto ya podía comenzar el ensayo, su reloj de bolsillo le recordaba los ritmos, los segundos de su sueño, ser considerada una de las mejores concertistas de violín, mientras sus falanges respondieran debía afinar bien las cuerdas de su instrumento para que emitiera los más bellos sonidos que pudiera alcanzar una vibración de cuerda.
Sebastián la observaba, cada mañana, había decidido consagrar su vida a ella, como acompañante nunca esperó recibir un trato de amigo, si de respeto. Su profesión como secretario englobaba muchas otras funciones, una de ellas la perpetua adoración por su arte, la música, esas cuerdas emitían sonidos que sus palabras jamás pronunciaban, él se mantenía fiel a ella por el sonido de su violín, adoraba esa frecuencia, organizaba su agenda, blindaba su tiempo, ocupaba su lugar no interfería en sus relaciones, no traspasaba la línea de confianza, jamás un comentario socarrón, bromista, grosero, que restara importancia a su trabajo, no era un trepa, su trabajo era su carta de presentación, no interrumpía su trabajo con chismes maliciosos, para captar la atención de la diva, no daba pie a relaciones capciosas porque él tenía claro que un equipo de trabajo ha de ser montado como un reloj suizo, pieza a pieza basándose en el respeto de su jefa y el de su familia, no anulaba a ningún miembro, conocedor de la importancia que tenía la familia para la violinista. Ella se lo hacía notar, le explicaba lo importante que habían sido en su carrera musical. La discreción era su santo y seña y la humildad su mejor carta de recomendación. Nó existía la mentira en esa relación sino no habría relación. Redactaba su agenda hora a hora, no se le escapaba ni un detalle, vuelos, coches, comidas, dietas, citas con los facultativos, clases magistrales, vacaciones, reuniones, eventos, hasta tiempo de ocio. No se ocultaban acontecimientos, ni se inventaban citas, las giras, las clases, los compromisos etc…no era necesario porque sino se alteraría el sueño de la concertista y se le crearía una presión innecesaria, ya ejercía el escenario una presión aplastante. Tenían una relación donde él iba un paso por delante de ella, compartían una pasión, que ella interpretara y pisara los escenarios más notables. Siempre habían formado un gran equipo, él le felicitó cuando triunfaba y ella le devolvía reconocimiento y gratitud, conocían sus orígenes y respetaban sus familias. El mundo del espectáculo da pie a muchas interpretaciones, a chismes intencionados, inventar fantasmas donde no los hay, y vender una exclusiva con un chisme era muy jugoso y rentable.
Se conocieron en el conservatorío, hace ya 20 años y no logró despuntar como intérprete, su instrumento era el piano, sus manos se vieron aquejadas de una artritis. Formó un equipo con ella y a su lado.
Ahora en Montpellier había algo que él leía, en sus ojos, el violín emitía una melodía diferente, un gran pleonasmo de pasión, cada noche se situaba en un espejo donde se reflejaban pasiones que se intentaban solapar con sueños de ausencia y de presencia.