Aranza busca la paz en cada nota esa sensación de tranquilidad absoluta, motivación de cambio, que cada mañana experimenta cuando comienza sus ejercicios matutinos, imprescindibles para mantenerse en forma y poder afinar el violín, logrando el sonido perfecto la armonía de las notas y no desafinar un tono.
Llave de luz que abre cada puerta de un auditorio, con los sonidos de sus cuerdas, ella sabe que después de tantos años no ha conseguido olvidarlo, no ha conseguido recrear aquellas sensaciones nuevas , ese sentimiento de flotar en el aire cuando su mano rozaba la mano de ese amor que siempre se mantiene latente, renuncia voluntaria. El precio era caro, no sentir a cambio de intenso trabajo y éxito profesional.
Constancia durante esos diez años, para mantenerse siempre en plena forma y en el lugar idóneo. Giras, discos, libros, clases, conferencias, viajes, un ritmo vertiginoso que la ha aislado de los sentimientos porque no quedaba tiempo para sentir, únicamente para controlar que todo salga bien.
Gracias sin duda a Sebastián, piadoso, disciplinado y respetuoso.
Desapego de todo y de todos excepto de esa sensación que la mantiene enganchada cada día que recuerda esa pasión silenciada, no dormida, latente cada vez que interpreta el Opus de Chaikovski, porque es la pieza que compartían.
Soltar, dejarse invadir por esa sensación de libertad para vivir, sin lastre ni sacos pesados de remordimientos, culpa, personas enseres etc… y sin embargo ahora llega París el punto de inicio o el punto final, se vuelve a repetir el ciclo vital, emociones, amigos y recuerdos.