Una fotografía nunca es la persona. Un puente no es el viaje. Una partitura musical no es el sonido. La magia no existe, sólo hay magos y lo que percibe el público. (John Grinder)
Posiblemente no creas en el destino, ni en las casualidades, ni mucho menos en el horóscopo. Tal vez pienses que todo lo bonito de la vida es un simple decorado, que el artificio ha podido con las almas, que el maquillaje nos tapa la mirada. Quizás creas que ya no queda nada original, ni nadie original, ni hueco en este mundo por explotar. Que los soñadores han muerto, y tú entre ellos. Creerás que ya lo has visto todo, que ya lo has oído todo, que ya lo has sentido todo. Que sin dinero no se puede viajar. Que sin ilusiones, se puede tirar.
Igual ya no crees en la magia, ni en las varitas ni en las hadas. Tal vez, los cuentos te parezcan innecesarios, casposos, absurdos. Igual, como dicen por ahí, la Cenicienta quería un Louboutin y no un incómodo zapato de cristal. Y tal vez, Blancanieves dejó de ser blanca pagando un bono de rayos en Solmanía. Y puede que Bella se cansara del ogro de su marido, que vale que con el “Cámbiame expréss” no estaba mal, pero tenemos que reconocer que no era un tío muy salao’, la verdad. Y también, puede que Aladdin se estrellara con la alfombra (si es que…¿a quién se le ocurre confiar en algo así para volar? Iluso insensato). Y no. Tú ya no crees en moñeces y en “happy endings“, como diría la canción.
Seguro que ya curvas la cejas y frunces el ceño, como si fueras una abuela gruñona. Seguro que ya tienes arrugas de poner tantas veces esos inútiles morritos de enfado. Fijo que sí.
Pero no te das cuenta de lo guapa que estás cuando sonríes.
No lo ves.
No tienes ni idea.
Igual piensas que el amor es un gran engaño, la mentira universal, una patraña más grande que tu dura cabeza. Crees que visto uno, vistos todos. Que el patrón se repite más de la cuenta, y a ti ya no te salen las cuentas de las veces en las que confiaste para nada. Porque lo has intentado tantas veces y con tantas ganas, que ya has olvidado que no son las ganas, sino la persona. Que sigues equivocando las formas, y no la esencia. Que por muy sabia que te creas, eres bastante inepta para lo básico.
Tal vez ya no compres un libro sólo por su cubierta, ni un disco por un single en la radio. Seguro que el libro lo lees sin que nadie te vea, muy por encima y corriendo, en una esquina de la tienda. Y el disco, sólo lo comprarías si fuera de uno de esos grupos por los que pagarías hasta el infinito y más allá. Y para de contar. Porque la cartera ya no se abre a la primera de cambio, que sabes lo que cuesta ganar el dinero, como te decía tu madre cuando eras pequeña. Y quien dice la cartera, dice corazón, pensamiento, ojos.
Porque la vida te ha obligado a vestirte con pinchos, a ponerte capas, a tapar tus ilusiones en el frasco de las causas imposibles. A obligar a tus sueños a quedarse callados. A ir de puntillas. A querer con cuidado.
Schss. No hagas ruido.
Pero olvidas que pese a tener tantos pinchos, todavía te queda alguna flor. Que entre tanta decepción, siempre te queda un trozo de ilusión, un pedazo de infancia que se niega a desaparecer. Un rastro de amor que no muere, por muchos años que pasen. Que sabes que está. Porque te sigues emocionando con cualquier chorrada de la tele, con cualquier frase, con cualquier fotografía en blanco y negro o a color. Porque, en el fondo, aún mantienes cierta magia en las manos, y mucha más en la mirada.
Porque te dieron tantos palos, que al final reciclaste uno y lo convertiste en varita.
Y se te olvida, a veces se te olvida, que aunque te sientas en medio de un oasis sin sombra ni refrescos, lo más importante es que llevas agua dentro, como una cantimplora interna que va adherida a ti. Que va contigo. Que te da vida. Esa es la ventaja de los cactus, su auténtica belleza, su forma de sobrevivir. Que a veces miras alrededor ansiando respuestas, buscando salvación y…hola, toc toc, mira hacia adentro, sólo tienes que buscar en tu interior.
Todos tenemos pinchos, ¿sabes? Todos en algún momento dado, hemos sido cactus. Pero llega un momento en el que tienes que volver a cubrirte de piel. Quitarte la coraza. Dejar que alguien acaricie de nuevo tu cara, que vean tu rostro con las marcas que los pinchos le dejaron. Y que te besen las cicatrices, una por una, con cuidado.
Y permitir que te inviten a dos copas. O a tres. Y hacerle un sitio al valor, al comenzar, al no parar de hablar de tantos nervios. Y derribar la puerta a cañonazos. Y andar con tacones por el desierto. Y regar las flores que te quedan, que no son pocas, por suerte.
Y volver a hacer magia, a creer en ella. Porque dicen que quien aprende a ir en bici nunca lo olvida, y yo creo que con la magia pasa algo parecido.
Gracias por enésima vez a Rocío Navarro, Tocados, por su inmensa paciencia con mis patéticas poses de modelo.
Eres la mejor.
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