Regueras y batipuertas
Puro sabor a sierra en las calles de Candelario
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Las calles de Candelario están tan pegadas a las laderas de la montaña como lo está un águila en una rampa de hielo: clava las uñas como puede y aguanta el suspiro para no acabar en el fondo del precipicio. Lo que pasa en Candelario es que la sabiduría popular, o sea, esa que está hecha por el método de aprender de los errores del pasado para no volver a repetirlos y aprovechar como mejor se pueda lo que está a mano, ha convertido la dificultad de vivir agarrado a la falda de una montaña en una virguería de casas de piedra y callejuelas estrechas: se mire por donde se mire, Candelario presume de estampa serrana por sus cuatro costados.
Sin embargo, de lo que más presume Candelario es de las virtudes de una industria chacinera que hizo fama, sobre todo, en los siglos XVII y XVIII. Candelario venía de ser un pueblo de pastores especializado, más que otra cosa, en el cuidado de cabras, bien aptas para triscar por entre los abruptos pliegues montañosos en los que se asienta el pueblo, y trashumar ovejas cuando descubrieron que, sin ir más lejos, tenían al alcance de la mano el ingrediente secreto para convertir en oro la materia de sus sueños: un aire tan puro y fresco que dejaba los chorizos convertidos en objeto de deseo por el que se pegaban en el resto de España.
Es así como comienza a cambiar la forma de vida de los vecinos hasta que llegados a esos siglos prácticamente todos andan dedicados ya a la cría de vacas y cerdos y a la elaboración de unos embutidos por los que se pegaba hasta el rey: en tiempos de Carlos IV y de Alfonso XII la propia Monarquía tenía como proveedores reales a varias familias de la localidad. Más o menos conocida es la historia del Tío Rico, el Choricero de Candelario, dibujado por los hermanos Bayeu en unos cartones que tenían como objeto convertirse en tapices con los que alfombrar las paredes del palacio Real. El Choricero, que llegó a ser proveedor de palacio, con su mercancía en la mano decora hoy también la pared exterior de un establecimiento dedicado a la gastronomía y antigüedades a la entrada de la población, frente a la ermita del Cristo y el Humilladero.
Pero el embutido cambió por completo la fisonomía del pueblo. Como industria familiar que era cada casa se adaptó como mejor pudo a las necesidades del producto. Y es así como surge la casa tradicional chacinera pensada, desde la puerta hasta el desván, para lograr el mejor producto con la mayor comodidad.
LA BODA DE CANDELARIO
El segundo domingo de agosto Candelario se viste de fiesta para conmemorar cómo se realizaban las bodas en el pasado. Así, los vecinos del pueblo se entregan con sus mejores galas a la representación de un largo ritual marcado por las distintas fases que van desarrollándose a lo largo de la mañana. Ese día comienza con la comitiva partiendo desde la casa del novio hasta del padrino para dirigirse después todos juntos hasta la casa de la novia. Tras los cantos que tienen lugar bajo su balcón y a la salida de su casa, toda la comitiva acompaña ya a los novios hasta el pórtico de la iglesia, donde el sacerdote los espera para celebrar allí mismo la boda.
Unidos ya en matrimonio es el sacerdote quien les acompaña hasta el altar mayor para recibir su bendición. Mientras, los novios sujetan dos velas encendidas y son cubiertos con unos paños conocidos como “velambres”. Terminado el banquete, el rito prosigue con la celebración del tálamo, mesa presidida por los novios en una plaza del pueblo y en la que reciben regalos de los invitados tras lo cual todo se celebra con un repertorio de bailes típicos. Desde luego, es el mejor día del año para disfrutar de los atavíos tradicionales de la localidad.
Y así es también como todos estos detalles se repasan, entre bromas y sorpresas, en el recorrido teatralizado que aguarda al visitante en el museo de la Casa Chacinera. También es la mejor manera de entender cómo la forma de ganarse la vida condiciona la forma de construir en el mundo rural.
El paseo por el interior de la Casa Chacinera es una oportunidad única para ver la intimidades de unas casas que, el visitante de a pie, tiene que conformarse normalmente con disfrutar de fachada para afuera. Se entera así de que uno de los rasgos más personales de la localidad, sus regueras, los canales que corren por las calles del pueblo de arriba abajo, no son sólo para evitar las inundaciones del deshielo. Es todo un sistema hidráulico, bien regulado y pensado, que nació por una necesidad higiénica: la de limpiar las calles de la degollina animal cuando las matanzas se hacían a la antigua usanza, cada cual a la puerta de su casa. Otra de las señas de identidad son sus conocidas batipuertas, una especie de elaborada antepuerta que ocupa la mitad del vano y cuya finalidad estaba en la de servir como una especie de burladero desde el que se sacrificaba a las reses, mientras se las sujetaba en la calle con una maroma que pasaba por una argolla de hierro que también suele verse todavía junto algunas puertas
EN MARCHA. A Candelario puede llegarse desde Béjar o desde la localidad de Navacarros, en la carretera que lleva desde la N-630 hacia Barco de Ávila.
LA CASA CHACINERA. Conforma un interesante museo etnográfico en el que se recrea la forma de vida y las labores propias de la elaboración tradicional del embutido a finales del siglo XIX y XX. Para asistir a los pases teatralizados lo mejor es ponerse en contacto antes en el 695 653 491. Ayuntamiento de Candelario: 923 41 30 11. Web: http://www.candelario.es/museo-casa-chacinera-de-candelario/
EL PASEO. Una vez visitado el pueblo puede realizarse el corto paseo señalizado, apenas 1 kilómetro, que lleva hasta los antiguos lavaderos. El camino se toma en el inicio de la carretera hacia Navacarros, en la parte alta del pueblo. Finaliza de nuevo entre las calles del pueblo.
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