Pan, aceite y chorizo
Tres museos que despiertan las ganas de comer ¿o no?
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Hay museos que dejan con la boca abierta. Y no porque lo que veas en ellos te resulte tan asombroso como para no dar crédito. Más bien porque recorrer sus pasillos es poner en alerta hasta a los jugos gástricos más perezosos. Una especie de fiesta de los sentidos en la que, además, se aprende sobre el origen de los alimentos, su historia, el porqué de su uso o las variedades entre las que es posible escoger. Son museos o colecciones museográficas dedicadas a los alimentos o a aspectos generales de la gastronomía: el vino, el pan, el chocolate, el embutido, el aceite, el queso, la miel, la harina, la sal…
Son muchos y variados. Hoy, de momento, os sugerimos tres de ellos.
01 MUSEO CASA CHACINERA (Candelario, Salamanca).
Aire seco y frío y una mezcla, en sus debidas proporciones, de seis cerdos y un buey, todo ello embutido en tripas de búfalo hindú, paciencia y mucho trabajo es la fórmula con la que Candelario hizo fortuna en una industria que extendió por toda la Península. Y eso sucedió, más o menos, a mediados del siglo XVIII. El momento en el que aquel pueblo de pastores de caprino y bueyes acabó especializándose en la cría y matanza de un cerdo criado al amor de los frescos vientos serranos.
Una parte importante de esa fama llegó por una mera casualidad: el encuentro fortuito del Tío Rico, un vendedor ambulante que trajinaba por los caminos con el embutido de Candelario, con el rey Carlos IV mientras este andaba de cacería en Gredos. Intrigado por la mercancía de la que tanto presumía el vendedor, el rey pidió probar uno de sus chorizos de tal manera que quedó convencido al momento de haber probado uno de los mejores de España. Tanto, que el propio Tío Rico acabó convertido en proveedor de la Casa Real y el embutido de Candelario encumbrado de tal manera que faltaban manos en el pueblo para satisfacer la demanda.
02 EL LAGAR DEL MUDO (San Felices de los Gallegos, Salamanca).
Durante casi 100 años en San Felices de los Gallegos todo el que quería aprovechar el aceite de sus olivos, un ejército inmenso que prospera sobre las arribes del Ágreda y el Duero en el oeste salmantino, sabía que tenía que pasar antes por el Lagar del Mudo. De Jesús el Mudo, para más señas. Recogida la cosecha había que volcarla en las lagaretas del patio cuando hubiera sitio y esperar turno para la molienda. Comenzaba así el laborioso proceso, primero de molienda y luego de prensado, mediante el que conseguía extraerse el preciado “oro líquido”. Un laboreo artesanal en el que intervenía el ingenio, la fuerza de la gravedad y una sabiduría que transmitida durante generaciones lograba el milagro. La producción artesanal de aceite fue un puntal importante en esa zona de la provincia hasta que, en 1948, el lagar acabó por cerrarse.
Hoy su visita es un viaje al pasado que rinde tributo a uno de los ingredientes fundamentales de la dieta mediterránea. Un paseo didáctico en el que, además de aprender cuáles eran los pasos que había que seguir para su elaboración, se muestran objetos, enseres y utensilios relacionados con él. INFORMACIÓN. Tel. 656 446 364. Abre viernes por la tarde, sábados y domingo por la mañana. Entre semana, es mejor llamar antes.
03 MUSEO DEL PAN (Mayorga, Valladolid).
Lo bueno que tiene la visita a este museo es que se ponen en ella todos los sentidos. Es decir, se ve, se toca, se prueba y se huele. Y no hay olor que nos conecte mejor con nuestro yo más primitivo que el del pan cociéndose en el horno. Es así desde hace 9.000 años. Así que lo llevamos dentro querámoslo o no.
El recorrido por el interior de este magnífico contenedor de 2.700 metros cuadrados es mucho más que un repaso a la historia de la Humanidad para saber cuál es el alimento que lleva acompañándonos desde que descubrimos el secreto de las siembras y las cosechas. Es también un acercamiento a este alimento tan universal como desconocido -el pan nuestro de cada día- para que sea una experiencia de los sentidos, no solo del conocimiento, con salas dedicadas a la degustación y a la elaboración de productos. En su obrador la visita se completa asistiendo al proceso en directo que convierte la masa en pan, un milagro de lo más cotidiano que, de paso, aporta al conjunto esa ambientación aromática de resonancias atávicas.
Entre los descubrimientos que uno hace -que son muchos- están, por ejemplo, que todas las culturas lo ponen sobre su mesa desde que los egipcios, hace unos 4.500 años dieran con el misterio de “la masa madre”. Descubrieron que si reservaban, antes de cocerla, una porción de la masa fermentada, podían repetir el proceso una y otra vez. Y tanto les parecía capricho de dioses que, en un principio, fue un alimento exclusivo de sacerdotes y faraones.
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