© Texto y fotografías: Javier Prieto Gallego
Si hay una época del año propicia al estereotipo esa es, sin duda, la Navidad. Y ya está aquí de nuevo: con sus villancicos, su parafernalia de adornos y lucecitas, sus “¡Ho,ho,ho!”, sus cenas de empresa, reuniones de familia y deseos de felicidad. De hecho, la aldea global ha eliminado las peculiaridades propias de cada cultura, de cada región, de cada rincón para que toda ella se articule en torno a un gran estereotipo: el que impone Hollywood. Está más que claro cuáles son los colores de la Navidad y las musiquitas de fondo.
Así que, puestos a rebuscar entre tanto estereotipo, hay uno que nos apetece mucho: ¿dónde iríamos a pasar una Navidad de cuento? Sí, una de esas de película de Papa Noel, calles nevadas, olor a chimenea y paisaje grandioso. Pues a un pueblecito de montaña, con sus casitas de piedra en el que la gente se saluda por la calle, hace frío pero sol y por la noche los cristales de la casa se empañan porque dentro hace calorcito mientras fuera cae la nevada del siglo.
Pues la buena noticia es que, si vives en Castilla y León, no te hará falta ir muy lejos para ver cumplido tu sueño. Si de algo puede presumir es de espectaculares montañas y hermosos pueblos. Y la nieve ya ha empezado a caer. Así que con un poco de suerte…
Por si acaso, aquí te dejo algunas sugerencias para montar, si quieres, esa Navidad de película sin salir de Castilla y León.
01 – PEÑALBA DE SANTIAGO (León). Está al final de una carretera que sortea precipicios infinitos a base de curvas, curvas y más curvas. Pero el trago merece sobradamente la pena: alcanzar uno de los pueblos más pintorescos de Castilla y León. Anclado en el corazón profundo de El Bierzo, aislado del mundanal ruido al pie de los Montes Aquilanos, fue lugar de peregrinación y refugio para varias oleadas de eremitas y santurrones que lo único que buscaban era que les dejaran en paz. Que el mundo siguiera su curso mientras ellos se entrenaban en la salvación del alma a base de trabajo callado, esfuerzo y austeridad.
Localidad de Peñalba de Santiago. Valle del Silencio. El Bierzo. León. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
El primero de esos santos varones fue el visigodo san Fructuoso, en el siglo V, que arrastró con él, montañas adentro, una tropilla de valientes con los que dedicarse a la oración y el trabajo en lo que, en aquel tiempo, debía de ser lo más parecido al fin del mundo. La segunda oleada llegó con san Genadio a finales del siglo IX. Esta vez acompañado de una troupe de ermitaños y ascetas encantados de ocupar las cárcavas de la montaña como lugares de meditación. Una de aquellas cárcavas es la que se conoce como Cueva de San Genadio. Está al final del Valle del Silencio y llegar hasta ella desde Santiago de Peñalba es una de las actividades recomendadas en estas Navidades de película. El camino está señalizado y, además, cualquiera en el pueblo da señas de cómo alcanzarla. Dice la tradición que san Genadio hacia ese camino casi cada día porque era el lugar que había escogido cuando no quería ver ni hablar con nadie.
Entrada a la Cueva de San Genadio en el Valle del Silencio. El Bierzo. León. Castilla y León. España © Javier Prieto Gallego
Sobre los tejados del pueblo sobresale la espadaña de la iglesia de Santiago, resto del monasterio que fundó aquí san Genadio. Su preciosa portada de arcos geminados evidencia el origen mozárabe de sus constructores. Entre lo que se ve por dentro llama la atención la colección de grafitis grabados en las paredes a lo largo de los siglos.
Un poco antes de llegar a Peñalba una carretera acerca hasta Montes Valdueza: otro de los rincones “perdidos” de El Bierzo. Y otro de los pueblos donde montar una de esas de Navidades blancas de película. En su entrada queda la silueta fantasmagórica del monasterio de San Pedro, fundado por san Fructuoso, refundado por san Genadio y ahora el escenario perfecto para otra película -aunque ya esté hecha-: la de El nombre de la rosa. INFORMACIÓN. Oficina de Turismo de Ponferrada, tel.: 987 424 236. Web: ponferrada.org.
02 – LOIS (León). Esta localidad es famosa por la espectacular desproporción entre su iglesia y el tamaño de su caserío. Tanto, que se la conoce como “La catedral de la montaña“. Y la verdad es que esa es precisamente la sensación que uno tiene al desembocar, después de recorrer el estrecho y vertiginoso desfiladero del río Dueñas, en el anfiteatro montañoso en el que todo parece compuesto como para una postal. De Navidad, en este caso.
La “culpa” de este enorme edificio la tiene Juan Manuel Rodríguez Castañón, obispo de Tuy, que en 1764 se empeñó en hacer, al pueblo en el que había nacido, un regalo que no pasara desapercibido. Lo puso en pie Fabián Cabezas, maestro mayor de la catedral de Toledo. Además de por su enormidad, llama la atención por el colorido del mármol rojizo y sin pulimentar, extraído en el entorno del pueblo, con el que fue puesta en pie.
Pero Lois es un pueblo de montaña fuera de lo normal sobre todo por la preocupación que tuvo en siglos pasados para que nacer en la montaña no fuera sinónimo de incultura y miseria. La misma familia que puso en pie la iglesia impulsó una escuela de latín que funcionó durante doscientos años: la Cátedra de Latín, en un viejo caserón maltratado por el tiempo, y que fundó Jerónimo Castañón en 1742. A principios de ese siglo Lois tenía ya una Escuela de Primeras Letras en la que tantos y tantos montañeses descubrieron en la lectura la forma de descifrar un mundo que se perdía lejano, tras de tantas y tan apretadas montañas.
Otro rincón singular de esta pequeña localidad es la llamada Casa del Humo, singular y añejo ejemplo de arquitectura tradicional montañesa con tejado vegetal.
03 – CANDELARIO (Salamanca). Todo en Candelario sabe a sierra: sus calles, empinadas y largas, reverberan el rumor de las aguas que bajan por ellas desenfrenadas, por las "regueras", a todo trapo, como con prisa por llegar al fondo de un valle que se cierra muchos metros más abajo; el aire, puro y fresco; el inconfundible aroma a leña quemada y hogar; el sonido de las campanas, apagado por la inmensidad de las montañas sobre las que rebota; el color del granito en las paredes de las casas; el brillo del empedrado de sus calles, siempre húmedo por obra y gracia del relente o de las sombras perpetuas en los callejones más estrechos; las fuentes, mil y una, brotando casi de cada esquina.
Ermita del Humilladero. Localidad de Candelario. Sierra de Béjar. Salamanca. Castilla y León. España.© Javier Prieto Gallego
No es de extrañar que entretanto aire puro y corrientes de agua por todas partes a Candelario la tradición de curar embutido abriendo las ventanas le venga de lejos. Aunque la tradición dice que fue el Tío Rico, un vendedor ambulante de chorizos y embutidos, quien le ofreció unos embutidos al rey Carlos IV mientras este andaba de cacería en Gredos. Y le gustaron tanto que el Tío Rico acabó convertido en proveedor de la Casa Real y el embutido de Candelario encumbrado de tal manera que acabaron faltando manos en el pueblo para satisfacer la demanda.
Secadero de embutidos en la localidad de Candelario. Sierra de Béjar. Salamanca. Castilla y León. España.© Javier Prieto Gallego
De todo esto y muchas más cosas hablan en las visitas teatralizadas que enseñan el Museo de la Casa Chacinera (Tel. 923 413 420.), ubicado en un viejo caserón de su bello casco urbano en el que se ha logrado mantener la estructura tradicional que las casas de Candelario fueron adquiriendo para adecuarse a las labores chacineras que hicieron famosos sus embutidos. INFORMACIÓN. Web: candelario.es.
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