Cree que el aire siempre da aliento, que siempre da vida, que siempre respira. Que el viento es el mejor cepillo de pelo, que los huracanes sólo son estornudos de los dioses elevados a la máxima potencia, que nunca nada se hace por dañar, sólo sin querer. Cree que el mar sólo se enfada con razón, que el oleaje es sólo una forma de manifestar su hartura, porque “que ya está bien”, “que ya nos vale”, que es como si el vecino tirara su basura en tu portal. Que “yo no soy ningún vertedero”, piensa el mar. Y pum, de repente, ola de tres metros.
Ella cree que la tierra es lo único que marcará sus suelas. Por eso le gusta andar con zapatillas, para dejar sus huellas por todos los senderos por los que camina, para que él pueda seguirla cuando quiera encontrarla o cuando necesite buscarla. Pero sabe que si llueve o hace viento, si es que llueve o hace viento, o si alguien anda sobre sus pasos a conciencia, las huellas se borrarán, y él puede que no la encuentre. Pero bueno, hace ya algún tiempo que asumió que eso podría suceder, y ya no le afecta, de verdad. Sabe, en el fondo, que aunque todas sus huellas no fueran más que borrones en la arena, si él quisiera, olfatearía su rastro hasta dar con ella.
Y cree que, a pesar de lo tonto que fue, él fue un accidente maravilloso que la convirtió en la mujer que es ahora. Que fortaleció sus huesos. Que hizo de sus músculos puro hierro y de sus manos acero inoxidable. Que transformó su corazón en la mejor versión de sí mismo, en una especie de corazón 3.0 lleno de inteligencia y sensibilidad. Que le dio el poder de convertir la rabia en amor, el dolor en belleza y el olvido en posible, en una posibilidad real.
Cree. Siempre ha creído que todo comienza con un “Hace algún tiempo…”. Siempre ha creído que las nuevas historias siempre se cuentan desde el pasado, desde ese punto en la nostalgia que te abre el pecho y te lo deja expuesto a lo que pueda venir. “Hace algún tiempo que no me enamoraba…”, “Hace algún tiempo que dejé de estar enamorada de él, qué curioso…y luego, tú”. Y cree que todo presente tiene un motivo. Y que todo futuro contiene un “para qué”. Y cree que todos sus “para qués” van enlazados entre sí, caminando hacia una misma dirección.
Y va hacia allí. Sin mapa, sin navegador. Sólo guiada por su corazón, por sus instintos, por sus pulsaciones. Y sólo logra decir, ante tanta emoción, “que si por aquí frío, o por aquí caliente”. Y continúa con un paso tras otro, conducida únicamente por los ecos de su propia esperanza. Porque ella sabe que un viaje sólo comienza cuando una se decide a andar, aunque no conozca el camino, aunque las indicaciones le suenen a chino.
Y sí. Ella cree que todo el mundo es bueno. Aunque a veces se enfade, como el mar. Aunque a veces crea que no hay bondad posible en las injusticias de los telediarios. Que lo que ella soñó de pequeña consistía en otra cosa. Que nada consigue disculpar el llanto y la pena de un alguien, causado por otro alguien. Que nada explica tantas diferencias, tanta explosión, tanto drama. Que nada consigue explicar porqué tú no, y otro sí. Porqué uno pasa hambre, y otro no. Porqué el azar no reparte premios de forma más equitativa.
Y no lo entiende. Y algunos días cree que ya no cree en nada. Porque siempre cree que la gente tiene en su mano cambiar el mundo para bien, y no comprende que algunos quieran cambiarlo para mal. Y se sienta a la mesa. A tratar de arreglar vidas con un bolígrafo en la mano. A ver si, aun consiguiendo poco, consigue algo. Porque cree que las playas se componen de muchos granos de arena, y que si nadie pusiera el suyo, nunca podríamos saber lo que es caminar por la orilla del mar.
Porque ya que la vida no siempre es justa, al menos hagamos fáciles ciertas cosas, como por ejemplo, poner la toalla y tumbarnos juntos a tomar el sol.
Porque ella siempre ha creído que no hay nada que no arreglen un par de horas hablando con una misma, y una tarrina de helado de caramelo con vainilla. Cree que el algodón de azúcar es lo más parecido que tenemos en la Tierra a estar en el cielo, a comernos el cielo. Cree que no hay nada mejor que el césped mojado bajo sus pies. Cree que no hay persona que pueda crecer sin golpes en las espinillas. Y caer. Y levantar. Y madurar. Y cree que, quien a todo el mundo cae bien, es porque no se deja conocer bien. Cree que, quien todo lo sabe, sabe más bien nada, y quién nada cree saber, cree más de lo que cree.
Porque cree que, para volver a creer, toda chica necesita un día, al menos, que dedique a creer que todo lo vivido es tan cierto como lo que queda por vivir. Que, cada día, hay que creer en la importancia de esa tierra que lleva pegada en las zapatillas, por mucho que las lave. Que siempre queda, que nunca marcha, que es la huella que el camino se niega a borrar, para hacerle recordar que sí, que siempre vale la pena calzarse una mochila y andar. Y volver a empezar.
Y creer. Creer en esa ola que la dejó con agua en la garganta y sal en los pulmones. Creer que toda tormenta es necesaria para limpiar las calles y refrescar las emociones. Creer que siempre, seguir creyendo que siempre, sale el sol.
Porque hace algún tiempo que cree que no hay nada más valioso que creer en algo.
Hace algún tiempo que entendió que hasta con un bolígrafo, se puede cambiar el mundo.
Hace algún tiempo que se enamoró y todo comenzó.
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