Ayer, en mi segunda tarde-noche sola en casa, sin ganas de cocinar, ni de trabajar, ni de nada más que no fuera poner y quitar fotos de las paredes con Netflix de fondo, quise ir de guay. Bajé. Compré Martini en Mercadona. Y aceitunas. Fui al chino a ver si tenía copas de Martini, pero no. Pensé “¿Pillo palillos? Bah, no, fijo que tengo”. Subo con una bolsa llena de fruta (si mi madre supiera que tras tantas peleas por no querer comer ahora compro y todo… me mataría), la botella y alguna chorrada más; el típico esmalte chillón que ni te hace falta ni nada, pero ves el color y ya sabes… nunca se tienen suficientes, y alguna tontería del mismo rollo. Pongo de fondo Varry Brava (ja-ja-ja. Qué de fondo… me monto un concierto, vaya). Y al ir a ponerme la copita, ni palillo ni nada. Acabo con tres dedos de Martini en una copa de cava con una aceituna rellena flotando cual barco a la deriva. Cierro la nevera y me cargo la huevera. “Empezamos bien, Maria del Carmen”, pienso. Con dos tragos de ese líquido infernal iba ya contenta tirando a piripi. Claro, has pillado el seco, lerda, ¿acaso no sabes leer? En fin. Quito Youtube, no sin antes acabar concierto por todo lo alto.
Aplausos tras el punto final de mi voz desgarrada y mis pasos de estrella del rock arrítmica perdida. Netflix de nuevo: Las chicas Gilmore. Y la nostalgia hace acto de presencia. ¿A quién quería engañar con el numerito de chica seria que compra fruta y bebe Martini? Soy yo, la misma pardilla de siempre que ni compra palillos y tiene que meter la mano en la copa para pescar la oliva, la que llega tarde a todas partes, la que se duerme en los laureles y cuelga pizarras con soportes de esos tipo “cuelga fácil” y a los diez minutos está en el suelo. La que oye un ruido y se mete bajo la colcha, que todos sabemos que es repelente de espectros, monstruos y asesinos. La que no puede dormir por las noches pero muere al sonar el despertador. La que se pone 5 alarmas y solo escucha la última y de milagro. El
Bueno, aún no he cenado, la verdad.
Sí, he crecido, vivo sola. Y tal. Pero sigo queriendo lo mismo de siempre, sigo haciendo las mismas cosas absurdas e incoherentes de siempre, sigo manteniendo los viejos sueños, las viejas canciones, las malas costumbres. Estoy escuchando en este momento canciones del año de la picor de El Canto del loco y ni siquiera sé bien por qué. De fondo, muy fondo, Rosa de España en el programa de “buenas noches señora, buenas noches señora, hastaaaaa la vista… ” (siempre me viene a la cabeza esa canción al ver al señor B). La cena por hacer, el ordenador a nada de apagarse porque me he dejado el cargador en el trabajo. Todo lo de mañana por preparar y el móvil apagado porque se ha quedado también sin batería y no me he levantado para apurar la que le queda al PC y acabar esto. Que es un sinsentido, pero es mi sinsentido. Y cómo lo echaba de menos.
La cuestión es que creo que a veces la vida parece que no avanza, que se estanca, que se queda en un ensayo de lo que podría ser y nunca es ni llega a ser. Y cuando menos lo esperas, cambia. Todo se cambia de lugar, como si te vieras metida en un puñetero juego de las sillas en el que quien más corre antes se sienta y si no… pierde. Y vaya, aunque nadie dijo que fuera fácil ser mayor y enfrentarse a la vida sola, me siento orgullosa de la raja que tiene la huevera por mi culpa, porque estrené mi libertad con ella, con “no gires sobre mi bailando, papapapapapapapapara…. ” sonando sin parar en bucle. Obvio que los cambios aterran, a veces. Pero no hay nada como saber que tras el desorden llegará un horizonte mucho más claro, mucho más rosa, mucho más real.
No hay nada mejor que ese salto al vacío de alguien que sabe que comienza una nueva vida.
Y lo que llegue ahora, tras este mayo tan movido y especial, solo pido que venga contigo siempre en el pack. Porque gracias a ti, y me da igual que lea esto hasta el último ser de la faz de toda La Tierra, he aprendido que los cambios siempre traen consigo cosas buenas, momentos para enmarcar, fotos, canciones, planes y memes non-stop.
Así que cero miedos. Seguiré bebiendo Martini sin palillo, rompiendo cosas, avanzando, saltando, corriendo, en constante movimiento. Porque sin cambios en general, la vida no sería más que un intermedio constante, lleno de anuncios tan odiosos como repetitivos. Que nunca nos dé miedo saltar, avanzar, crecer; decir te quiero. Que nunca nos atrevamos a parar.
Porque sin cambios como el que has provocado tú, aún no sabría que hay cosas que sí existen.
Y qué suerte, joder.
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