Su cara se volvió pálida y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas reflejando miedo. Entonces sus manos se aflojaron y la dejaron libre.
Parecía tan pequeña, tan asustada...
Después de lo que le había contado Eric y los documentos que le había enviado, sólo quería decirle que él estaba ahí para lo que necesitara, sin embargo, lo que hizo fue asustarla.
— Lo sé todo.
— No entiendo — dijo ella con un hilo de voz.
— Lo que te ha pasado.
— ¿Cómo? ¿Qúe es lo que sabes?
— Lo que te pasó y que él está aquí. No dejaré que te haga más daño.
Ella agachó la cabeza para que no notara sus lágrimas. Y añadió.
— Siento vergüenza. Me había alejado de mi ciudad, de mi país para no sentir esta vergüenza que no me deja vivir. ¿Sabes? El miedo hace mucho que se convirtió en mi sombra y me acostumbré a él, pero no... con la vergüenza no... no he podido.
— No deberías de ser tú la que sientas vergüenza, en todo caso, la debería de sentir él por lo que te hizo.
— Él no la siente ni la sentirá jamás.
Le acarició suavemente el brazo para darle su apoyo y le dijo.
— Vamos a un sitio tranquilo, nos tomamos un café y hablamos sobre ello.