Grandes hojas secas. Es todo lo que se necesita para armar una fogata en el Amazonas. Hojas más grandes que mi torso con tallos como ramas llenaban el área que habíamos elegido para el campamento. Con suficiente leña para cocinar la cena, nos quedaban lámparas de sobra. Iquitos estaba a más de medio día de distancia. Nos hallábamos en la jungla.
Quiero dejar algo en claro: me encanta hacer locuras, pero sin ser descuidada. Creo firmemente que las cosas no salen mal, sino distintas a lo previsto. Voy a favor de la corriente, asumo que las personas tienen una intención positiva y confío que el universo te da experiencias increíbles algunas veces.
Pero a veces... es una p*ta locura.
Así que, de cualquier forma, era de noche en la Amazonía y nos resultó divertido salir en canoa. ¡De noche! Pero los niveles de agua resultaron bastante bajos y la canoa un poco grande para los tres. Los caimanes nos rondaban con sus graznidos tipo rana, mientras los monos nocturnos gritaban.
- Mantengan la linterna abajo o los murciélagos vendrán muy cerca.
Recordé todas las vacunas que tomé sin imaginar que el zumbido de los zancudos podía convertirse en un permanente estruendo en mi oreja. ¿Mencioné que era muy oscuro? Claro, las estrellas eran impresionantes. Lo que sea. -Acababa de estar en un barco de carga por tres días donde vi estrellas a montones-. Las anguilas eléctricas vivían en esas aguas. Estábamos atascados en el lodo, así que tuvimos que usar nuestras manos para empujar las ramas con la esperanza de no encontrar alguna tarántula en ellas. Me senté en la proa de la canoa, con mi linterna, para guiarnos por un estrecho sendero que los árboles nos habían dado. Mis manos temblaban cuando no aplastaban bichos en torno a mi boca, ojos y oídos. Con sólo un remo a nuestra disposición, el agotamiento de Alex nos instó a regresar al campamento.
Alex y Lindsay estaban tan visiblemente emocionados como yo horrorizada. Avistando diferentes criaturas y ladeando la canoa por si algo demandaba una mirada más cercana. A pocos metros del muelle mientras flotamos a través de hojas de los lirios, Alex nos preguntó si queríamos ver algo genial. «Claro que sí».
- Apaguen sus luces.
Al igual que las hadas escondidas en la noche, luciérnagas bebé se sentaron en el centro de cada almohadilla. La mayoría eran de color amarillo y verde, pero juraría ver uno de color rojo. En ese momento, todo el miedo me dejó e hizo inmediatamente que cada momento incómodo valiera la pena.
Pasé el año nuevo recordando lo que se siente al desprenderse de los miedos para ver la belleza y la perfección que hay en la vida. Porque ¿sabes qué? Está bien tener miedo. ¡Pero joder si voy a dejar que eso me detenga!
Nikki Portela
Portland - Oregon