Soy escéptico pero admito que existen formas de energía que no son conocidas.
Yo trabajé en Madrigal como jefe del laboratorio. Había tres turnos y el que iba de las doce de la media noche hasta las ocho de la mañana estaba desatendido, es decir nadie lo supervisaba. Así que una noche resolví hacer un operativo a mis obreros para comprobar que estuvieran trabajando.
Debo confesar que a mí me gusta caminar y a pesar de contar con una camioneta, decidí ir a pie.
¾ Señor, ¿lo llevo al laboratorio? ¾me dijo el chofer.
¾ No. Más bien dame una linterna ¾propuse.
¾ Pero es muy tarde ¾insistió aquél hombre.
¾ ¿Y? ¿Qué va a pasar?
¾ El chinchilico.
¾ ¡Tonterías! ¾exclamé¾. Deme la linterna. Ya regreso.
Lo que ocurrió cuando llegué al laboratorio fue colosal: no había nadie. Pero como yo conocía el pueblo, imaginé dónde debían estar y es que todos se habían ido a jugar casino al club. Allí los encontré a todos y uno a uno los saqué del lugar. Las disculpas del caso no se hicieron esperar, pero personalmente me comprometí a seguir con los operativos.
Una noche, iba caminando rumbo al laboratorio para hacer el relevo del turno de doce a ocho. Preferí atravesar el bosque de los eucaliptos, porque era el camino más corto. Éste conducía a un claro donde estaba la plataforma y desde ahí uno podía llegar al laboratorio. Sin embargo, antes de llegar al claro, noté la presencia de un niño entre los árboles.
A pesar de llamarlo reiteradas veces, el niño no respondió, solo hacía un ademán con la mano pidiendo que lo siga. No avisé a nadie. Era probable que aquél niño estuviese necesitando ayuda, así que lo seguí. Siempre iba adelante mío manteniendo una buena distancia y de vez en cuando regresaba la mirada para comprobar que lo estaba siguiendo. En este punto me di cuenta que no tenía voluntad. Estaba como en trance.
Llegamos hasta la boca de una mina abandonada. El niño se detuvo de nuevo y como lo había hecho otras veces, volteó a mirarme. En ese momento lo vi mejor: no era un niño. Es decir, tenía el tamaño pero no era un niño. Tenía un sombrero de ala ancha, chaqueta de color negro, camisa blanca y pantaloncillos de color verde. Luego desapareció en la oscuridad del boquerón. Yo le seguí. Al ingresar a la mina descendí por una escalinata hasta un nivel inundado por el agua de las lluvias. El agua me llegaba hasta las rodillas y al mojarme con esa agua helada, pude reanimarme. Volví a tener el control de mis movimientos y sin pensarlo dos veces, salí corriendo de ese lugar.
Cuando me preguntaron el porqué de mi falta al relevo, narré lo ocurrido. Todos murmuraron, pero fue el chofer quien finalmente me dijo:
¾ Ese es el chinchilico, jefe. ¿Volverá a caminar solo?