El 13 de mayo de 2014 fue un martes gélido y prematuro. Antes de su acostumbrada hora, el sol ya teñía a la bruma y al smog capitalino con el color de una mañana hermosa y trascendental. Ya habíamos despertado, quizá ninguno de los dos durmió realmente esa noche, o alguna de las noches anteriores.
Mi esposa, se tomó más tiempo del habitual para maquillarse, para resaltar los pómulos que se enrojecían con su sonrisa y esconder esas pecas que me enamoraron. Y se maquillaba ella, hermosa, sin esconder su hermosura.
Esperé en la sala con la luz apagada, acariciando a mi gata Cecilia.
- Amor, estoy lista. -me dijo, mostrándose.
No recuerdo haberle respondido nada, sólo recuerdo que le di una sonrisa y un beso en la mejilla.
- Ya vengo, amor. Voy por el carro.
Me despedí de Cecilia. Fue la última mañana que pasé con mi amiga felina. A veces, la extraño. Sólo espero que haya encontrado un hogar que la quisiera y consintiera tanto como yo.
- ¿Está todo listo? -dije antes de encender el carro.
- Si, mejor hágale rápido que se nos hace tarde. -alguien respondió.
- Tiene razón. -pensé sin decirlo.
Conduje tan despacio como pude, tan aprisa como lo ameritaba la ocasión.
Se dice que el camino a la victoria, está lleno de obstáculos. En el caso de Bogotá, el camino a "La Victoria" (hospital), está lleno de baches, semáforos, pitos y de señores que conducen sin la esperanza de tener un día de los buenos.
Para llegar a La Victoria, hacía falta atravesar de occidente a oriente la ciudad, luego, subir, luego, bajar. Era un trayecto que en mi poca experiencia, era confuso y complicado, pero que había practicado para ese día.
Ya faltaba poco para llegar, conducía cuesta arriba cuando noté el silencio de mi esposa. No había pronunciado palabra desde que salimos del apartamento. Traté de pensar en lo que ella, debía estar pensando. O en lo que los dos deberíamos estar pensando: en el tiempo que llevábamos juntos, en las soledades que compartimos, en el tiempo que no habíamos dejado para corregir errores... pensé en todo cuando noté su silencio. En todo... menos en que estaba conduciendo.
Cuando me di cuenta, estaba demasiado cerca de un camión... Frené... A secas.
- Mijo, tenga cuidado. -me dijo mi mamá, con un tono de voz suave, quizá no acostumbrado en ella, con el fin de no "estresarme" y que condujera tranquilo.
Vi a mi esposa, estaba pálida y tensa.
- ¿Estás bien? -le pregunté. No esperé respuesta, que al fin no llego, porque la pregunta era una obviedad, y que a cinco minutos de La Victoria, no tenía sentido hacer.
Vi de nuevo a la carretera, estaba estacionado obstaculizando el paso en aquella cuesta, aceleré... sobra decir de que forma; alguien atrás dijo "suave, que lo importante es llegar"
Después de unos ajetreos en la vía, finalmente llegamos.
Mi esposa saludó a todos. Ella había hecho sus prácticas de internado I y II de medicina en ese hospital, ella sintió como si hubiera llegado a un lugar grato. Yo estaba nervioso, con un ataque de timidez.
No recuerdo haber escuchado nada a partir de ese momento. Todo sonaba a genérico. Como a cientos de motores encendidos, de llamadas telefónicas, de "te amo", de "te odio", de "llego en cinco minutos", de frases que solo tenían sentido en el contexto de la vida de quienes las profiriesen. Pero no en mi vida. No en ese momento. Solo podía escuchar a mi esposa, "por aquí" "ella es la Dra. ..." "El es el Dr. Pájaro" "¿Pájaro?" -¡Como está joven! Me saludó con un vigor que me trajo de nuevo a la tierra. "Pájaro, el anestesiólogo... el que lo pone a volar a uno", me reí, y mi sonrisa coincidió con una cordialidad al estrechar su mano.
- Amor, aquí te puedes cambiar -me dijo mi esposa.
- ¿Segura que no hay problema? -Respondí.
- ¡Ay! ¡Que no! No sea bobo, cámbiese rapidito que la sala ya está apartada.
Su serenidad aún permanecía inquebrantable. Ella hizo todo el papeleo. Ella se aseguró de que todo estuviera en orden para los especialistas. Ella sola. Sin la ayuda de nadie. En especial sin la ayuda de su atolondrado esposo.
Me vestí ingresé con ella a la sala de parto.
Estaba aterrado.
-Buenas, joven. -Saludó la ginecóloga.
-Caballero -saludó la pediatra.
-Joven, ubíquese por aquí. -Me dijo el Dr. Pájaro.
Mi esposa estaba de medio lado en posición fetal, desnuda, apretando mi mano a punto de llorar, cuando diez centímetros de una aguja fría, traspasaron su espina. Lloró, me miró. Sentí su fragilidad, la que con tanto esfuerzo esconde y la que me confía solo a mí.
La ginecóloga, estaba preparando a mi esposa.
- ¡Ole, jovencita!, ¡ya estás en dos!
Todos se sorprendieron. Mi esposa, ya estaba en trabajo de parto. La cesárea se había programado para dos semanas antes de la fecha probable, porque la pequeña en su vientre, estaba de pie. Claro, a mí la sorpresa me duró poco y se me convirtió en vergüenza. Pensé en que lo ajetreado del viaje y mi inexperiencia, habían acelerado la labor, y por supuesto, pusieron en peligro a mi familia.
- No importa, ya estamos aquí. -dijo la pediatra.
Recuerdo, que una amiga de mi esposa, me habló muchas veces. Pero yo solo la recuerdo haciendo fuerza en sus costillas, porque siendo francos, yo esperaba que la cesárea fuese un procedimiento refinado, elegante y tierno con la madre, completamente alejado de lo que era un parto. No... las cosas no son tan simples.
La incisión, no me causó tanta impresión como sí lo hizo el olor de la piel quemada por el cauterizador. Mi esposa, me tomó de la mano y me pidió que me sentara.
No se cuantos minutos pasaron, en esa sala en los que todos tenían que ver con el sacro cuerpo de mi amadísima. Veía posturas incomodas, sudores, sangre, esfuerzos... veía de todo, menos a mi pequeña Vicky.
Ana Victoria, fue el nombre que escogimos para ella. La poesía tuvo la culpa. El sonido nasal alveolar de la "n" combinaba (y combina) perfecto con el fricativo labiodental de la "V". Ana y Victoria, son palabras graves terminadas en vocal y su rima es imperfecta. Aun, hay quien no me cree la explicación a su nombre, y lo resume a la pereza de buscar un nombre, y a nombrarla como el sitio de su nacimiento. Creo que si ese fuera el caso, su nombre sería "Sala 2"
Decía, que la cesárea no tiene nada de tierno. Vi las manos de la ginecóloga, entrar en el vientre de Ana (mi esposa) y sacar, como si la desprendiera de la tierra, la cabeza de mi Vicky. Una cabecita perfecta, llena de cabello. De ella siguió su cuerpo, delicadísimo, morado y viscoso.
Una imagen linda.
"¿Por qué no llora?" me comencé a preocupar, pero antes de que pudiera articular mi pregunta, una voz delgada y poderosa, apareció sin titubeos como detrás de un cristal. Era el llanto. Estaba viva.
Todos vimos su rostro, y todos, notamos el mentón de su madre.
- Miren, si tiene la misma cumbamba de la mamá. -Alguien dijo, y respondimos con risas.
- ¿Y Ahora? ?Pensé en voz alta, mientras veía a mi familia abrazándose.
- Ahora, seguimos con la mamá. -alguien dijo.
La pediatra tomó al bebé y la sacó de la sala.
No sabía si quedarme con mi esposa o irme tras Vicky.
- Ana ¿Qué hago?
- ¡Váyase con la bebé! Que nosotros cuidamos a la mamita ?me dijo la ginecóloga.
Fui tras la bebé... no crucé la puerta, regresé para acompañar a Ana... Pensé que sería mejor, acompañar a la bebé, quise salir de nuevo... Pero no quería que Ana estuviera sola... tampoco Vicky.
Finalmente, aparecí en la sala de adaptación con mi bebé. Fue la primera vez que la sostuve. Yo la veía y obedecía.
- Corte el cordón a esta altura
- Póngala de medio lado, para el vaciado estomacal.
- La ropita con cuidado
- ¿Ya la puedo abrazar?
- Si.
La abracé, y creo que es el abrazo mas largo de la vida. Aun no termina. Y aun cuando su nombre me prometa que no perderé jamás, la verdad es que de vez en cuando, la veo y temo.
Edgar Fernando Lamprea Mendez
Bogotá - Colombia
Gracias Edgar por tu gran aporte, desde aquí envío un abrazo que trasciende las fronteras para tí y tu hermosa familia.
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