Ahora sé que enamorarse de nuevo siempre merece la pena. Que el riesgo a salir herido es incomparable con todo lo que recibes a cambio. Que puedes encontrar lo extraordinario en quien nunca te fijaste, que hay un amor desmedido en las personas que están dispuestas a querer sin condiciones. Que hay personas capaces de alegrarte el día hasta desbordar felicidad, y que son muy difíciles de encontrar. Por eso vas a tener que asumir riesgos para mantenerlas a tu lado, para levantarte cada día con la seguridad de quien es afortunado.
He aprendido que no hay red social que se compare con una mesa rodeada de amigos. Que hay que escogerlos bien, porque serán capaces de guiarte a finales trágicos o de impulsarte hasta tus metas. Y al final del día son pocos con los que puedes contar cuando las cosas se ponen feas. Pero merece la pena cuidarlos para tenerlos ahí, a tu lado, en los malos y los buenos momentos. Y, creéme, no hay likes en el mundo que te hagan sentir así.
He aprendido que a la familia hay que valorarla, respetarla, protegerla. Que el amor de tus padres puede darte todo el coraje que necesitas para enfrentarte al mayor de tus miedos, hacer pequeños a los grandes problemas, hacerte invencible. Y si en algún momento lo has dudado, quizás cuando eras más joven, cuando te han negado algo que creías necesitar, cuando lo han hecho lo mejor que han podido y se han equivocado, olvídalo. Porque pase lo que pase, hagas lo que hagas, no importa cuándo, no importa el qué, siempre estarán ahí, queriéndote absoluta e incondicionalmente. Y ese tipo de amor nunca permitirá que te sientas sola.
He aprendido que las metas las fijas tú. Que si quieres algo de verdad tienes que superar tus dudas, vencer tus miedos, alejarte de quienes te dicen que no eres capaz. Porque la satisfacción de lograrlo es incomparable con todo el esfuerzo que te ha supuesto. Y todos esos motivos que te repites en la cabeza para convencerte de que tal vez es demasiado pronto, demasiado difícil, demasiado tarde, o demasiado arriesgado, sólo son escusas. La suerte favorece a los valientes, arriésgate.
Y he aprendido a valorar los pequeños momentos de felicidad. El olor de un libro nuevo, las sábanas recién cambiadas, la arena en los bolsillos, los buenos días, el sonido de las olas contra las rocas, una llamada inesperada, un momento a solas, un paseo de la mano, un secreto inconfesable, una vieja foto que encuentras por casualidad, el olor de una tarta recién hecha, un beso de buenas noches.
He aprendido a cuidar lo que me rodea. A establecer prioridades, a decir “no” cuando no merece la pena, a luchar por un “sí” cuando se trata de oírlo de tus labios. He aprendido a dar mi opinión sin buscar que nadie la comparta, y a ponerme en el lugar de quienes creía equivocados. Que no todo es blanco o negro. Ahora sé que viajar te enriquece el alma y conocer a nuevas personas te enriquece la vida. Que hay momentos que no se pueden alquilar o comprar, que son únicos, irremplazables. Que la gente a la que quieres es lo más preciado que tendrás jamás. Que hay que ser fiel a uno mismo, que el amor mueve el mundo y no el miedo.
Por eso hay que valorar lo que de verdad importa.