Durante muchos años viví los domingos como un espacio para dejar pasar la resaca de la noche anterior. Otras veces los aproveché para conectar con mi tristeza mas angustiosa. Pero el pasado es solo eso, un conjunto de recuerdos depositados en las absorbentes células que nos componen como seres inteligentes.
¿Somos inteligentes porque pensamos o porque podemos vivir sin hacerlo?
Mucha literatura se decanta por la primera opción, sin embargo, estamos vivos gracias a la segunda. Los grandes retos de la vida nos piden responder de forma rápida y precisa. Esta lucidez queda muchas veces ensombrecida por los pensamientos que nos desbordan y nos transportan a tiempos donde frecuentábamos sitios ruidosos.
En las fechas que corren un domingo cualquiera podría ser salir de casa, pedir un café helado para tomar, acercarnos al parque y conectar con el verde que lo puebla durante un centenar de minutos terrenales. Algo tan sencillo como dejarte acariciar por la naturaleza para sentir que en un instante concreto tienes todo lo que necesitas: oxígeno, paz, sol y conciencia de uno mismo.
¿Y si no tuvieras que hacer nada?
La tortura de la perfección y el aprovechamiento del tiempo nos llevan a ser extremadamente imperfectos y a tirar nuestras vidas por la borda. Si disfrutas escribiendo, hazlo, por el simple placer de hacerlo. Si te gusta pasear, hazlo, por el simple placer de sentirte en movimiento. Si te encanta la playa, ves y disfruta de ella. Si te gusta la noche y disfrazarte en el zoo social entonces busca ese personaje que te permita llenar el vacío que te produce fingir quien no eres durante el día.
Y si no quieres hacer nada, entonces busca un lugar tranquilo, cómodo y descansa.