CLAROSCUROS DE PAPEL
Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
Doña Victorina dijo “no” y a don Segundo la casa se le vino encima… Así comienza un viaje fascinante al interior de una rica vivienda burguesa del siglo XIX en León. Así comienza también la historia de esa casa plantada frente a la fachada principal de la catedral, en pleno corazón histórico de una ciudad vieja, tan llena de leyendas y piedras memorables como colores reflejan las mágicas vidrieras de su portentoso templo.
La casa que la Fundación Sierra-Pambley tiene convertida en museo es una invitación tentadora a pasear, sin cambiar de atavíos ni necesidad de otros refajos, por el interior de un reloj que debió detenerse en la segunda mitad del siglo XIX. Más o menos cuando doña Victorina, sobrina de don Segundo Sierra-Pambley, rechazó la invitación a contraer matrimonio realizada por éste. El plantón debió de sonarle a Segundo como un petardazo en los oídos, además de provocarle un desgarro en el corazón.
A partir de ese momento, empeñado en conquistar el “sí quiero” de su sobrina, de la que también era tutor, se aplicó en diseñar un hogar moderno, higiénico, cómodo, confortable y lujoso. Un pisito repleto de habitaciones en el que establecer la vida conyugal para dar continuidad a la estirpe, y que fue poniendo por delante con el propósito de presentárselo a su sobrina montado y compuesto de una forma tan irresistible como un paseo por el Ikea. A tal fin, Segundo compró la mejores vajillas de Sargadelos, empapeló las estancias con los mejores papeles pintados de Europa, importó alfombras, instaló un piano de lujo, buscó los mejores muebles, montó el dormitorio, la salita de estar y, por si acaso, colocó una escupidera en cada rincón del hogar. Incluso diseñó y amuebló la habitación de los niños, con sus dos camitas y orinales, para que nadie le acusara de falta de previsión. Pero el corazón de Victorina, impasible a los colorines del papel pintado y el confort del terciopelo, resultó más inaccesible que las gárgolas de la catedral. Al final don Segundo se quedó compuesto y sin novia, y con un rebote tal que cuando su sobrina se casó con quien sí quería, el tío y tutor excusó ir a la boda. Además la desheredó. A la postre, don Segundo murió soltero, muchos años después, pero el piso, la segunda planta del edificio que había comprado, permaneció casi inalterado, quién sabe si por un por si acaso o por la imposibilidad de ventilar un dolor tan hondo que ni los pesados cortinajes, casi macizos, lograban amortiguar.
El talante de Francisco, un filántropo convencido de que la educación era la única manera de devolver la dignidad al hombre, hizo que se sintiera más cómodo instalando un sencillo despacho en el recibidor de la primera planta y su espartano dormitorio en el cuarto adyacente, mientras quedaba libre de uso el lujoso piso de la planta superior. Entre medias de ambas estancias se hizo instalar uno de los primeros retretes de agua corriente que hubo en León.
La visita
La visita al edificio ofrece hoy un detallado viaje al corazón de la sociedad burguesa acomodada del siglo XIX, un ejemplo, al menos, de la forma en la que eran concebidas las relaciones sociales, el escenario de sus encuentros, la separación de estancias por sexos –la sala de fumar, para hombres; la de compañía, para mujeres-, las comodidades de las que podía disfrutar sólo quien tenía dinero, el interés que despertaba una modernidad que siempre llegaba de fuera o la forma en la que se importaban nuevas costumbres sociales como consecuencia de una familia siempre viajera. Asistir a las exposiciones internacionales era la mejor forma de comprobar sobre el terreno dónde se podían comprar los mejores muebles o quién colocaba el mejor papel pintado.
MÁS INFORMACIÓN. Web: https://www.sierrapambley.org/museo.
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