De mina en mina hasta El Roblón de la Plata
© Texto y fotografías: JAVIER PRIETO GALLEGO
No hace mucho salían de su última jornada en el tajo los últimos mineros del carbón de Castilla y León. “La Escondida”, una explotación de Caboalles de Arriba, cerraba temporalmente su explotación por falta de rentabilidad. El carbón que conseguían extraer de las entrañas de las tierra rondaba un precio de 70 euros la tonelada. Su principal cliente conseguía comprar el mineral importado por un precio de 55. Y todo ello mientras se lleva a cabo el cierre progresivo de las centrales termoeléctricas, clientes principales hasta ahora de las explotaciones de carbón. Se mire como se mire es el final de un ciclo, de una industria y de una forma de vida. Para lo bueno y, también, para lo malo.
Por eso nos hemos echado esta vez al monte con la idea de viajar a un tiempo muy distinto. Concretamente a la década de los 40 del siglo XIX. Es entonces cuando, en un lugar muy próximo a la ermita de San Blas de la localidad de Sabero, se instala la primera ferrería que funcionó con carbón de cok en España. Fueron los primeros altos a la inglesa de la Península construidos con la intención de aprovechar el carbón in situ y producir el hierro aquí mismo. Se salvaba así el reto que había dado al traste con explotaciones anteriores realizadas por alguna compañía inglesa: lo difícil no era extraer el carbón del corazón de la tierra, lo complicado era sacarlo del remoto valle en el que se localizaba y hacerlo llegar a unos altos hornos vizcaínos que las montañas cantábricas, levantadas en medio como un poderoso muro, convertían en inalcanzables -sin disparar los costes hasta el infinito, claro-. Y todo ello pensando en una red de transporte ferroviario completamente inexistente en el momento.
La mina de la que se extraía el carbón se llamaba “La Imponderable” y la empresa que puso a Sabero en la rampa de despegue de la industria minera del noroeste español fue la Sociedad Palentina Leonesa de Minas. Tras comenzar la extracción en 1841, en 1847 empezó a fabricarse hierro en un alto horno de cok. Comienza también el periodo de mayor actividad de la ferrería, que se produce entre 1850 y 1860. En 1860 se construye un segundo horno que no impide, no obstante, el cierre definitivo de la fábrica de San Blas en 1862. Un cierre que supuso también el abandono de las minas de carbón y hierro que la servían.
Lo que queda hoy de aquella primera aventura minera en el valle es, junto a los restos del alto horno, el espectacular esqueleto de la nave destinada a acoger engranajes y martillos, los únicos restos que pueden verse en España de aquel momento de germinación industrial. Esa nave, con todo el aspecto de una catedral gótica desacralizada pero llena de reliquias mineras, es el marco que acoge hoy el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León. También uno de los lugares de peregrinación imprescindibles para quien quiera rastrear la historia de una actividad que durante casi 180 años ha marcado la vida de varias generaciones de los valles montañeses de León y de Palencia.
Porque la aventura de la ferrería de San Blas, en su momento una de las más avanzadas de Europa, no consiguió el despegue esperado. La falta de infraestructuras siguió siendo el principal problema para hacer llegar la producción a buen puerto hasta que, en 1899, la llegada del ferrocarril logró hacer viable que el carbón que se extraía pudiera ser transportado hasta Cistierna para incorporarse después al hullero de La Robla, que lo llevaba hacia Bilbao. Para entonces las gentes de Sabero sabían ya lo que era ganarse el pan con las uñas y los pulmones siempre tintados de negro.
El paseo
Ese esqueleto industrial, que con el tiempo acabó teniendo usos tan dispares como salón de baile, economato, iglesia, plaza del pueblo a cubierto o polideportivo, es hoy también el punto de partida para realizar el paseo titulado “Ruta de las Minas”, un itinerario señalizado por el entorno boscoso de Sabero que se asoma a algunas de las bocaminas por las que salía el carbón que daba de comer a los altos hornos de San Blas.El panel informativo de la ruta lo encontramos en la plaza de San Blas, a las puertas del museo y junto al enorme caserón que en su día acogió la vivienda de los ingenieros y directivos de las empresas mineras que dirigieron las explotaciones. Desde ese punto toca ascender, por el lateral derecho del museo y mientras vemos un poco desde arriba los restos del alto horno, hacia la ermita de San Blas, de origen de medieval. Junto a ella, una barrera da acceso a la pista forestal que se sigue, en suave ascenso y durante unos 700 metros, hasta la Fuente de la Muela, un entorno con bancos y mesas que, por encontrarse al principio de la caminata, nos pilla con pocas ganas de usarlas salvo para hacernos un selfie.
Trescientos metros adelante se presenta, hacia la izquierda, el desvío que acerca hasta uno de los puntos más actractivos del recorrido, El Roblón de la Plata, un gigante de 17 metros de altura y 8 de perímetro con pinta de ser ya un buen mozo cuando andaban colocando los primeros ladrillos de la ferrería. Un poco después de tomar este desvío aparece otro, también hacia la izquierda para quien quiera acercarse hasta la Cueva del Trigal. Llegar hasta esta implica acometer la empinada subida en la que se van dejando atrás las espesuras del bosque mientras se sigue el reguero de hitos que acaban conduciendo, sin pérdida, y en unos 700 metros hasta su entrada. La cueva, que requiere algo de iluminación para disfrutarla, tiene dos salas grandes y muchas evidencias de que quien llega hasta ella no siempre tiene la sensibilidad que debiera para una maravilla geológica como esta, por pequeña o humilde que sea.
De regreso al último desvío, toca ahora acercarse hasta el Roblón, monumento natural del que sorprende tanto su envergadura como la capacidad para haber sobrevivido en un entorno tan necesitado en el pasado de madera para entibar como las minas subterráneas. Y por aquí había de estas un puñado más que largo.
Sin necesidad de desandar ninguna parte del camino, un ramal señalizado conduce desde el Roblón hasta la pista forestal que arrancaba en la ermita. Algo más adelante un panel señala la ubicación de la mina de La Plata. Frente a ella arranca la pista forestal que, tras pasar ante una antigua explotación a cielo abierto, acaba conduciendo hasta el mirador de estructura metálica que, como un púlpito en medio de los peñascos, se asoma al enrevesado discurrir del río Esla por el escarpado valle de Sabero.
Es también un punto de inflexión en el paseo. La cómoda pista forestal se torna ahora en un estrecho sendero que desciende por las bravas hacias las honduras del valle. Tras pasar frente a la entrada de la mina Mariate y los restos de una vieja tolva es cuando se alcanza la entrada de la mina Imponderable, guardiana de los sudores de quienes alimentaban aquella ferrería pionera. El olor y el color de las aguas que resbalan por la bocamina deja bien a las claras el alto contenido en hierro de lo que aún queda en su interior.
El camino desde aquí se tranquiliza. Solo queda ir acompañando las aguas del Esla por su orilla hacia la localidad de Alejico y, si se quiere, dejarse tentar por el largo puente colgante que las sobrevuela a la altura de Aleje.
Desde Alejico el regreso hacia Sabero, hasta el que todavía quedan 4 km, se hace primero por la carreterilla que corre junto a la vega del Esla y después, al alcanzar la CL-626, por la acera que corre por uno de sus arcenes.
EL PASEO. Este itinerario señalizado como sendero de pequeño recorrido PRC-LE-60, de 9 km de longitud y fácil de hacer en unas tres horas largas, discurre por el entorno boscoso de Sabero mientras se asoma a algunas de las bocaminas por las que salía el carbón que daba de comer a los altos hornos de San Blas.
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Powered by WikilocY DE COMER. El Valle de Sabero comparte los mismos usos y costumbres, en cuanto a las cosas del comer, que sus valles vecinos. Es decir, ha heredado y mantiene unos usos gastronómicos vinculados a la ganadería, principal actividad hasta el desarrollo de la minería, y los productos de la tierra. Es, por tanto, una gastronomía de montaña, con abundancia de potajes como el cocido montañés, calderetas de cordero, lechazos y truchas. El cocido lo encontramos elaborado con sopa, garbanzos, berza, cecina, chorizo, carne de vaca, tocino, oreja de cerdo y morcilla. Se acompaña con un tradicional relleno elaborado con miga de pan, ajo, perejil y huevo. Muy de la tierra son también los embutidos, con una morcilla que se caracteriza por estar algo curada y llevar mucha cebolla, y los quesos.
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Source: Siempre de paso