Decía el crítico Javier Ocaña en su crítica de Tokarev, cinta del español Paco Cabezas protagonizada por Nicholas Cage que era "uno de esos productos en los que hay que optar entre lo efervescente y lo grandilocuente, entre ir directo al grano o adornar(se), entre ser uno más u otro distinto. Cabezas ha optado por lo segundo."
Sin entrar en valoraciones sobre aquella, es cierto que en los trabajos con aire a encargo, a repetición de fórmula, a producto ya realizado o a llámenlo como quieran, uno puede distinguir claramente a dos tipos de profesionales: los entregados y los ausentes.
Liam Neeson y Jaume Collet-Serrá son de los entregados. Del primero, poco que decir que no se haya dicho ya: su personalidad y su virtuosa capacidad de aceptación le han ofrecido una segunda vida en el cine de acción que ha obligado a retrasar unos años la subida al trono de otros como Jason Statham. Neeson no teme al riesgo pero tampoco evita la parodia, y es en esta acertada muestra de buena fe donde se encierra su éxito. Interpreta cada papel como si nos dijese "esto se acabará cuando vosotros queráis que se acabe".
El director Collet-Serrá, catalán establecido en Estados Unidos, ofrece aquí la tercera parte de su personal trilogía de películas con Neeson. Dirige con habilidad, dejando que su participación sea evidente y preocupado de establecer correctamente el espacio en el que se desarrolla la acción. Un esfuerzo notable, que por poco no supera la calidad que nos mostró Collet-Serrá en el avión de Non Stop, donde las limitadas dimensiones de un avión ubicaban perfectamente ejecutadas escenas de acción y suspense.
Otra obsesión del director son los dilemas internos de cada personaje. Esto último, tal vez obligado, pues de alguna forma se deben reforzar partes del guión que resultan insultantemente planas y obvias. Cada discurso interno se mueve en lo establecido ya mil veces por el género. En vez de hacer caso a otros relatos amorales, como la magnífica Sin perdón, y entender la condición penitente, apática y ególatra del asesino, alejada de la patética y romántica búsqueda de redención, Una noche para sobrevivir se empeña en dibujar alma a personajes que no deberían tenerla, en añadir ternura a momentos que carecen del peso suficiente y en subrayar discursos que no convencen a nadie. Así, por mucho que nos guste el trabajo del director y la estrella de Una noche para sobrevivir, la película es muy floja. Y recogiendo la palabra "efervescente" de la crítica de Ocaña, que suena a Frenadol, los catarros no se curan con rezos y las películas no se arreglan solo con esfuerzo.
En una frase: una oportunidad perdida, mejor revisar la anterior. ¿Cuál? La que sea.